LA ESTUPIDEZ HUMANA ES INFINITA

SU ÚLTIMA REVERENCIA IV : La estupidez humana es infinita

Por Leo McCain

 

-Caso cerrado- Pensó, dejando escapar un ligero suspiro, mientras miraba de reojo la frívola tranquilidad de Caroline, entretenida en la visión en perspectiva de las rojas y largas uñas de sus manos.- Sweet Caroline, my Caroline ¡la madre que te parió! Que joder, ¡que aquello fue sólo un comentario! Que cuando te dije que me cargaría al cabrón del viejo y te propuse la fórmula no era para que llevases tus sueños de pseudo actriz a la realidad. ¡¡¡Que no, que la vida no es cine!!!¡La madre que te trajo! ¡La madre que te trajo!

El humo de los cigarros, en el salón, junto al silencio cortaba el aire. Todo parecía una replica exacta de lo ocurrido la semana anterior. Cada uno ocupaba exactamente el mismo lugar de aquel día en que Kendall, el inspector, los reunió, y, tras un breve discurso sobre los acontecimientos que le habían llevado a aquella mansión y sobre lo que tenía obligación de en ese momento hacer, dirigiéndose a él, le preguntó:
-¿Puede acompañarme un momento a la habitación de al lado, Señor?
Y Leo levantándose con aire vacilante y titubeando acertó a decir:
-P…po…por supuesto.
La sala contigua era un pequeño estudio, dedicado a la lectura.  Suelos de madera, estanterías llenas de libros, un pequeño atril y dos cómodos sillones iluminados por la luz del sol que entraba a través de la cristalera que abría paso a un amplio balcón lleno de flores, que en ese momento, Leo imaginó que olían a muerto.
-Siéntese por favor… – Le dijo el inspector mientras hacia un gesto con la mano indicándole el sillón del lado izquierdo.
Aquel día la cabeza de Leo parecía estar en otro mundo, y sin darse a penas cuenta, de repente, se vio envuelto en medio de un interrogatorio en toda regla.
-Sí señor, efectivamente estuve con mi tío el día de los hechos…
– ¿Y…de qué hablaron aquel día? -Inquirió el inspector-
-Bueno, fue bastante trágico. Ese día mi tío tenía la muerte todo el rato en la boca… Pero como siempre fui su favorito…  quizá más que como su sobrino, me veía como su bufón. Cada vez que se sentía mal de ánimo me llamaba, así que tampoco me extrañó… Pensé que me utilizaba o utilizaba su discurso para ponerme al límite y hacerle reír.
Silas siempre le había hecho imposible la vida a Leo o al menos él así lo sintió, por eso utilizó la palabra bufón. Siempre había tenido que estar dando vueltas a su alrededor y haciendo muecas para alegrarle su oscura vida. Sabía que a su tío le hacía gracia aquella faceta suya de esperpento desequilibrado y loco que era capaz de hacerle sonreír con sus extravagantes ideas, que prometía, siempre con la boca pequeña, apoyar.
-¿Notó algo diferente aquel día en su comportamiento?
– Ummmm… pues me llamó la atención que quisiera compartir conmigo aquel dulce que había sobre la mesa, él no era de compartir nada, decía que ya bastante estaba haciendo por nosotros dejándonos un techo para dormir. La soledad no le gustaba, pero compartir…Lo suyo era suyo. También me llamo la atención que para partirlo en dos me pidiese el abrecartas en vez de llamar al mayordomo y solicitarle un cuchillo, e incluso que fuera él quien lo partiese…  Mi tío contaba con James hasta para estornudar, pero el viejo, seamos sinceros, tenía a veces sus excentricidades…y ya sabe que como a mí me gustaba hacerle feliz… -Dijo Leo sonriendo tímidamente mientras una lágrima asomaba entre su pupila y sus pestañas.
-¿Le acompañaba ese día su mujer?
-Por supuesto, cuando nos citó dijo que quería vernos a los dos… lo que no nos dijo es que sería por separado, eso nos lo dijo el mayordomo al entrar.
– ¿Tuvo algún encontronazo últimamente con su tío?
– ¡En absoluto! Ya le digo que yo era su sobrino favorito… A veces hasta el mismo me lo decía… -dijo firmemente dando un golpe sobre el reposabrazos, para después bajar la mirada y solicitar permiso para tomar el aire.
La misma sensación de angustia que durante el interrogatorio le llevo hacia el balcón se apodero de su garganta en el momento en que el abogado, dando un golpe seco con los documentos sobre la mesa del despacho, terminó de leer el testamento. Leo mantuvo como pudo una sonrisa contenida e hizo aflorar unas lagrimas falsas en sus ojos, la primera traicionando sus pensamientos, las segundas reafirmando su ira.
Si bien pudiera no ser el favorito, sí era el único sobrino, y dado que llevaba años viviendo con su tío y aguantando sus paranoias más que ninguno de los allí presentes, al menos según su opinión, pensaba que una parte importante de la herencia le pertenecía con exclusividad. Si no legalmente al menos moralmente y por ello había incluso hecho sus propios planes para llegado el momento. Había proyectado una gran producción cinematográfica, en la que su dulce zorrita fuera la protagonista…
Una carcajada fuera de lugar en aquellos segundos eternos de silencio, tras la lectura de aquella última voluntad de su tío, rompieron la solemnidad del momento. Todos en la sala boquiabiertos miraron la cara amarilla y desencajada de Leo.
-Perdón,  perdón, lo siento. Necesito tomar el aire. Los nervios, supongo que ninguno de nosotros esperaba algo así. Creo que me estoy mareando-. Dijo tambaleándose mientras daba pequeños pasos hacia puerta de acceso al mirador.
Las ideas aún por cuajar, como los caballitos en los tiovivos, daban vueltas en su cabeza. Su nena, era su nena, por muy zorra y muy asesina que fuera, y la herencia debía ser suya, nadie había hecho reír ni pasar tan buenos ratos a su tío como él: la goticucha se la cargaría en su onda, desangrada, corte de venas en la bañera. … A Patricia, tal y como siempre se había mostrado con él, con frío, congelada, para que primero sintiese escalofríos y le rechinasen los dientes, seguro que le gustaba, una fría pero dulce muerte hecha a su medida para aliviar su amargo ser. A su prima, con ojos de búho, lo tenía también claro, un poco de cianuro en el té para que se le dilatasen más las pupilas y que doliese, siempre había sido una hija de puta con su padre.
-Ten cuidado, cariño, si estás mareado será mejor que te acompañe no vaya a ser que… – le dijo Caroline apartando por un momento la mirada de sus uñas.
– No te preocupes, cielo, tendré mucho cuidado, pero si quieres acompañarme…- Contestó tendiéndole cariñosamente la mano.

Con un portazo cerró tras de ellos la puerta de acceso al mirador, terminando entre dientes la frase…- Ya sé que a más de uno de los presentes les encantaría que me pasase algo… pero mejor que empiecen a cuidarse ellos. Oh Caroline, mi dulce Caroline…

 

JUEGO:  ADIVINA A QUIEN PERTENECE ESTE RELATO

ENTREGAS DE «SU ÚLTIMA REVERENCIA»:

– Su última Reverencia: Prólogo. Homenaje a Conan Doyle.

– Tragedia en la mansión McCain.

Que os den a todos.

En el abismo de la amargura.

La estupidez humana es infinita.

Soy artista (Y borracha).

Perdida en la niebla.

Elemental, mi querido James.

–  Debería haber cambiado las cortinas.

Comienza el juego.

Epílogo.

Especial «Su última Reverencia» texto completo descargable en pdf.

15 respuestas to “LA ESTUPIDEZ HUMANA ES INFINITA”

  1. Esto cada vez se pone más interesante…

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