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Adiós

Posted in Los relatos más relamidos, Poesía, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , on viernes, 27 \27\+02:00 junio \27\+02:00 2014 by Jazmín

«La vida no se trata de sobrevivir a una tempestad, se trata de danzar bajo la lluvia» Desconocido

Mujer_bajo_la_lluviaEsto se terminó como el diluvio de verano, no esa que moja los hombros y fascina al caminar bajo la lluvia sintiendo las gotas resbalar sobre la cara. No, de esas tormentas que dejan todo echo un desastre, un desastre natural del corazón.

Dicen que la esperanza es lo último que muere, pero definitivamente, «esto» que tenemos está más que muerto y enterrado.

Encontrarse varada en un mundo de espejismos, quimeras sin razón, no sirve de nada. Me cansé de esperar una señal tuya que, claramente, fuera lo que fuera de «nosotros» terminaría mal.

Así que digo ¡Adiós! a los sueños infundados, ¡hasta nunca! ilusión pasajera. Doy vuelta a la página y comienzo un nuevo capítulo.

No me verás mendigando el cariño que jamás mostraste por mí; me despido de tus palabras sin juicio, de tu suave y embriagante voz, de los apacibles besos de miel, almíbar que se desbordaba por mis labios.

Pierdo castillos entre nubes, el futuro incierto que pude haber tenido contigo. Sin embargo, gano seguridad, lealtad a mí misma, ganas de luchar y seguir manteniendo la fuerza que me mueve en la vida. Seguro encuentro a alguien mejor para mí.

En cambio tú, pierdes amor verdadero. El elíxir de la vida.

¡Adiós!

 

 

No sé rezar (por M.A Molina)

Posted in Colaboraciones, Especial crisis, Especial Lamedores, Literatura, Relato, Relato Libre with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on martes, 1 \01\+02:00 abril \01\+02:00 2014 by Administrador

Soy ateo y estoy en paro.

Hoy y sólo hoy y sólo por curiosidad, me he acercado a la iglesia de mi barrio.  En momentos de crisis la gente busca refugio, espera que dios haga por él lo que él no hace mientras mira el televisor sentado en el sofá….porque dios proveerá…y ¡joder! El aforo estaba completo, había más gente que en la línea 5 del metro en hora punta.

No tenía pensado entrar, pero nuevamente la curiosidad me pudo. Será que soy gato y nací en Madrid de padres madrileños. Me camuflé entre la gente de pie al final de la estancia y escuche toda la letanía. El cura nos hablaba de que la culpa era nuestra porque habíamos pecado, pero que dios aprieta pero no ahoga…y para que tuviese piedad de nosotros debíamos de rogar al señor y que el nos oia. No sé, a mi me parece que el señor debe de estar muy harto y muy sordo. Eso sí, en un momento determinado de la misa nos pidieron colaboración con la iglesia y pasaron un cestillo. Un par de personas por cada hilera de asientos lo iba pasando. Cuando llego a mí no pude soltar un céntimo. Estoy en paro, tengo hipoteca y una carrera. Esto último no tiene nada que ver con el cestillo, o tal vez sí.  Como sabéis estoy en paro. Pude observar que el cesto que me tocó estaba lleno de moneditas, sucias, oscuras, pequeñas. Los billetes escaseaban. Jesús me dió la impresión que no quedaría muy cepilloiglesianormal-365xXx80contento al final de esta misa, pero igual nadie más lo pensó así y, por eso, todos contentos nos dimos la paz. Cuando salí, no sentí mi alma más limpia ni menos rencor hacia los que nos gobiernan. No, no me sentí reconfortado. Creo que el cura se equivocaba, aunque cualquiera le llevaba la contraria con la autoridad que hablaba. Soy de la opinión de  Fresser, cuando dios ahoga, aprieta pero bien. Intuyo que comprarme un cestillo de mimbre y pasarlo por la comunidad de vecinos de mi bloque no me solucionará el futuro, aunque igual si me daría para comprar pan. Lo malo es que no tengo ni para comprar pan  y mucho menos un cestillo de mimbre. Voy a volver a echar , resignado, un par de currículos a un par de empresas y a ver qué coño pasa…Lo siento pero no sé rezar.

Las noches y yo

Posted in Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , on martes, 4 \04\+02:00 marzo \04\+02:00 2014 by Jazmín

Cuando estás despierto puedes refrenar, más o menos, la imaginación. Pero los sueños no hay manera de controlarlos. «Haruki Murakami»

Hay noches en las que daría lo que fuera por recorrer los caminos, escapar del mundo en el que vivo, gritar fuertemente para sacar los demonios que llevo dentro, refugiarme en algún bosque, respirar el aire puro y fresco; dormir ahí, cubierta por la luz de luna y el manto estelar.

Otras ocasiones, cuando el anochecer toca mi puerta, me encantaría sólo recostarme en la cama esperando la llegada de Morfeo, que me tome entre sus brazos para caer rendida ante él. Cruelmente, el insomnio me arrebata al «señor sueño» y mi mente comienza a maquilar historias infundadas, cuentos irreales y, vienen a mí tristes recuerdos, promesas inconclusas y momentos que deberían estar resguardados bajo llave dentro de mi roto corazón.

La mayoría de tiempo, regularmente al caer la oscuridad, se me antoja tenerte aquí, probar tus labios y embriagarme con tu saliva; desbordarme entera, no cubrirme; descubrirme para tí y mostrarte lo que soy, lo que sería capaz de hacer en cada espacio de tu piel y decir «Desde hace tiempo te estoy esperando» y desaparecer de la faz de la tierra cuando comenzaras a hacerme el amor.

Y hay excepciones, como la noche de hoy, en las que quisiera tener algo más que una pluma, una lágrima y un trozo de papel.

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COSA DE DOS

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La naturaleza -en teoría siempre sabia- le había jugado una mala pasada  incluso antes de que sus aún pequeños y rasgados ojos viesen la luz. Aquello, simplemente, había sido un error.

Nada era como debía de haber sido, o al menos así lo creía, y se propuso cambiar el rumbo de su existencia algún día…Sí, algún día lo haría.

No se sentía bien dentro de aquel extraño e incómodo envoltorio. ¿Por qué todos se empeñaban en verlo atractivo y perfecto? Se preguntaba sin obtener una respuesta convincente.

Sabía lo que quería: Deseaba ser feliz, encontrarse. Para conseguirlo debía actuar, con cautela tal vez, pero actuar.  Se pondría manos a la obra para enmendar aquel desatino que le atormentaba y que tanto malestar le producía; lo tenía claro.

Fueron demasiados los años de lucha interna, de dudas puntuales, de miedos, pero también de reafirmación. Tras un proceso duro y arriesgado, amén de largo, llegó el momento…Y lo hizo.

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El resultado fue tan satisfactorio que hoy, echando la vista atrás, sabe que fue la decisión más acertada, a pesar de que muchos jamás hayan entendido la necesidad de ese cambio radical.

Por fin se sentía bien en su piel, se reconocía.

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No buscaba a su otro yo aunque intuía que caminaría por ahí, quién sabe si a miles de kilómetros o tan solo unos pasos más allá. Sabía lo importante: que existía. Debía ser paciente, era cuestión de esperar a que el destino se lo presentara, eso era todo. Cuando una señal luminosa alumbrase su ser, alertándole de que había aparecido esa persona, estaría preparado para abrir las puertas de par en par a esa mitad que, sentía, siempre le faltó.

Apareció antes de lo previsto, por sorpresa. El la recibió como merecía: Besando su cuerpo y entregando su alma.

Era única, realmente hermosa, mucho más de lo que tiempo atrás fue él, cuando aún era ella. Se encontraba bien a su lado, entre otras consideraciones, porque aquella mujer siempre le vio a él, sólo a él.

Su historia comenzó como una amistad que se convertiría, día tras día, en  vital e imprescindible. No faltaron las confidencias a media luz,  las charlas sin fin,  la complicidad,  las miradas furtivas, las manos debajo del mantel y, sobre todo, esa imperiosa necesidad… Necesidad de ser valientes, dar un paso más, de vivir sin prejuicios, de disfrutarse mutuamente, aunque pocos apostasen por ese amor al que demasiados consideraban “extraño”.

Sin pensarlo demasiado, al menos aparentemente, decidieron vivir su historia con naturalidad, porque, a fin de cuentas, es cosa de dos.

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Han pasado varios años -muchos o pocos, según se mire- y, a pesar de todo y de todos, cada día continúan observando el atardecer desde la orilla del mar cogidos de la mano,   jurándose amor eterno porque saben que lo suyo será para siempre.

Él le ama a ella. Ella le ama a él…Al único.

EL QUEBRANTO DE LAIA

Posted in - Fotos origen de los relatos, Especial Lamedores, Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on martes, 11 \11\+02:00 febrero \11\+02:00 2014 by lindasta07

1383442_10202121104622963_973091126_n.jpg DUELE

No existían signos de violencia, tampoco se apreciaban heridas externas anómalas; sin embargo, en el ambiente se percibía un nauseabundo olor capaz de matar a la propia muerte.

Duele ver que los que ayer fuesen unos chispeantes ojos verdes hoy estuviesen bañados por un intenso azul noche y que llorasen en silencio, aunque de manera escandalosa, mientras hablaban de sufrimiento y de intenso dolor.

Ella había llegado a quererlo más que a su propia vida.

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 Laia decidió dejar su Madrid natal con apenas veintidós años y lo hizo con ilusión. Sabía que allá, en su nuevo destino, las cosas serían distintas, tal vez difíciles, pero nada ni nadie consiguió convencerla de que no lo hiciera. Tuvo claro desde niña lo que quería:  Ayudar a los que más lo necesitaban.

La primera vez que escuchó la palabra “mamacita” de boca de un mocoso con un brillo impactante en la mirada,  una amplia sonrisa se dibujó en su  rostro. Se sintió feliz. La maternidad fue una de las cosas a las que había renunciado por propia voluntad. Nunca la echó de menos. En aquellos veinticinco largos años habían pasado por su improvisada aula centenares de muchachitos  a los que siempre consideró como sus propios hijos. Ellos la querían mucho, ella los quería más.

El 23 de octubre – lo de menos es de qué año hablemos- fue un día clave en la vida de aquella mujer que ya peinaba canas y a la que ahora resultaba imposible reconocer porque, desde entonces, ya no reía a carcajadas como acostumbraba a hacer -con o sin motivo- meses atrás.

Cuando se conoció la noticia, el poblado entero se conmocionó. Llegó a destiempo,  probablemente también en el peor de los momentos, y las  circunstancias fueron las que fueron… las que nunca debieron haber sido.

Laia fue la primera en intentar olvidar el varapalo sufrido. Jamás debió adentrarse sola por la selva, era peligroso, siempre lo supo, pero ahora ya no había vuelta atrás:  el mal ya se lo habían hecho.  Por fortuna ahora tenía una edad en la que existían las prioridades, así que intentó olvidar lo ocurrido y decidió  que él  sería su prioridad.

Transcurrieron nueve duros y esperanzados meses. Todo marchaba según lo previsto.

El día amaneció especialmente húmedo, oscuro, triste. Ella sudó como nunca, también gritó como nunca. Cuando llegó el momento, un dolor desgarrador invadió  sus entrañas y pensó: La vida se abre camino.

…No fue así.

La Sombra.

Posted in Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , on lunes, 7 \07\+02:00 octubre \07\+02:00 2013 by Jazmín

Si nada me ata, nada me une… nada me detiene.

 

– … Y ¿Qué esperas de aquella mujer? apenas es un recuerdo.

Me evade.

– Esa no es una respuesta valida, ignoras mis argumentos y francamente, estoy cansada. No puedo luchar con una sombra, la llevas en la piel, en los huesos.

– ¿Qué querías? ella fue mi historia, la vida mía. – por fin contestó.

 ????

Esas eran las palabras que no quería escuchar, el mundo se hacía pequeño y mis sueños se derrumbaban; no más castillos sobre nubes. Él amaba a alguien que no era yo, a pesar de mis esfuerzos, después de haber lavado sus heridas, creí haber sanado su corazón, pero no fue así.

– Soy tu presente. ¡No! Era tu presente y no seré futuro.

Trato de mantener los piés firmes sobre la tierra y, comprendo que no puedo volar a su lado, me cortó las alas de tajo, las dudas se aclaran y decido no continuar en una relación sin rumbo.

– Todo está dicho. Quédate en la penumbra, con tu pasado perfecto, con «La Sombra», esa que jamás regresará.

– ¿Qué harás? – preguntó con una voz casi rota, viéndome por última vez.

– Si nada me ata, nada me une… nada me detiene. Voy a ser feliz. – respondí.

Adios+amor

 

«A SACO»

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Desde el preciso instante en el que entró por la puerta de clase sentí debilidad por ella. Tan insignificante, tan pequeña, tan especial, que resultó ser un objetivo fácil para ciertas alimañas del instituto. Y los otros, los adultos, por desgracia tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias. Todos cerraban los ojos ante lo evidente y ella, que necesitaba de alguien que diese luz a su oscuridad, no encontró ninguna bombilla capaz de iluminar su camino. Yo, aunque lo intenté, tampoco encontré la forma de hacerlo y ése se convirtió en el primer fracaso de mi vida.


A pesar del tiempo transcurrido desde el inicio de aquel curso, recuerdo que no soportaba ver cómo alguna cuadrilla de envalentonados imberbes se burlaba de mi compañera de pupitre. Me resultaba especialmente detestable la actitud de Ricardo, un jovencito con ínfulas de galán de Hollywood que se sentaba una fila más allá y que, conocedor de los sentimientos de una Inés que bebía los vientos por él, la despreciaba a diario con hirientes mofas que unos reían a carcajadas mientras ella lloraba en silencio.


Si bien es cierto que esa chica de semblante azulado resultaba un tanto extraña y que sus estrategias por llamar la atención de su idealizado Romeo eran poco elaboradas, no pasando de la simplicidad de dibujar en una cuartilla voladora un corazón atravesado por una flecha –que, para su vergüenza, a menudo llegaba al pupitre menos adecuado-, creo que no merecía el aislamiento al que la tenían sometida el resto de estudiantes. Era nueva en el centro y nadie favoreció su integración, esa fue la cruda realidad.

 

Inés almorzaba siempre en el mismo rincón del patio, un lugar tan sombrío como ella. Yo era, amén de su manzana, esa esporádica  compañía que, sin hacer ruido, se sentaba  junto a aquella muchacha de largas trenzas de color panocha que contaba sin cesar los dedos de su mano izquierda. La observaba atentamente y me moría de ganas por descubrir el porqué de la que parecía su particular obsesión. Un día la interrogué sobre el significado de aquel gesto que repetía hasta la saciedad y, sin mirarme a los ojos,  dijo que le gustaba imaginar el número de personas para los que su existencia significaba algo, pero que le sobraban dedos… Todos los dedos. ¿Y por qué siempre son los de la mano izquierda, Inés?- pregunté curiosa. Porque son los que están más cerca del corazón- respondió. Escuchar aquello me animó a seguir indagando y, no sin cierto esfuerzo, mi compañera de pupitre se abrió hasta descubrirme el bucle de negros que tenía su vida. Nunca se sintió querida. Nunca fue feliz. Fue a partir de aquella confesión cuando me propuse ser su protectora e intenté evitar que la dañasen. Si nadie merecía sufrimientos extras, aún menos ella.

Pasó la primera semana de curso con relativa tranquilidad pero, a raíz de los resultados de aquel endemoniado trimestre, todo se torció. Inés era estudiosa y sus resultados fueron brillantes, cosa que enfureció a más de uno ya que, según ellos, eso provocaría una subida en el nivel de exigencia por parte de los profesores. Entre todos comenzaron a hacerle la vida imposible, y ella aguantó, y aguantó hasta que ya no pudo más. Resultado: Algo en su cabeza dejó de funcionar correctamente y trajo consigo una peligrosa explosión.

Aquel parecía que iba a ser un día más de otoño aunque a lo lejos se escuchasen ya los pasos de un invierno que venía cargado con una mochila de frío. La mañana estaba desapacible y muy ventosa.  Junto a los pies de Inés se formó un gran remolino de hojas y sobre nuestras cabezas se posaron unas nubes impertinentes y negras. Mal presagio. Ella comía una manzana, como siempre, y contaba sus dedos, como siempre también. Estábamos sentadas en el bordillo cuando Ricardo se acercó y, empleando ese tono chulesco que tanto le caracterizaba, dijo: “Soy tu Adán y comería con gusto tu rica manzana, Sandra. Lo sabes.” Luego, mirando de reojo a una Inés incapaz de separar los ojos de su manzana y del suelo, espetó: “La tuya no, que estará podrida, bicho. ¿Quién podría querer algo de ti,  fea mazorca?”. Ella se transformó al escuchar aquellas duras palabras e inmediatamente levantó su cara -antes de nieve y ahora de fuego- y miró a Ricardo con una mezcla de odio y rabia. Fue rápida, muy rápida, y tardó menos de un minuto en abalanzarse sobre ese ponzoñoso ser para clavarle -con la mejor de las punterías- la navaja que utilizaba diariamente para mondar la fruta que llevaba como almuerzo. Él quedó tendido en el suelo sangrando abundantemente y quejándose como un lobo herido, y ella… Ella, ante el estupor de los allá presentes, se rebanó las yemas de los dedos de su mano izquierda mientras, con las órbitas de los ojos fuera de sí, gritaba una y otra vez: ¡¡Corazón a cero!! ¡¡Corazón a cero!!

Inés fue expulsada del instituto. Nunca más supimos nada de aquella misteriosa muchacha. Siguió la vida, la de todos, incluida la de Ricardo, y quiero suponer que la suya también.

Hoy solo me arrepiento de no haber sido capaz de cumplir la promesa que me hice a mí misma: No la protegí de nadie, ni de ella misma. Y la dañaron. Y se dañó… ¿Mortalmente? Es posible.     

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CICATRICES DE PAYASO

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 5 \05\+02:00 junio \05\+02:00 2013 by lindasta07

-Mi vida, mañana nos volveremos a ver. Lo prometo- eran las esperanzadoras palabras que ella me dedicaba cada noche al despedirnos. Y así fue hasta que dejó de serlo. Coincidimos mientras quiso; ni más, ni menos.

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Marcando el terreno.

Hubiese reconocido el perfume que emanaba por cada uno de los poros de su piel aún careciendo de olfato. También hubiese podido distinguir su luz aún siendo ciego. Esa fría dama de humo rojo y caliente entrepierna me cautivó sin concesiones desde el primer instante. Su simple presencia me hipnotizaba. Imposible olvidar cualquier detalle, por pequeño que fuese porque, para mí, todo en ella era único, inconfundible, especial. Yo lo sentía así.

Alice supo tatuar su esencia sobre mi pecho como ninguna otra había sido capaz de hacerlo hasta entonces. Ese fue su acierto y esa terminó por convertirse en mi condena.

Me dejo atrapar.

Aquellos encuentros de neón, de ambiente cargado y de exceso de alcohol, enturbiaron mi mente y -como no podía ser de otra manera- despejaron mi, ya de por sí, lacrimógena cartera. Copa a copa, promesa a promesa, caí irremediablemente en su tela de araña. Resulté ser una presa fácil y me enredé mortalmente. Ella, con gran habilidad, aprovechó su momento y  me engulló. Yo me dejé  hacer.

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Por aquel entonces hubiese puesto la mano en el fuego tanto por Alice como por mí. Sentía la nuestra como era una verdadera historia de amor. Siempre fui un ingenuo, un iluso y un soñador. Es demasiado tarde para  lamentos, lo sé, pero creí en ella y deseaba la exclusividad.

Adiós a la venda.

El día en el que deseé morir me comentaron que un descapotable la alejó de aquí, también de noche, sin hacer ningún ruido, en silencio. “Así es como han de hacerse estas cosas, amigo” dijo un tipo duro cuando pregunté en el local por mi niña mientras, dándome una palmada en la espalda llena compasión,  ese tipo hizo que bajase de mi nube y pisara tierra firme.

Tengo la percepción de que ha pasado demasiado tiempo desde aquella  huida aunque, echando la vista atrás, no sea del todo así. Tan solo han pasado un par de meses  desde que se fue pero para mí han sido dos siglos de soledad.

Soy consciente de que mi compañía solo representaba para mi bella dama de hielo una posibilidad de escapatoria, una de tantas y, con toda probabilidad, no la mejor pero sí la más visible, amén de accesible.

A partir de aquella dolorosa revelación todo cambió y abrí los ojos a mi nueva realidad. Después de descubrir que nada de lo nuestro resultó ser lo que parecía, decidí cambiar el rumbo de mis sentimientos y comencé a engañarme.

Nunca más supe de ella. Rompió su promesa e hizo añicos mi corazón.

Confusión.

Apoyado en la barra de otro local aparentemente idéntico a aquel en el que conocí a la que hoy se ha transformado en mi tormento, infestado de almas desesperadas y de cuerpos tan sedientos como el mío, doy ese penúltimo trago largo mientras quiero ver a Alice en el escote de Lucía, o en el culo de Charlotte, o en el rostro de cualquier otra. Misión imposible. Para bien o para mal ninguna logra enredarme, y mucho menos, atraparme.

Todo da vueltas a mi alrededor y ella continúa revoloteando tanto en mi estómago como  en mi cabeza. Sigo bebiendo no sé si para olvidar, para perderme voluntariamente, o para cerrar esa cicatriz que aún tengo abierta y que me duele demasiado.

Veo mi futuro demasiado turbio.

En lo más hondo.

Desde que tengo uso de razón- y de sinrazón también- he sido un eterno entusiasta del amor y es por eso por lo que, en el fondo, sigo esperándola. No logro arrancarla porque echó poderosas raíces y la siento como parte de mí. Desearía que todo me diese igual, quisiera borrarla de mi mente, pero no es así. La añoro.

Pudimos haberlo tenido todo y sin embargo…Me siento un payaso.

¿Será consciente Alice de la profundidad de mis sentimientos? ¿Existirá en su vocabulario la palabra “amor” o solo existirán palabras como: “entretenimiento”, “interés” y “juego”?, me pregunto mientras la imagino rasgando, para más tarde devorar, otro incauto corazón o, tal vez, varios. Simultáneamente. Sin piedad.

Y en lo más profundo de mi ser, me alegro por… No, no me alegro, sufro lo indecible. Deseo morir. Deseo matar.

Sin rumbo.

Noche tras noche necesito tomar varios tragos porque he de ahogar mariposas.

-Mi vida, mañana nos volvemos a ver. Lo prometo- balbuceo al oído de la primera desesperada que me hace caso repitiendo, sin ningún convencimiento, esas palabras que aún me duelen y que soy incapaz de olvidar…Y ellas me creen. Como yo que, pobre desgraciado, creí en Alice.

Cambiazo (por Sirvenza)

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Suturo mientras rezo mis plegarias a la Candelaria, pero esta vez es más especial. Es un encargo del mismísimo gobierno. He de hacerlo mejor que nunca. El recipiente está sellado, me dirijo a toda velocidad al hospital, me molesta llevar escolta a mi lado. Me distraen, me espera el mismísimo cirujano en la puerta. Como siempre subo a la capilla del hospital donde permanezco hasta el final de la intervención. Sólo cobro si sobrevive a la cirugía, el resto no es asunto mío.
Todo ha salido como esperaba. Me dirijo a cobrar mis servicios. ¿Cómo que el país me lo agradecerá? Abandono la sala, la escolta me saluda. Me espera una larga noche de mezcal y peyote, pero he de encargar el pan de los muertos para la familia de mi víctima y ganarme la recompensa que le toca por darme parte de ella.

Han pasado dos años, en todo este tiempo he cambiado mi apariencia, he refinado mis modales, perdido mi acento, mis contactos narcos me han ayudado en todo esto y tendrán beneficios. En la distancia soy un nuevo rico mexicano afincado en L.A.
Todo es ficticio pero doy el pego, no queda rasgo de mi pasado en mi nuevo yo, pero todo tiene un porqué.
Se acerca la noche deseada, soy uno de los invitados más esperados entre barbies de silicona y políticos corruptos y demás escoria. Creía que sería más complicado pero siempre se arregla sobornando al servicio. Ahí está el puto gringo, disfrutando del corazón de la dulce bailarina que yo mismo le conseguí. Le sigo el juego, mis carcajadas resuenan por encima de las demás por sus comentarios misóginos, estoy relamiendo sus entrañas mientras asiento a sus palabras vacías.
Se apagará la luz un instante para los fuegos artificiales, será entonces cuando meteré las cascabel en su estancia. Sus ojos vacíos miran la estela de la pirotecnia, ahora son niños, por un momento hasta parecen humanos, tengo prisa.
Me despido cortésmente con la excusa de un familiar que ha enfermado, subo a la habitación, quiero tener decorada la escena.
Que gusto recuperar el sabor del tequila mientras preparo una coartada perfecta. Las plumas de gallina que escondía bajo la camisa, pintadas con carbón de la barbacoa, la sangre la usara luego. Cuando se la exprima a mi moroso cliente. sire Oigo por fin como despide al último de sus invitados. Su ramera no subirá esta noche. No debió aceptar una copa con laxantes de mi mano.
Le espero sereno bebiendo, tras la puerta. Siente mi cuchillo en su garganta y le doy la vuelta para que me mire a los ojos. Le arranco la camisa de un tirón, busco el bisturí en mi bolsillo y corte preciso en el pecho. No ha notado nada. Le arranco el corazón tan rápido que no es capaz de lanzar el menor susurro. Cae tendido al suelo. Envuelvo con delicadeza el órgano que nunca debí sustraer y preparo el intercambio.
Suturo, limpio y esta vez no rezaré, decoro las paredes con frases de santería, no pienso dejar pistas. Una última parada antes de cruzar la frontera que me distancia de mi tierra. Visito el despacho de mi paisano, aquel que me encargo el trabajo. ¿Por el bien de mi patria? Tenía razón, por el bien de mi patria morirá esta noche.
Me presento ante él, pero no silencioso como un cazador, agresivo y directo a su yugular, la sangre brota formando una cascada y entre espasmos se apaga. Reviento la caja fuerte, dinero negro pero sabe a gloria.
Tras cruzar la frontera me siento libre, en paz. En la primera gasolinera compro mezcal para volver a sentirme yo mismo. No puedo dejar de pensar en el forense cuando abra y se encuentre las crías de cascabel donde un día hubo un corazón, las carcajadas ensordecen el ruido del motor y piso a fondo hasta mi próximo destino.
La noche es calurosa y el cementerio está lleno, día de los muertos, se apartan tras mi paso. Llego a su tumba donde su madre está rezando, le entrego lo que le quité y una saca llena de dólares, me escupe a la cara y asiente. Regreso al coche, enciendo un cigarro, busco una cantina. Estoy de nuevo en casa.

COMO UN ARBUSTO

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¿Fuerte y robusto, yo? En teoría iba a serlo, en la práctica jamás lo conseguiré.

Mi mente está tan destrozada como mi cuerpo. No sé si esto tiene arreglo, creo que no.

Cada vez la distancia entre nosotros es menor y solo me consuela pensar que por fin los conoceré. Me emociona pensar en ese abrazo fraternal, en ese imposible cruce de miradas, en esa ansiada a la par que compleja charla… Tantas veces he escuchado hablar de ellos y he visto sus caritas en fotos que tengo la certeza de que sabré quienes son; además mi olfato siempre ha sido excelente y aún lo conservo intacto.

Quiero llorar, quiero gritar, desearía hacer mil cosas, pero no puedo hacer nada. ¿Porqué ahora todo es tan difícil?

Comienzo a resignarme.

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Es cierto que, hasta que me dejaron, llegué a ser buen mozo. Esa ha sido mi desgracia y lo que finalmente ha arruinado mi vida.

Cuando nací era poca cosa y las mujeres de mi familia pusieron tanto empeño en sobrealimentarme que crecí aún más a lo ancho que a lo alto. Aquel excesivo interés por convertirme en el chavalote que nunca debí de llegar a ser lo llevé con más pena que gloria pero, tal vez por mi carácter débil, jamás osé revelarme ante lo que todos creían -quiero pensar que con buena intención- que era lo mejor para mí.

Tía Rosalyn, una fémina tremenda en todos los aspectos a la que considerábamos una más en casa, era un ser tan oscuro como la noche que se dedicaba a asuntos de santería. Sin duda ella era la que más atención y empeño prestaba a mi alimentación. Recuerdo una vez en la que mientras me preparaba una de esas cenas pantagruélicas que olían a mil demonios, y que estaba compuesta por sus habituales guisos a base de “vísceras de animales fuertes y robustos, como lo serás tú, mi Panchito”, dijo que era preferible ser un armario de tres cuerpos al que todos respetasen a ser un tipo enclenque e insignificante en el que nadie se fijase. Toda la familia reía sus ocurrencias y en aquella ocasión lo hicieron también.

Pasaron los años, menos de los que me hubiesen gustado disfrutar, y mis complejos y yo crecimos a la par.

Hoy, al verme en el lamentable estado en el que me encuentro, sin algún órgano vital y salvajemente mutilado, es a ella a la que más culpo. Nunca me gustó. Sin embargo, para mi desgracia, yo he resultado demasiado apetecible para alguien de su oscuro entorno.

Soy un pesado fardo al que han desmoronado que intenta desesperadamente cerrar esos ojos que ya no tiene y que lucha por gritar su dolor sin conseguir emitir un solo sonido mientras espera ese momento, presumiblemente próximo y se supone que liberador, en el que decir adiós a estos momentos de sufrimiento.

Mamá, si me fuese posible hablar, te preguntaría: ¿Por cuánto tiempo seguirás confiando el cuidado de tus hijos a tía Rosalyn? ¿Cuántos tendremos que irnos precipitadamente para que te des cuenta de sus insanas intenciones?…También te diría algo más: Te quiero. Llevo tus raíces.

MI CORTESANA

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on martes, 12 \12\+02:00 marzo \12\+02:00 2013 by lindasta07

Al parecer mi nombre completo es José Manuel Expósito Nardués.

Atiendo a la voz de Manu porque es así como me llaman las pocas personas que me conocen -supongo que lo hacen por abreviar y por facilitar un poco las cosas- y, también, porque a mí me gusta. Sin embargo he de reconocer que jamás he tenido una certeza absoluta de que mi identidad sea la que me hicieron creer las Hermanas durante los dieciocho años que malviví con ellas y con una veintena de personitas a las que acabé cogiendo relativo cariño, quizás porque estaban tan desamparadas e indefensas como yo. Con el paso del tiempo, tras darnos información a cuentagotas y después de mucho preguntar, supimos que a cada uno de nosotros, alguien, un día cualquiera, nos abandonó a las puertas de aquel triste edificio con el propósito de aligerar sus vidas. Eso fue todo lo que nos dijeron las monjas a los preguntones. Nuestros orígenes continúan siendo una incógnita que, con toda seguridad, no se despejará jamás; aunque, curiosamente, más de la mitad de nosotros tengamos como primer apellido Expósito –hoy entiendo el por qué-, y la inmensa mayoría llevemos como apellido materno el nombre de algún pueblo; lo que ya supone una pista, al menos en teoría.

Así de sencillo. Así de complejo.

Tras los muros de aquel convento los niños intentábamos sobrevivir como podíamos pero, aunque jugásemos a soñar e hiciésemos mucho ruido, siempre acabábamos en brazos de una realidad tremendamente silenciosa llamada soledad. A pesar de que lo procuré con idéntico empeño que mis compañeros, allí no conseguí ser feliz. Nunca. El ambiente que se respiraba entre aquellas cuatro paredes, tan ajadas como nuestros corazones, estaba lleno de reproches. El mal flotaba en el aire y, por obra y gracia de esas Hermanas que más que casadas con Dios lo estaban con el mismísimo demonio, el pecado siempre acababa posándose en nuestras aún inocentes cabezas. A pesar de los años que han pasado, continúan  doliéndome las yemas de los dedos, y todavía más las heridas sin cicatrizar que han quedado en mi alma, cuando pienso en los abundantes y desproporcionados castigos con los que nos obsequiaban cada vez que hacíamos alguna trastada que ellas consideraban impropia.

Recuerdo con absoluta nitidez el terrible momento en el que una Hermana aprovechó uno de mis habituales interrogatorios para restregarme sin ningún tacto ni compasión, teniendo en cuenta que yo rondaría por aquel entonces los ocho o nueve años, que estaba con ellas porque mi madre era una mujer fácil a la que estorbé en su día.

 –“ Es una puta”- fueron las palabras textuales que empleó la hiriente Sor Bernadette. – ¿Crees que si de verdad te hubiese querido y hubiese sido como tenía que ser estarías aquí?¡Piensa un poco, Manu, por favor, que ya tienes edad para hacerlo!-

Aquella noche, otra más, no pude dormir. Lloré hasta el amanecer. Amargamente. En silencio.

Fueron años llenos de todo tipo de carencias. Años tristes.

Para ser justos, hoy, a mis mal llevados cuarenta y dos años, y haciendo un repaso mental de esa etapa de mi vida, quiero pensar que hicieron todo aquello con la mejor de las intenciones y con la sana intención de “hacernos hombres de provecho”, como repetía insistentemente Sor Jesús, la única Hermana que evitaba darnos cachetes y collejas.

Fumete (3)

Llevo veinticuatro años viviendo fuera del convento, sin dar explicaciones a nadie, a mi aire, y puedo decir que me siento libre, aunque siga abrazado a  mi compañera soledad y a demasiados paquetes de tabaco, mis únicas compañías desde hace demasiado tiempo. Ya no lloro -si acaso lo hacen mis pulmones- y evito los recuerdos a pesar de que, aún sin desearlo, conserve más de un reproche en el bolsillo de mi sucia americana junto a un mechero que, de poder hacerlo, todo lo quemaría.

98.700 mensajes para enamorarte ( y una carta para…)

Posted in Especial Lamedores, Especial San Valentín, Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 20 \20\+02:00 febrero \20\+02:00 2013 by lindasta07

Clavel (3)

-Pasaba por aquí, he visto tu luz, y he decidido entrar… ¿Puedo decirte algo? Me encantas.

Y así empezó todo.

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Era un día más de un año cualquiera. Ni siquiera recuerdo la fecha. Sé que tú tampoco.

Quiero pensar que ninguno de los dos buscábamos nada y que, sin más, nos encontramos. ¿Demasiado lejos? Tal vez. ¿Demasiado tarde? Probablemente también, aunque eso sea lo de menos.

“Lo nuestro es para siempre”- ¡Cómo me gusta escuchártelo decir, querido!- Cinco palabras que se repiten a menudo entre los miles de mensajes que hemos intercambiado, después de aquella bonita casualidad, que a ambos nos da la vida y nos hace sentir distintos.

Recuerdo que respiré esperanza cuando nos cruzamos en el camino; el mío lleno de piedras, el tuyo sombrío. Te acercaste con cautela y pronto percibí cómo me olfateabas, cómo me bebías, cómo me fumabas, y hasta cómo me soñabas. Poco a poco, como se cocinan los más exquisitos guisos, nos fuimos conociendo hasta enredarnos en esta aventura tan insensata y atrevida que sólo tú y yo conocemos. Tremendo secreto que jamás revelaremos.

Aunque hoy tenga el cuerpo tullido y malherido, sólo me duele el alma porque presiento que, desde el otro lado, me arrastran para conducirme al vacío. Sé que tendré que irme pronto, antes de lo previsto, pero quiero que sepas que seguiré pensándote cada día y que, aún allá, estaré siempre contigo y continuaremos jugando a ilusionarnos, con o sin motivo. No contábamos con esta mala jugada del destino pero, no importa, seguiremos unidos.

¿Para terminar esta carta puedo decirte algo? Me encantas, querido.

«Enamorarse es sentirse encantado por algo, y algo sólo puede encantar si es o parece ser perfección».
Ortega y Gasset, José

Sabor a m-hiel

Posted in Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , on viernes, 16 \16\+02:00 noviembre \16\+02:00 2012 by Jazmín

El café es negro como el demonio, caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce como el amor. Charles Maurice de Talleyrand-Perigord

Me senté en la mesa que se encontraba en el rincón más alejado; la misma, nuestra preferida. El café de aquella mañana no era igual, percibí un aroma diferente, tenía un sabor particular. Llamé a la mesera y cuestioné un poco molesta la calidad del capuchino. <<Es la bebida que siempre pide, señorita>> Me quedé callada; en silencio, no sabía qué decir, ni qué hacer. Asentí con la cabeza y le sonreí. Tal vez la joven tenía razón, eran locuras mías.

Le di otro sorbo a mi café con cautela para no quemarme como lo hice en alguna ocasión; definitivamente a mi gusto no era mismo. Le faltaba algo, y, recordé el momento en el que te veía aparecer por la puerta, guiñándome el ojo. Observé tu caminar hacia mí con esa sonrisa que iluminaba mi mundo. <<Buenos días, cielo>> ese fresco y matutino sabor de tus labios. Un toque de miel se encendía lentamente dentro de mi boca.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que estuve junto a tí, en este sitio, nuestro espacio. Observé la puerta esperando un milagro. Recorrí el lugar con la mirada buscando tus pasos, sólo tu ausencia.

Volví a beber. No había magia en mi paladar. Ahora lo entendía y me rehusaba a aceptarlo; al café de ésta mañana le faltaban tus ojos, tu sonrisa, tu beso de miel. Un par de lágrimas se derramaban dentro de mi bebida. Un sorbo más. El sabor había cambiado; ahora era fuerte, amargo… hiel. Busqué tus besos en el menú de la carta.

No estaban.

No volverías. Suspiré. Respiré. Escapé.

BOBO («El saboteador de ilusiones»)

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 19 \19\+02:00 septiembre \19\+02:00 2012 by lindasta07

Nací con dificultades. Me lo dijo mamá. También comentó que nada más verme pensó en papá y que, aún habiéndolo querido tanto, en esos instantes no se acordó de él para bien. Además repetía constantemente que le odió de una manera tan irracional que se alegró de no tenerle cerca porque, sin lugar a dudas, le hubiese matado. ¿Los motivos?  Ese padecimiento inhumano – así lo calificaba ella- que  sufrió en el momento del parto, amén del  nefasto resultado obtenido después de tantas horas de pasión desenfrenada y tanto empeño puesto –insistía en que sólo por su parte- por engendrar al retoño más bonito del mundo. Aunque lo refiriese con una seriedad y un aplomo dignos de ser tenidos en cuenta, yo nunca la creí. Mamá decía muchas cosas pero, a la hora de la verdad, era incapaz  de hacer nada más allá que, de cuando en cuando, aplastar a algún pesado mosquito que nos incomodaba alguna noche de verano; así que, ¡como para matar a un hombretón de uno noventa y de más de cien kilos de peso!… ¡Imposible!

A los muchos años supe que es normal que en unos momentos como aquellos, plagados  de dolor,  irritabilidad, fatiga, y también de sentimientos encontrados, más de la mitad de las madres primerizas tengan malos pensamientos para con los papás de sus vástagos. Y la mía, a pesar de ser casi una santa, estaba claro que no iba a ser diferente a las demás en estos asuntos.

Sé que en nuestro primer contacto visual sintió cómo le caía el mundo encima. A plomo. Sin contemplaciones. Alguien me dijo que lloró con infinita amargura cuando la comadrona me depositó, aún caliente y bastante amoratado, sobre su pecho. Comentaron que, al mirarme fijamente a los ojos, dijo algo similar a: “Bobo, ¡mira que eres feo, hijo de tu difunto padre!…¡Me va a costar una vida entera y parte de otra aceptarte! Y que, elevando la vista al cielo, preguntó: ¿Dios mío, qué he hecho para recibir semejante castigo? Por lo visto, ella esperaba dar a luz a un niño regordete y de grandes ojos azules; sin embargo la cigüeña tuvo la mala baba de obsequiarle con una ser de belleza oculta… por no decir inexistente. Nací peludo, feo a rabiar, flaco, y más arrugado que un traje de lino de esos que se utilizan tan solo los domingos y las fiestas de guardar; y de ahí su terrible decepción. Fui considerado como un fallo de la Naturaleza y, de inmediato, pasé a convertirme en su particular saboteador de ilusiones. Sé que tras semejante sofocón, y una vez minimizada la impresión inicial, mamá se encomendó a todos los santos para que su primogénito –o sea yo- fuese un bendito que no le diese demasiado trabajo pero, ¡pobrecita mía!, ni para eso tuvo suerte -porque está claro que nadie debió de escuchar sus súplicas- y fui un bebé de llanto constante y desconsolado, convirtiéndome así en un ser digno de ser repudiado por cualquier mortal…y mamá, por desgracia, lo era.

La abuela refirió cómo la había visto en múltiples ocasiones paseándome a altas horas de la noche, con la mirada ausente y una desgana impropia en una madre primeriza, por el largo y estrecho pasillo de casa. Incluso me dijo que recordaba con gran nitidez una fría mañana en la que alzó la mirada hacia nuestro  piso y, al ver  cómo asomaba por la ventana del dormitorio mi medio cuerpecillo indefenso, temió por mi integridad física y subió a trompicones los doscientos treinta y seis escalones que la separaban de lo que hubiese sido un trágico suceso: el fin de mi corta y azarosa existencia. Con su rápida intervención logró ponerme a salvo para después centrarse en tranquilizar a mi desquiciada mamá; así que, si a alguien le debo realmente la vida, es a ella, a la abuela Paca.

Pasaron los años -más mal que bien- y crecí con el apodo de “Bobo”. Me acostumbré a vivir con ello…¡Qué remedio me quedaba! También me hice a que absolutamente todos, tanto familiares como amigos y vecinos, llegasen a pensar que  había sido un error que yo naciese. Y llegaron a esa conclusión porque, según ellos, mi presencia terminó por desequilibrar -si cabe- aún más a mamá. Yo no lo creo. Hay que recordar que ella sufrió un trauma del que jamás llegó a recuperarse por completo cuando, al poco de saberse embarazada, papá falleció de lo que diagnosticaron como un “cólico miserere”. Él, que según las cerca de cien fotografías que empapelan mi dormitorio torturándome a diario, era un tipo atractivo y de complexión atlética, se cubrió de gloria al hacerme a mí. ¡Qué poco empeño puso, la verdad!, solía reprocharme la abuela, que tenía un gusto exquisito para temas  relacionados con la estética y, al verme a mí tan falto la belleza física, procuraba esquivar su mirada por no romperme el corazón y, egoístamente, para no herir sus azulados y sensibles ojos. Según dicen, – pienso que por contribuir a que mi  autoestima suba del sótano a la segunda planta – de mi papá he heredado algo muy importante: un buen corazón. Siendo sincero, hubiese preferido nacer malote, guapo y un poco -o un mucho-  más espabilado, pero he llegado a la conclusión de que resignarse es de cristianos, y yo lo soy, creo. Probablemente, de no ser por eso, no hubiese sido capaz de cuidar de mamá con tanto amor y dedicación en estos últimos tiempos. Pero, como digo, he sido un hijo ejemplar y  no he permitido que se separe de mí ni tan siquiera un segundo; y la he atendido como debía y, sin duda alguna, como ella merece.

Recuerdo como si fuese hoy, y ya ha pasado cerca de un año, a la abuela Paca rogándome en su lecho de muerte que no abandonase a su única hija: “Por nada del mundo la descuides… Mantenla siempre en buen estado…¡¡Por Dios te lo pido, Bobo!!”, dijo con un hilillo de voz antes de dejarnos. Y yo, que siempre he sido obediente, lo he hecho desde entonces de la mejor manera que he sabido, o que he podido -que viene a ser lo mismo en mi caso-. No en vano, mamá sigue bellísima y a día de hoy se conserva estupendamente. Siempre la tendré a mi lado. Sería incapaz de abandonarla a pesar de que ella intentase hacerlo conmigo en mil ocasiones. Yo la quiero.

La abuela fue la única persona de la familia que me comprendió y que confió en mis recursos y, allá dónde esté ahora, seguro que se sentirá orgullosa de su pequeño Bobo porque dejó a su hija en unas manos, si no sabias, sí hacendosas.

Primero lloré, y luego pensé y pensé…Aunque las posibilidades fuesen infinitas, encontré la solución ideal para mamá a los pocos días del fallecimiento de mi anciana protectora: el formol.

 

-Bobo, mejor no la hubieses podido mantener…¡¡Eres un fenómeno de la naturaleza, guapete!!- me digo satisfecho cada día cuando me deleito mirando esa cara que, por fin, no dibuja rechazo cuando estamos solos, ella y yo, frente a frente.