No escapé del cuerpo del delito, no, tan solo me alejé. ¿O fue ella quien quiso huir de mí? Da igual, el caso es que «donde pongo el ojo, pongo la bala» y, una vez más, cumplí. Nunca permitiría que me saliese el tiro por la culata.
Yo soy cazador, ellas simples presas.
****************
Si dijese que mi pobre alma se partió en múltiples pedazos después de hablar con ella, quizás resultase muy romántico, pero mentiría. Sería algo exagerado, poco exacto y, además, una expresión manida; así que simplemente diré que me dolió. No tengo claro si fue en mi orgullo o en qué, pero me hirió. Sí puedo asegurar que, a pesar de ser un tipo habilidoso y metódico, intuyo que nunca seré capaz de recomponer mi órgano muscular principal porque todo me hace suponer que lo tengo defectuoso, algo que no me preocupa en absoluto. Lo parchearé exactamente igual que en otras tantas ocasiones y me bastará para seguir revolcándome en mi propio fango interno.
– ¿Te gusto más que otros? ¿Me quieres más que a ninguno?- interrogué curioso sabiendo de antemano que sus respuestas me resultarían poco aclaratorias y me dejarían un regusto agridulce.
-Ya lo sabes, tonto, lo suficiente.- dijo entornando sus avispados ojos y regalándome un mohín de niña consentida que, como siempre, me encantó.
-¿Qué sé?- pregunté intentando en vano estrecharla contra mi cuerpo mientras ella se escurría como una serpiente.
-Sabes lo que tienes que saber- respondió.
-Esa contestación no me vale, deberías de saberlo tú también, pequeña. Solo merece la pena vivir de manera sobresaliente, con mayúsculas, y si no te sientes capaz de ofrecerme lo que deseo, lo mejor es acabar con este tema de una vez por todas- advertí empleando el tono que se le presupone a todo docente, y más todavía, si es un rector que luce canas desde hace por lo menos un par de décadas y se siente menospreciado o, al menos, poco valorado.
-No logro entenderte- dijo encogiéndose de hombros simulando una ingenuidad que nunca tuvo y que fue la que, meses atrás, forzó mi fijación y obsesión por ella.
Cuando quería, esa muchacha de pelo ensortijado y cuerpo de pecado, de la que hoy pienso que un día llegué no sé si a enamorarme pero sí a encapricharme demasiado, no comprendía nada. No era vaga pero, si le antojaba, era poco colaboradora. Yo pretendía enseñárselo todo mientras que ella…Ella malgastaba su tiempo y energía coqueteando con otros, a buen seguro que más jóvenes y atractivos que yo pero también más inexpertos.
-Borra lo anterior, he cambiado de opinión. No quiero nada. No quiero más- esas palabras que nunca olvidaré fueron el detonante de una explosión incontrolada.
Imposible acostumbrarse a sus frecuentes negativas y a su modo caprichoso de actuar: Hoy sí, mañana no, pasado tal vez… Aquella no era la primera ni la única vez que me rechazaba, aunque sí tenía visos de ser la última porque no iba a permitirle ni una tontería más. En esta ocasión, y aún sabiendo que se me escapaba de las manos de la misma manera que a un niño se le va un globo de helio, no quise insistir ni suplicar, o sí quise, pero lo cierto es que me contuve. En algún instante -¡ fui un ingenuo ¡- imaginé que ella correría tras de mí, como ocurre solo en las películas y en determinados sueños. Hubiese deseado tanto que así fuese… Me equivoqué. No se inmutó y entonces fue cuando , tomando las riendas de la situación, fui yo quien decidió no darle la oportunidad ni de pestañear.
La sangre que recorría mis venas pasó en cuestión de milésimas de segundo de ser caliente a congelarse. Actué en consecuencia e hice lo que ella me obligó a hacer. Después, cerré la puerta del aula y salí sin volver la vista atrás. No tuve ningún remordimiento, es más, me sentí aliviado. Ella, al igual que otras, calló.
Aunque ha pasado algún tiempo desde que di por finalizada esta historia- la última por ahora- empiezo a pensar que probablemente sea demasiado exigente con determinadas alumnas porque ninguna , ni las anteriores ni las posteriores a Ariadna, han estado dispuestas a subir de nota. Su objetivo debería ser alcanzar el diez y sobresalir pero, ¡tontas de ellas!, se conforman con lo mínimo y a mí me gusta exigirles lo máximo. Nunca las entenderé. Hasta la fecha mis resultados han sido pésimos y sé que mi modo de operar podría calificarse también como de muy deficiente, pero ese tema solo me incumbe a mí. Yo soy quién veo si hay evolución o no la hay y finalmente las evaluó, y lo que es más importante: decido su futuro.
Ahora me asaltan algunas dudas que, supongo, nunca resolveré: ¿Me obligarán a repetir, a repetir, y a volver a repetir año tras año? ¿Cuántas niñatas más tendrán que quedarse, para su desgracia, sin fiesta de fin de curso?