Archivo de pederastia

EUKARISTIO

Posted in Relato Libre Tirititran with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on jueves, 9 \09\+02:00 septiembre \09\+02:00 2010 by tirititrantran

Todo comenzó cuando yo tenía nueve años. El día de mi comunión murió mi madre , por mi culpa , por culpa del frío. Cayó una gran granizada, y le metí un gran trozo de hielo como mi puño por el hueco de la espalda de su vestido, mientras degustaba un canapé del selecto cátering.

El canapé de hojaldre con cangrejo y salsa rosa se le quedó pegado a la glotis produciendo un colapso bronquial y bronquiolar generalizado. Aunque la mayoría de los familiares allí congregados fueran personal sanitario, ni una traqueotomía ni la reanimación doble pudieron sacarla de la letal situación.

Desde entonces la vida en casa fue mas bien bochornosa. A Padre se le rompió algo dentro y no podía ocultar que en realidad me culpase de la muerte de Madre.

Fue un buen verano cuando pudimos ir a la Costa Brava de vacaciones, yo prepúber, cuando parecía que se arreglaban las cosas.
Salíamos a comer y a cenar por ahí todos los días, lo pasábamos increíblemente bien en la playa por las mañanas, y no parábamos de reír. Yo seguía con mis travesuras y solía hacer de las mías junto con otros chavales del complejo hotelero.

Coincidió que Padre conoció a una mujer francesa, viuda también, cuya hija casi me hacía olvidar que mi vello púbico se limitaba a cuatro alambritos negros mal puestos.

Aquella noche salimos a cenar y Monique y yo no parábamos de hacer tonterías y reírnos, …cómo me gustaba con su melena rubia y lisa hasta la cintura, sobre aquel vestido blanco que realzaba la dorada piel de sus muslos y sus hombros. Parecía la hermana pequeña de Maureen, aquella alta mujer, rubia también, que hacía sonreír a Padre como si fuera un niño.

Nos trajeron el plato fuerte; un lubinón a la sal de unos 3 kilos; y mientras los adultos observaban cómo el camarero servía la lubina, con cara de pillo metí en la jarra cerveza de mi padre una araña no muy grande , peluda, con un dibujo en cruz sobre el abdomen. Pequeña pero pesada, se hundió en la espuma mientras trataba de huir; Monique ahogaba su risita tras su fina mano, mirándome con complicidad.

Reacción anafiláctica ; rezaba el informe médico.
Sólo Monique, a quien no volví a ver jamás, y yo, sabríamos la verdad.

Mi familia materna hacía tiempo que no quería saber de mí, seguramente influída por mi abuela, de quien Madre había sido siempre su preferida.
Por parte de Padre, los abuelos eran demasiado ancianos para cuidarme, y su hermano el mayor aún sufría de ataques de malaria en la misión de Andrah Pradesh donde vivía, y se desvivía por aquellas gentes de piel oscura a quienes ahora más que nunca me sería imposible conocer.

Así pues fui a parar al Hogar de Acogida Para Niños Huérfanos Verde Esperanza, en las afueras de Zaragoza. Dirigida por el amabilísimo padre Gabriel, su séquito de monjitas encantadoras, y una inconstante serie de voluntarios ajenos a orden alguna.

Los encantadores psicólogos ahondaron de tal manera en mis traumas, temores y culpas, que cada noche tuve más claro en el húmedo camastro -en aquel edificio todo estaba húmedo, la pared a donde daban las estancias de los huérfanos, aulas, y servicios, toda de piedra, daba directamente al Ebro que guarda silencio al pasar por el pilar la virgen está dormida y no la quiere despertar. Incluso una vez tuvimos que dormir en el desván por las inundaciones, que desastre!- que debía pertenecer a ese grupo raro que en la tele les llamaban psicópatas. Sí,eso debía yo ser, un psicópata, un psicópata.

Madre Margarita no ayudó mucho al respecto, echándome de clase por cualquier ruido que oyese, o por cualquier cosa que su ignorancia hiciese creer que lo que yo contaba era un cuento chino.
Yo me limitaba a callar.

Allí dentro tenía mucho tiempo para pensar, para leer y estudiar, aprendiendo todo lo que pude sobre principios médicos y de cirugía. Dos años antes de salir tenía exacto conocimiento de la anatomía humana. Desarrollando mis inquietudes pictóricas, y ayudando en la cocina, conseguí tener una mano hábil y de movimientos firmes y precisos.
Los ejercicios acuáticos en el río me proporcionaron un físico envidiable, no se si han visto ustedes Taxi Driver, con el crestado Robert De Niro.

Para que la crisálida desplegase sus alas debía ser mayor de edad y salir de aquel lugar. Ni que decir que nadie me escogió para adoptarme .

Dos meses antes de salir, un frío Abril, sor Mercedes-que hubiera hecho yo sin ella, que se encargaba de los niños más pequeños, y de mí- me acompañó al matadero donde me presentó a un primo suyo, quien evisceraba los cerdos recién desangrados en la cadena. Aprendería un oficio.

De vuelta al orfanato, encogido por el frío cierzo, no pude evitar un llanto ante aquella mujer que tanto empeño puso en ayudarme a crecer como uno más. La abracé con todas mis fuerzas, ella también lloró, y nos amamos por última vez en su celda del ala este.

No me importaba andar y aunque quedaba lejos del trabajo, alquilé una habitación abuardillada a una afable anciana que olía a orines de gato, en una antigua casa estratégicamente situada cerca del lugar donde me hice hombre. Desde allí podía ver el río junto al Verde Esperanza; y en un día claro, hasta se podía ver el Moncayo si me asomaba desde el ventanuco .

Ya estaba fuera, era libre y pude dar rienda suelta a mi naturaleza enjaulada, sólo necesitaba algo de tiempo para reunir dinero, tres meses me bastaron.

Para empezar, hice una visita a la sacristía del padre Gabriel. Antes de misa añadí un curarizante de lenta absorción, adquirido vía internet, en la Sangre de Cristo.
Al volver de dar la misa, una lasciva sonrisa se dibujó en la boca al verme sentado sobre la mesa. En medio de una larga conversación sobre la conveniencia de mantenerme alejado de ciertos lúgubres lugares, el tono generalizado de su cuerpo fue desvaneciéndose, así como su sonrisa de cerdo en su cara de puto pederasta.

Ésta droga me encanta, porque en la justa dosis, puede mantener vivo a un individuo que justo tendrá conexiones neuromusculares no bloqueadas para mantener oxigenada su sangre en una tediosa y muy superficial, casi imperceptible respiración. Lo mejor de todo es que mantiene la consciencia hasta el fin. Espero que el muy cabrón no tuviese demasiada sed.

Abrí su enorme barriga llena de grasa en un fino tajo vertical. Saqué sus vísceras y las coloqué desplegadas sobre la gran mesa de caoba de la sacristía. Un finísimo pero resistente alambre de acero rodeaba su vena cava y su arteria mesentérica , dibujando dos finísimas y relucientes líneas hasta los barrotes de la ventana por la que entraba los rayos matinales de final de verano.

Su gran, fornido, obeso y en definitiva; pesado cuerpo-dolorido pero incapaz de emitir sonido alguno- yacía sentado en la sólida silla con reposabrazos encuerados, en frágil equilibrio, apoyado sobre las patas traseras y una fina vara de bambú encuñada más atrás. Cualquier movimiento al recobrar la movilidad, si no muriera antes asfixiado, cercenaría los grandes vasos abdominales y su vida sin remedio.

Los periódicos lo tacharon de asesinato salvaje y atroz. La incompetencia hizo que no pudieran salvarlo -cuando lo encontraron seguía vivo-; ni me pudieran relacionar. Mi casera siempre está en el portal durante el día y sabe perfectamente las horas que duerme el holgazán de su inquilino.

Cada año por las mismas fechas hacía que alguien mordiese el polvo, claro que el primero puso el listón muy alto; pero en una vuelta nostálgica que di en fechas navideñas por mi antiguo barrio no tuve más que pasar cerca de la tienda de Germán para escuchar su voz gritando a su hija Ana. La pobre nunca fue muy espabilada, pero era buena como un ángel y su piel blanca y sus grises ojos siempre me hechizaron.
Recordé cómo Germán nos solía poner en evidencia delante de Padre y Madre, y como se empezó a ensañar más conmigo cuando Madre faltó e iba yo a comprar a diario pan, un cuarto de vino y algo de fruta…Que si seguro que me estás robando, que si no quieres chocolate para seguir criando esa barriga, ..que si miras a mi hija así o asá.

La toxina botulínica es difícil de conseguir, pero más difícil fue conseguir que se la tomase. Claro que cuando lo acusé delante de todos de cambiar la fecha de las conservas, no dudó en hincharse de altramuces y pepinillos que le traía de vuelta. Desgraciadamente no pude ver como se asfixiaba el muy cerdo.

Seguí apareciendo por la tienda de ultramarinos, ayudando a Ana, quedando cada día más prendado de su gracia, de sus silencios,de su mirada. Fueron diez fructíferos años aquel preludio de una realción más que amorosa.

Fructíferos ya que fueron cayendo a cerdo, o cerda, por año.
Desde la tetrodotoxina, pasando por los cardiotóxicos, o la estricnina, hasta la larga agonía de las toxinas de la Amanita phalloides , o la terrible disociación febril de una aspergilosis mezclada con ketamina.

Mi décima presa cayó sin drogas. Tras despedirme con once años de monótonos servicios de matarife a mis espaldas, gracias a que coseché un gran éxito como ensayista. Al visionar A Serbian Film, y darme cuenta que en realidad no era ningún sicópata, sino más bien un sociópata, me dediqué con fervor a la escritura de mi primer libro»Ensayo sobre el Concepto Sanguinario del Otro», gran éxito de ventas, y una seegunda entrega, más bien novelada ; «La Delgada Línea Púrpura», con mejor éxito entre la crítica.

Así pues prácticamente al año me tomé mi venganza fría.
Esperé al cierre del viernes, a sabiendas de que Federrrico, el encargado de la sala de despiece, estaría hasta el final para supervisar que todo quedara como a él le gustaba.. Colándome por la segunda planta donde se procesaban las pieles, bajé por la cadena y el hueco que conectaba hasta la fría y cegadoramente blanca sala de despiece.

Ya empezaba a apagar las luces cuando le devolví las mil collejas que me había dado en una sola con un buen pernil de cerda. Cayó como un saco, límpiamente.
Arrastrándolo hasta la cámara me aseguré de que respiraba con regularidad.
Cuatro sendas inyecciones de lidocaína en ingles y axilas me permitió descoyuntar sin dolor codos y rodillas antes de colgarlo de uno de los ganchos como si de una canal se tratara. Allí quedaría sin poder hacer nada cuando recobrase el conocimiento, sólo gritar inútilmente hasta su total entumecimiento.
Su exmujer no lo echaría de menos, y hacía tiempo que nadie lo llamaba para ver los partidos. El Lunes precintarían el lugar hasta nueva orden. Púlcramente me aseguré de que no encontrarían más que otro pálido y congelado cadáver de cerdo.

El trece de Octubre del año siguiente Ana, nuestro querido Juan, que contaba once meses, y yo; salíamos de Zaragoza hacia Madrid cargados de equipaje y recuerdos. La venta del local fue sencilla, y Ana no tuvo objeciones. Una vida mejor nos espereba en ultramar.

Por el retrovisor se distinguían las torres del Pilar, más allá; El Ebro. Testigo éste de mi última acción mortífera, y de todas las demás.

Sor Margarita hacía cuatro años que dejó el orfanato y fue a parar al estanco donde su madre despidió a este mundo.

Así Margarita; cuarentona, soltera y de más que agria personalidad ,volvía sola por la margen sur del Ebro hacia su casa mientras atronaban los fuegos artificiales.
No pudo resistirse a una buena conversación con un joven sobre su pasión, la pedagogía. Su amor en desuso se prendió y llevó a aquel joven a su piso. El joven la amó como si fuera la única, y la anestesió con el cariño de la última.
Sofisticada mezcla de antiinflamatorios, opiáceos, disociadores y relajantes musculares que se absorbieron en su húmedo recto inflamado.

Según mis cálculos despertaría a unos cinco metros de profundidad de un crecido Ebro, a la altura de Fraga, dentro de un sólido bahúl hermético, y preñada de una piedra granítica de veinticinco kilos.

Ahora un gran hotel veraniego nos espera, cerca de un gran lago afluente al Ontario, en el gélido invierno del norte americano. Allí escribiré mi próxima novela sin que nadie nos estorbe a mi familia y a mí. Ya tengo encargadas unas cuantas setas mejicanas por si se nos ocurre aburrirnos.