Pesadilla

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos- Julio Cortázar La noche boca arriba.

Aún no recuerdo como llegué a esta cama. Me duele tanto la cabeza, siento que me va a estallar. Recostado en la cama siento como se me cierran los ojos, estoy agotado. Sueño…

– Avanza- Me gritan al mismo tiempo que recibo un azote.

¡Cómo pesa esta cruz!- el calor es demasiado agobiante y agotante. Tumultos de gente a mi paso, gente burlándose, gente sufriendo –no tanto como yo- Camino conforme las fuerzas me dan; el sudor recorre mi cuerpo y el sendero aún parece largo. Las piernas no responden y caigo con todo el peso de la cruz sobre mi.

Abro los ojos y aún sigo aquí. ¡Vaya sueño! Deben haber sido los medicamentos. Ahora aparece en mi mente el accidente. El trayecto a casa era muy corto, la luz verde del semáforo me dio el paso y seguí conduciendo. Todo fue demasiado rápido. Ese tipo conducía con exceso de velocidad; apenas si pude verlo pasándose el alto, chocó contra mí. Nada que hacer al respecto. Oscuridad total. El resto es historia. Me siento muy cansado, efectos de los golpes, el medicamento. Cierro los ojos.

– Levántate – escucho el alarido al momento que las tiras de cuero entrelazadas con puntas de hueso golpean y desgarran mi espalda y piernas.

Sin ayuda, me levanto y cargo lo que será mi último castigo, la cruz que pesa tanto o más que mis pecados. Bien merecido lo tengo, el robo es castigado con crucifixión ¿Qué más da? Sigo caminando hacia el Calvario.

– Maldito soldado romano- digo por lo bajo, mientras sigue gopeándome sin parar. ¿Qué no les bastó con haberme apaleado en la cárcel? No. Para ellos nunca es suficiente.

Ahora no solo estoy empapado de sudor; gota a gota la sangre escapa de mi ser. El sol a todo lo que da, se suma al castigo. Estoy sediento y avanzo en zig-zag. He llegado al lugar de mi muerte. Dejo caer el pesado objeto a mi lado, caigo sobre mis rodillas y me desplomo una vez más.

El rayo de luz que entraba por las cortinas blanquecinas, me da justo en el rostro y me obliga a despertar.

– ¡Qué pesadilla tan real!

Aún siento el corazón agitado; el olor del sudor y la sangre los tengo impregnados en la nariz. Tendré que decirle al doctor que cambie las medicinas. Demasiado alucinante. El cansancio no cesa. Quiero levantarme, pero las fuerzas son prácticamente nulas. La desesperación me invade, pero no hay más que esperar a que alguien venga a auxiliarme. Conforme transcurre la tarde, reaparece el sopor y me vence una vez más el letargo.

– ¡Que te levantes, asqueroso ladrón!- escucho a lo lejos y una patada en mi costado me hace aullar de dolor.

¡No! ¿Por qué el mismo sueño?

Alguien viene en mi auxilio. No, no me ayudan. Me cargan cual bulto y me dejan caer sobre la cruz.

– ¡Suéltenme! –en vano chillo.

Me amarran de pies y manos. Con cuerdas me yerguen noventa grados. Y el dolor es indescriptible. Es la hora. Allá a lo lejos se vislumbran dos hombres cargando cada uno su propia cruz. Se les nota igual de fatigados que yo. Destino cruel. Esto no es verdad, no es más que una pesadilla. Despierta ya.

El grito de desesperación y angustia retumbó por toda la alcoba. Necesito aire. Estoy aterrado. Con las pocas fuerzas alcanzo a abrir la ventana. El soplo de viento de la noche inunda mi cara. Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo. Me niego a dormir ¡no quiero! El parpadeo hace que regresen las imágenes tan crudas y vívidas de aquél juego de mi mente. Ahora la luna ilumina tenuemente la habitación como si fuera bruma, un espejismo. Vuelvo a mi cama pero no duermo, la vigilia es mi refugio, el seguro que no me permite retornar a esa espantosa alucinación. El alba vuelve y de la misma manera regreso al calvario.

Ahora era el sol quemante revive mi mayor temor. Inútilmente cierro los ojos en la búsqueda de mi libertad. Nada. Ésta es mi realidad, mi presente; lo otro no fue más que una quimera, una mentira, la vía de escape a mi terrible final.

Con tristeza miro al hombre a mi izquierda –somos tres, él es el del centro; aquél del que todos hablaban llamado Jesús- siendo masacrado por los soldados, y a su lado, Gestas reclamando salvación. No puedo más y le digo:

– Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; éste en cambio no ha cometido ningún crimen. Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí.
A pesar del cansancio, Jesús alcanza a contestarme:
– Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Una paz me envuelve, cierro los ojos y bendigo el hecho de no volver a soñar jamás.

Evangelio de San Lucas Capítulo 23 versículo 43

12 respuestas to “Pesadilla”

  1. una literatura con criterio.

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