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EL QUEBRANTO DE LAIA

Posted in - Fotos origen de los relatos, Especial Lamedores, Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on martes, 11 \11\+02:00 febrero \11\+02:00 2014 by lindasta07

1383442_10202121104622963_973091126_n.jpg DUELE

No existían signos de violencia, tampoco se apreciaban heridas externas anómalas; sin embargo, en el ambiente se percibía un nauseabundo olor capaz de matar a la propia muerte.

Duele ver que los que ayer fuesen unos chispeantes ojos verdes hoy estuviesen bañados por un intenso azul noche y que llorasen en silencio, aunque de manera escandalosa, mientras hablaban de sufrimiento y de intenso dolor.

Ella había llegado a quererlo más que a su propia vida.

                                                      *******************

 Laia decidió dejar su Madrid natal con apenas veintidós años y lo hizo con ilusión. Sabía que allá, en su nuevo destino, las cosas serían distintas, tal vez difíciles, pero nada ni nadie consiguió convencerla de que no lo hiciera. Tuvo claro desde niña lo que quería:  Ayudar a los que más lo necesitaban.

La primera vez que escuchó la palabra “mamacita” de boca de un mocoso con un brillo impactante en la mirada,  una amplia sonrisa se dibujó en su  rostro. Se sintió feliz. La maternidad fue una de las cosas a las que había renunciado por propia voluntad. Nunca la echó de menos. En aquellos veinticinco largos años habían pasado por su improvisada aula centenares de muchachitos  a los que siempre consideró como sus propios hijos. Ellos la querían mucho, ella los quería más.

El 23 de octubre – lo de menos es de qué año hablemos- fue un día clave en la vida de aquella mujer que ya peinaba canas y a la que ahora resultaba imposible reconocer porque, desde entonces, ya no reía a carcajadas como acostumbraba a hacer -con o sin motivo- meses atrás.

Cuando se conoció la noticia, el poblado entero se conmocionó. Llegó a destiempo,  probablemente también en el peor de los momentos, y las  circunstancias fueron las que fueron… las que nunca debieron haber sido.

Laia fue la primera en intentar olvidar el varapalo sufrido. Jamás debió adentrarse sola por la selva, era peligroso, siempre lo supo, pero ahora ya no había vuelta atrás:  el mal ya se lo habían hecho.  Por fortuna ahora tenía una edad en la que existían las prioridades, así que intentó olvidar lo ocurrido y decidió  que él  sería su prioridad.

Transcurrieron nueve duros y esperanzados meses. Todo marchaba según lo previsto.

El día amaneció especialmente húmedo, oscuro, triste. Ella sudó como nunca, también gritó como nunca. Cuando llegó el momento, un dolor desgarrador invadió  sus entrañas y pensó: La vida se abre camino.

…No fue así.

DESECHABLE

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BOOTS (2)

Nací para mandar, para dominar. Me gusta sentir que tengo el control, que soy respetada, que nadie ni nada puede subyugarme. Imposible imaginar siquiera lo contrario porque entonces no sería yo, sería alguno de los otros, pertenecería al grupo de los débiles, de los subordinados. Es sencillo: Yo estoy aquí, ellos están allá. Todo tiene que ser tal y como previamente he planificado, no soporto los imprevistos.

El físico es una carta de presentación, para bien o para mal. El mío es el que corresponde a una persona de carácter. Mis rasgos son fuertes y  me satisface exagerarlos. Cuando dejo a un lado el papel de niña buena, ese que tanto aborrezco pero que tengo que ejercer puntualmente de cara a la galería, me esmero con el siguiente  ritual: Cardo con exagerada dedicación mi salvaje melena azabache, maquillo con polvo de arroz un rostro ya de por sí níveo, perfilo mis párpados hasta lograr una peligrosa mirada felina que intencionadamente lo dice todo y, casi para acabar,  doy un toque de rojo carmín a una boca que apenas habla porque no  necesita expresar nada más allá de cuatro ordenes claras y concisas. Continúo la puesta en escena enfundándome en un frío body de látex que se adhiere a mi piel hasta completar mi auténtico yo, y ya para rematar, dejando momentáneamente a un lado el látigo de siete puntas que más tarde se convertirá en una  prolongación de mi ser, calzo mis botas de cuero negro de caña alta y tacón de aguja de veinte centímetros.

Es excitante sentirse superior cuando ellos suplican clemencia lloriqueando bajo mis pies mientras ambos disfrutamos. Son tan dóciles, tan encantadoramente complacientes… Les ajusto una correa al cuello y se dejan hacer. Son tal y como deseo.

No me gustan las concesiones y nunca hasta entonces las había hecho, porque soy la que lleva las riendas, la que mando, pero con él tuve una deferencia… ¡Estúpida de mí, por primera vez me equivoqué!

Soy “Lady DeaDomina”.  A mis amantes les insto a que me llamen así pero al último quise sorprenderle, tal vez porque le percibí más indefenso que al resto, y le permití un par de licencias: La primera, elegir el que sería mi nombre durante aquella noche; la segunda, decidir algo novedoso para ese juego que estaba a punto de comenzar. Su reacción fue encogerse de hombros simulando resignación, algo que me hizo gracia, aunque me contuve y no esbocé ni una sonrisa. Nunca  flaqueo. No me lo permito.

Sean era joven, alto, y delgado en extremo. Parecía muy sumiso. Me gustó.

 Desde el primer momento le indiqué cuales eran las normas, mis normas. La más importante de ellas era que, al igual que todos mis siervos, tenía prohibido mirarme directamente a los ojos.

 Fijando sus pupilas en el suelo y con  un notable  tono de voz masculino mi amante confesó que su fetiche eran las botas. Te llamaré «Boots»- dijo sin dudar. Asentí con la cabeza dando mi aprobación. <<¡Qué poco original va a resultar este último entretenimiento!>> – pensé. Un tanto airada porque intuí que me aburriría con aquel jovenzuelo, encaminé mis pasos hacia la cocina. Él me siguió como todos, como un perro. Una vez allí abrí la puerta de la despensa permitiéndole que señalase algo del armario. No dudó, eligió la miel. Me pareció una buena idea. Cogí un bote y le obligué a esparcirlo por el suelo. Tal y como era de suponer, obedeció. Me situé sobre ese charco amarillento, denso y viscoso, y separé las piernas hasta formar un ángulo aproximado de cuarenta y cinco grados. Mi esclavo comenzó con su trabajo, que no era otro que lamer mientras yo supervisaba su labor. Según las órdenes que previamente le había dado, debía quedar todo reluciente, incluidas mis botas. Era lento, meticuloso, se recreaba y su forma de hacer me estaba poniendo a mil pero, transcurrido un tiempo que me resulta difícil de calcular, vi en su rostro una mueca de desagrado, o tal vez fuese de cansancio, y aquello me enojó. Tras propinarle un número indeterminado de latigazos, tiré con fuerza de la correa -quizás con demasiada fuerza- y fue entonces cuando Sean  incumplió lo pactado. Levantó la cabeza y me miró a los ojos con desafío, algo que me enfadó muchísimo porque nunca antes nadie se había atrevido a desobedecerme.  Estaba claro que con él todo iba a ser distinto.

-No me ha gustado ni lo que has hecho ni cómo lo has hecho, “Boots” – dijo en un tono tan brusco que me encendió aún más.

-No me interesa saber qué te gusta ni cómo te gusta. Odio lo que estás haciendo ahora. Este no era el plan. ¡¡ No vuelvas a poner tus pupilas en las mías o lo pagarás caro!!  Te castigaré y seré dura…Muy dura.-  Intenté zanjar el tema  poniendo a cada uno en el sitio correspondiente: A él a ras de suelo y a mí a veinte centímetros más allá de mi metro sesenta y seis.

Sean, contrariándome una vez más, se puso en pie. Era más alto que yo y sé que con aquel gesto intentó intimidarme. Se confundió si supuso que me iba a debilitar al pensar que aquella partida se me estaba yendo de las manos porque, lejos de hundirme y pensar que mi sirviente había cogido cierta ventaja, me crecí y se reafirmaron mis ganas de triunfo. Continuó retándome y, en un momento dado, osó acercar sus labios aún impregnados en miel  a mi rostro. Comenzó a lamerlo mientras con su mano izquierda tiraba de mi pelo hacia atrás. Me repugnó su acto. Aunque por un lado admiré en silencio su valentía, por el otro, por el importante, deseé matarle. Lo que comenzó como un juego derivó en una especie de lucha entre nosotros en la cual la agresividad y la ira llegaron a su máxima expresión. Él estaba muy excitado.  Me empujó y caí de espalda quedando indefensa y prácticamente adherida al pavimento. Él se abalanzó sobre mí y comenzó a mordisquear con una rabia desmedida cada parte de mi cuerpo buscando  mi dolor físico, pero sobre todo el psíquico…Y me hacía daño, mucho daño, demasiado. La furia se apoderó de mí nublándome la vista, vi todo negro y, por última vez, tiré de su collar…Fuerte, muy fuerte, demasiado fuerte… Ahora la  excitada era yo.

Tras dejar a un lado aquel momentáneo tono  rojizo que tan poco me favorecía,  recuperé mi blancura habitual y los jadeos se transformaron de nuevo en una respiración serena. Él, pobre desgraciado, fue incapaz de hacer ninguna de las dos cosas, así que me quité de encima su cuerpo inerte que, para mi sorpresa, pesaba más de lo que suponía. A pesar de que llegó a confundirme Sean resultó ser, como todos,  un fracasado más.

                                                                            *************************

Mientras me despojaba de mi auténtica piel una amplia sonrisa se dibujo en mi duro rostro – ahora sí me lo permití- y pensé: Con “Lady DeaDomina» se juega de acuerdo a sus normas, de lo contrario se pierde siempre. Ese es el trato.

 

 

«A SACO»

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Desde el preciso instante en el que entró por la puerta de clase sentí debilidad por ella. Tan insignificante, tan pequeña, tan especial, que resultó ser un objetivo fácil para ciertas alimañas del instituto. Y los otros, los adultos, por desgracia tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias. Todos cerraban los ojos ante lo evidente y ella, que necesitaba de alguien que diese luz a su oscuridad, no encontró ninguna bombilla capaz de iluminar su camino. Yo, aunque lo intenté, tampoco encontré la forma de hacerlo y ése se convirtió en el primer fracaso de mi vida.


A pesar del tiempo transcurrido desde el inicio de aquel curso, recuerdo que no soportaba ver cómo alguna cuadrilla de envalentonados imberbes se burlaba de mi compañera de pupitre. Me resultaba especialmente detestable la actitud de Ricardo, un jovencito con ínfulas de galán de Hollywood que se sentaba una fila más allá y que, conocedor de los sentimientos de una Inés que bebía los vientos por él, la despreciaba a diario con hirientes mofas que unos reían a carcajadas mientras ella lloraba en silencio.


Si bien es cierto que esa chica de semblante azulado resultaba un tanto extraña y que sus estrategias por llamar la atención de su idealizado Romeo eran poco elaboradas, no pasando de la simplicidad de dibujar en una cuartilla voladora un corazón atravesado por una flecha –que, para su vergüenza, a menudo llegaba al pupitre menos adecuado-, creo que no merecía el aislamiento al que la tenían sometida el resto de estudiantes. Era nueva en el centro y nadie favoreció su integración, esa fue la cruda realidad.

 

Inés almorzaba siempre en el mismo rincón del patio, un lugar tan sombrío como ella. Yo era, amén de su manzana, esa esporádica  compañía que, sin hacer ruido, se sentaba  junto a aquella muchacha de largas trenzas de color panocha que contaba sin cesar los dedos de su mano izquierda. La observaba atentamente y me moría de ganas por descubrir el porqué de la que parecía su particular obsesión. Un día la interrogué sobre el significado de aquel gesto que repetía hasta la saciedad y, sin mirarme a los ojos,  dijo que le gustaba imaginar el número de personas para los que su existencia significaba algo, pero que le sobraban dedos… Todos los dedos. ¿Y por qué siempre son los de la mano izquierda, Inés?- pregunté curiosa. Porque son los que están más cerca del corazón- respondió. Escuchar aquello me animó a seguir indagando y, no sin cierto esfuerzo, mi compañera de pupitre se abrió hasta descubrirme el bucle de negros que tenía su vida. Nunca se sintió querida. Nunca fue feliz. Fue a partir de aquella confesión cuando me propuse ser su protectora e intenté evitar que la dañasen. Si nadie merecía sufrimientos extras, aún menos ella.

Pasó la primera semana de curso con relativa tranquilidad pero, a raíz de los resultados de aquel endemoniado trimestre, todo se torció. Inés era estudiosa y sus resultados fueron brillantes, cosa que enfureció a más de uno ya que, según ellos, eso provocaría una subida en el nivel de exigencia por parte de los profesores. Entre todos comenzaron a hacerle la vida imposible, y ella aguantó, y aguantó hasta que ya no pudo más. Resultado: Algo en su cabeza dejó de funcionar correctamente y trajo consigo una peligrosa explosión.

Aquel parecía que iba a ser un día más de otoño aunque a lo lejos se escuchasen ya los pasos de un invierno que venía cargado con una mochila de frío. La mañana estaba desapacible y muy ventosa.  Junto a los pies de Inés se formó un gran remolino de hojas y sobre nuestras cabezas se posaron unas nubes impertinentes y negras. Mal presagio. Ella comía una manzana, como siempre, y contaba sus dedos, como siempre también. Estábamos sentadas en el bordillo cuando Ricardo se acercó y, empleando ese tono chulesco que tanto le caracterizaba, dijo: “Soy tu Adán y comería con gusto tu rica manzana, Sandra. Lo sabes.” Luego, mirando de reojo a una Inés incapaz de separar los ojos de su manzana y del suelo, espetó: “La tuya no, que estará podrida, bicho. ¿Quién podría querer algo de ti,  fea mazorca?”. Ella se transformó al escuchar aquellas duras palabras e inmediatamente levantó su cara -antes de nieve y ahora de fuego- y miró a Ricardo con una mezcla de odio y rabia. Fue rápida, muy rápida, y tardó menos de un minuto en abalanzarse sobre ese ponzoñoso ser para clavarle -con la mejor de las punterías- la navaja que utilizaba diariamente para mondar la fruta que llevaba como almuerzo. Él quedó tendido en el suelo sangrando abundantemente y quejándose como un lobo herido, y ella… Ella, ante el estupor de los allá presentes, se rebanó las yemas de los dedos de su mano izquierda mientras, con las órbitas de los ojos fuera de sí, gritaba una y otra vez: ¡¡Corazón a cero!! ¡¡Corazón a cero!!

Inés fue expulsada del instituto. Nunca más supimos nada de aquella misteriosa muchacha. Siguió la vida, la de todos, incluida la de Ricardo, y quiero suponer que la suya también.

Hoy solo me arrepiento de no haber sido capaz de cumplir la promesa que me hice a mí misma: No la protegí de nadie, ni de ella misma. Y la dañaron. Y se dañó… ¿Mortalmente? Es posible.     

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«A MIS PIES, CABALLEROS»

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Una vez escuché decir a un agricultor que abril era un mes complicado para el campo. Ahora sé de primera mano que también lo es para determinadas personas, puesto que yo me encuentro -no sé si muy a mi pesar o no- dentro de ese complejo grupo al que podríamos denominar como: “Candidatos ideales para hacer, un día cualquiera, más de una tontería”. También recuerdo que habló acerca de los beneficios de utilizar ceniza para el cultivo de plantas.

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Creí -reconozco que con cierta ingenuidad- haber podado de raíz los problemas cuando comencé con este juego pero, lejos de lograrlo, esta afición se ha convertido en una obsesión. Sólo pienso en flores.

Hoy, mientras miro el espejo del salón, ese que lo ha visto todo, hasta lo que nunca debió,  me recreo con ese peculiar sabor agridulce que aún perdura en mi boca mientras rememoro un refrán que dice: “En abril, cortas un cardo y te crecen mil”.

Hace tiempo tú eras mi cardo favorito, querido, pero actualmente ya no gozas de ese privilegio. Ha pasado el tiempo y te has convertido en un adorno más de mi jardín… En uno más.

Después de aquella experiencia juré una y mil veces que no me dejaría abrazar por otras garras como las tuyas. Había sufrido más de lo aconsejable con nuestra relación y no quería más noches de agua ni deseaba más amaneceres de hielo. En principio mi intención era clara y siempre pensé que sabía lo que me convenía, pero a la vista está que no es así, puesto que eché a perder todo cuando dejé mi impoluto pañuelo apoyado en la mesita de noche y abrí la ventana para escuchar los cánticos de los cucos y, de paso,  para permitirle al sol que me sonriese  de  nuevo. En aquel momento el cielo estaba despejado y algo en mí me arrastró a conocer otras malas hierbas que acabarían empujándome, una vez más, a poner en funcionamiento la chimenea de mi hogar.

Al acabar contigo – tú, mi particular farsante de invierno, ése que durante las frías noches me proporcionó unas veces sosiego y la mayor parte de ellas zozobra- supuse que se habrían calmado tanto mi alocada mente como mi revoltoso corazón, pero nada más lejos de la realidad. Después de aquello, año tras año, estación tras estación, razón y alma se alían para suplicarme que eche más carne al fuego y yo, siempre que la ocasión lo permite, me esfuerzo por complacerles. Es cierto que tú fuiste el primero y por eso me gustaría sentirte como a alguien especial y distinto pero, tremendo error, tan sólo fuiste el que abrió el camino a esta mi nueva afición, tan sólo eso.

Ya no necesito a nadie y, sin embargo, os tengo a todos junto a mí, siempre a mis pies. Cada vez tengo más claro que, de vez en cuando, es necesario perder la razón para ser feliz.

Ahora estoy tranquila y me relaja ver cómo vosotros, mis amantes – unos narcisos que resultasteis ser cardos-, os habéis convertido en cenizas hasta transformaros en forzados nutrientes para mis flores y plantas. Únicamente hay algo que, sin llegar a provocarme el vómito, me incomoda, y no es otra cosa que el olor que desprenden vuestros pestilentes cuerpos cuando arden… Pero, bueno, entiendo que sea el canon que hay que pagar para disfrutar de mi precioso jardín.

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Voy a dejar de contemplar mi sonrisa en el espejo, que se hace tarde y tengo que poner en funcionamiento la chimenea de nuevo.

Hoy toca ser feliz.

Cambiazo (por Sirvenza)

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Suturo mientras rezo mis plegarias a la Candelaria, pero esta vez es más especial. Es un encargo del mismísimo gobierno. He de hacerlo mejor que nunca. El recipiente está sellado, me dirijo a toda velocidad al hospital, me molesta llevar escolta a mi lado. Me distraen, me espera el mismísimo cirujano en la puerta. Como siempre subo a la capilla del hospital donde permanezco hasta el final de la intervención. Sólo cobro si sobrevive a la cirugía, el resto no es asunto mío.
Todo ha salido como esperaba. Me dirijo a cobrar mis servicios. ¿Cómo que el país me lo agradecerá? Abandono la sala, la escolta me saluda. Me espera una larga noche de mezcal y peyote, pero he de encargar el pan de los muertos para la familia de mi víctima y ganarme la recompensa que le toca por darme parte de ella.

Han pasado dos años, en todo este tiempo he cambiado mi apariencia, he refinado mis modales, perdido mi acento, mis contactos narcos me han ayudado en todo esto y tendrán beneficios. En la distancia soy un nuevo rico mexicano afincado en L.A.
Todo es ficticio pero doy el pego, no queda rasgo de mi pasado en mi nuevo yo, pero todo tiene un porqué.
Se acerca la noche deseada, soy uno de los invitados más esperados entre barbies de silicona y políticos corruptos y demás escoria. Creía que sería más complicado pero siempre se arregla sobornando al servicio. Ahí está el puto gringo, disfrutando del corazón de la dulce bailarina que yo mismo le conseguí. Le sigo el juego, mis carcajadas resuenan por encima de las demás por sus comentarios misóginos, estoy relamiendo sus entrañas mientras asiento a sus palabras vacías.
Se apagará la luz un instante para los fuegos artificiales, será entonces cuando meteré las cascabel en su estancia. Sus ojos vacíos miran la estela de la pirotecnia, ahora son niños, por un momento hasta parecen humanos, tengo prisa.
Me despido cortésmente con la excusa de un familiar que ha enfermado, subo a la habitación, quiero tener decorada la escena.
Que gusto recuperar el sabor del tequila mientras preparo una coartada perfecta. Las plumas de gallina que escondía bajo la camisa, pintadas con carbón de la barbacoa, la sangre la usara luego. Cuando se la exprima a mi moroso cliente. sire Oigo por fin como despide al último de sus invitados. Su ramera no subirá esta noche. No debió aceptar una copa con laxantes de mi mano.
Le espero sereno bebiendo, tras la puerta. Siente mi cuchillo en su garganta y le doy la vuelta para que me mire a los ojos. Le arranco la camisa de un tirón, busco el bisturí en mi bolsillo y corte preciso en el pecho. No ha notado nada. Le arranco el corazón tan rápido que no es capaz de lanzar el menor susurro. Cae tendido al suelo. Envuelvo con delicadeza el órgano que nunca debí sustraer y preparo el intercambio.
Suturo, limpio y esta vez no rezaré, decoro las paredes con frases de santería, no pienso dejar pistas. Una última parada antes de cruzar la frontera que me distancia de mi tierra. Visito el despacho de mi paisano, aquel que me encargo el trabajo. ¿Por el bien de mi patria? Tenía razón, por el bien de mi patria morirá esta noche.
Me presento ante él, pero no silencioso como un cazador, agresivo y directo a su yugular, la sangre brota formando una cascada y entre espasmos se apaga. Reviento la caja fuerte, dinero negro pero sabe a gloria.
Tras cruzar la frontera me siento libre, en paz. En la primera gasolinera compro mezcal para volver a sentirme yo mismo. No puedo dejar de pensar en el forense cuando abra y se encuentre las crías de cascabel donde un día hubo un corazón, las carcajadas ensordecen el ruido del motor y piso a fondo hasta mi próximo destino.
La noche es calurosa y el cementerio está lleno, día de los muertos, se apartan tras mi paso. Llego a su tumba donde su madre está rezando, le entrego lo que le quité y una saca llena de dólares, me escupe a la cara y asiente. Regreso al coche, enciendo un cigarro, busco una cantina. Estoy de nuevo en casa.

COMO UN ARBUSTO

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¿Fuerte y robusto, yo? En teoría iba a serlo, en la práctica jamás lo conseguiré.

Mi mente está tan destrozada como mi cuerpo. No sé si esto tiene arreglo, creo que no.

Cada vez la distancia entre nosotros es menor y solo me consuela pensar que por fin los conoceré. Me emociona pensar en ese abrazo fraternal, en ese imposible cruce de miradas, en esa ansiada a la par que compleja charla… Tantas veces he escuchado hablar de ellos y he visto sus caritas en fotos que tengo la certeza de que sabré quienes son; además mi olfato siempre ha sido excelente y aún lo conservo intacto.

Quiero llorar, quiero gritar, desearía hacer mil cosas, pero no puedo hacer nada. ¿Porqué ahora todo es tan difícil?

Comienzo a resignarme.

***************************

Es cierto que, hasta que me dejaron, llegué a ser buen mozo. Esa ha sido mi desgracia y lo que finalmente ha arruinado mi vida.

Cuando nací era poca cosa y las mujeres de mi familia pusieron tanto empeño en sobrealimentarme que crecí aún más a lo ancho que a lo alto. Aquel excesivo interés por convertirme en el chavalote que nunca debí de llegar a ser lo llevé con más pena que gloria pero, tal vez por mi carácter débil, jamás osé revelarme ante lo que todos creían -quiero pensar que con buena intención- que era lo mejor para mí.

Tía Rosalyn, una fémina tremenda en todos los aspectos a la que considerábamos una más en casa, era un ser tan oscuro como la noche que se dedicaba a asuntos de santería. Sin duda ella era la que más atención y empeño prestaba a mi alimentación. Recuerdo una vez en la que mientras me preparaba una de esas cenas pantagruélicas que olían a mil demonios, y que estaba compuesta por sus habituales guisos a base de “vísceras de animales fuertes y robustos, como lo serás tú, mi Panchito”, dijo que era preferible ser un armario de tres cuerpos al que todos respetasen a ser un tipo enclenque e insignificante en el que nadie se fijase. Toda la familia reía sus ocurrencias y en aquella ocasión lo hicieron también.

Pasaron los años, menos de los que me hubiesen gustado disfrutar, y mis complejos y yo crecimos a la par.

Hoy, al verme en el lamentable estado en el que me encuentro, sin algún órgano vital y salvajemente mutilado, es a ella a la que más culpo. Nunca me gustó. Sin embargo, para mi desgracia, yo he resultado demasiado apetecible para alguien de su oscuro entorno.

Soy un pesado fardo al que han desmoronado que intenta desesperadamente cerrar esos ojos que ya no tiene y que lucha por gritar su dolor sin conseguir emitir un solo sonido mientras espera ese momento, presumiblemente próximo y se supone que liberador, en el que decir adiós a estos momentos de sufrimiento.

Mamá, si me fuese posible hablar, te preguntaría: ¿Por cuánto tiempo seguirás confiando el cuidado de tus hijos a tía Rosalyn? ¿Cuántos tendremos que irnos precipitadamente para que te des cuenta de sus insanas intenciones?…También te diría algo más: Te quiero. Llevo tus raíces.

EL INALCANZABLE SUEÑO DE VENUS

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on viernes, 5 \05\+02:00 octubre \05\+02:00 2012 by lindasta07

Intuía que nadie la esperaría al otro lado. Daba igual. Ella estaba acostumbrada a que no le abriesen la puerta cada vez que llegaba con los pies rotos y el alma cuarteada. A pesar de ello era optimista y se prohibía a sí misma caer y no levantarse inmediatamente. Su espíritu luchador por naturaleza jamás hubiese permitido una derrota, y por nada del mundo hubiese deseado defraudar a nadie, así que, se pintó una sonrisa de color frambuesa y soñó por última vez.

Venus llevaba media vida buscando esa luz que desde niña le fue esquiva. Siempre supo que, de encontrarla, – tan sólo en contadísimas ocasiones llegó a dudar de la existencia de esa fuente de vida- estaría muy lejos y, con toda probabilidad, escondida tras algún parapeto para no ser descubierta; pero ella no perdía la esperanza y empleó a fondo una energía que, aunque objetivamente fuese escasa, se disfrazaba de infinita. Era vital lograr su objetivo… El tiempo apremiaba.

Con el trascurso de los años Venus había aprendido algo muy importante: Rodearse de media docena de alborotadores no significa estar acompañado;  tampoco es sinónimo de sentirse arropado. Por eso y por mil razones más, también difíciles de explicar, fue consciente de que debía seleccionar con sumo cuidado con quién deseaba vivir esa incierta aventura. En esta ocasión desechó a Soledad de la lista de candidatas, aunque en un principio pensase recorrer el trayecto junto a ella, por considerarla su sombra. Tras sopesar los pros y los contras de su decisión, emprendió aquel viaje agarrada con una  fuerza desmedida al brazo de Victoria, su invisible amiga. Y así, aparentemente adheridas, iniciaron aquella  búsqueda con la esperanza de que, en el momento más inesperado, una luz sanadora y eterna les guiase por tan inciertos senderos.

La oscuridad ahogaba a los desesperados. Siempre lo supo. Tenía claro que no deseaba pertenecer a ese grupo y buscaba una huída. De hecho, llevaba demasiados años corriendo para no dejarse alcanzar por esa ceguera impuesta y, hasta la fecha, lo había conseguido. A Venus le horrorizaba la idea de morir asfixiada,  por eso, esa luz que llenaría de oxígeno sus pulmones se había convertido en una necesidad, en su particular obsesión. Todo iba a cambiar cuando saliese de esa perpetua penumbra en la que malvivía.  Deseaba tanto no morir marchitada, ajada, destrozada…

Sin embargo sintió una frustración indescriptible cuando comprobó que los recortes en el suministro lumínico habían llegado incluso al otro lado. ¡No lo podía creer! Estaba apunto de tocar el cielo con las yemas de sus dedos, lo tenía todo tan cerca…¿Quién habrá sido el insensato que ha decidido apagarlo todo?- se preguntó, incrédula y decepcionada.

Con un mar incontrolado de lágrimas recorriendo su rostro, dijo adiós a Ilusiones y se abrazó con fuerza a Esperanza en busca de la protección que tanto necesitaba en aquellos momentos de intenso amargor; pero nada se puedo hacer. Venus -que siempre tuvo miedo a la oscuridad-, cerró sus pulmones,  dejó de correr y transformó su sonrisa en mueca. Se fue sin iluminar su existencia sintiéndose desamparada e indefensa; probablemente, porque Victoria –su ficticia compañera de viaje, y tal vez no tan amiga como ella creyó- la soltase del  brazo antes de finalizar el trayecto, abandonándola a su suerte…A su mala suerte.

BOBO («El saboteador de ilusiones»)

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 19 \19\+02:00 septiembre \19\+02:00 2012 by lindasta07

Nací con dificultades. Me lo dijo mamá. También comentó que nada más verme pensó en papá y que, aún habiéndolo querido tanto, en esos instantes no se acordó de él para bien. Además repetía constantemente que le odió de una manera tan irracional que se alegró de no tenerle cerca porque, sin lugar a dudas, le hubiese matado. ¿Los motivos?  Ese padecimiento inhumano – así lo calificaba ella- que  sufrió en el momento del parto, amén del  nefasto resultado obtenido después de tantas horas de pasión desenfrenada y tanto empeño puesto –insistía en que sólo por su parte- por engendrar al retoño más bonito del mundo. Aunque lo refiriese con una seriedad y un aplomo dignos de ser tenidos en cuenta, yo nunca la creí. Mamá decía muchas cosas pero, a la hora de la verdad, era incapaz  de hacer nada más allá que, de cuando en cuando, aplastar a algún pesado mosquito que nos incomodaba alguna noche de verano; así que, ¡como para matar a un hombretón de uno noventa y de más de cien kilos de peso!… ¡Imposible!

A los muchos años supe que es normal que en unos momentos como aquellos, plagados  de dolor,  irritabilidad, fatiga, y también de sentimientos encontrados, más de la mitad de las madres primerizas tengan malos pensamientos para con los papás de sus vástagos. Y la mía, a pesar de ser casi una santa, estaba claro que no iba a ser diferente a las demás en estos asuntos.

Sé que en nuestro primer contacto visual sintió cómo le caía el mundo encima. A plomo. Sin contemplaciones. Alguien me dijo que lloró con infinita amargura cuando la comadrona me depositó, aún caliente y bastante amoratado, sobre su pecho. Comentaron que, al mirarme fijamente a los ojos, dijo algo similar a: “Bobo, ¡mira que eres feo, hijo de tu difunto padre!…¡Me va a costar una vida entera y parte de otra aceptarte! Y que, elevando la vista al cielo, preguntó: ¿Dios mío, qué he hecho para recibir semejante castigo? Por lo visto, ella esperaba dar a luz a un niño regordete y de grandes ojos azules; sin embargo la cigüeña tuvo la mala baba de obsequiarle con una ser de belleza oculta… por no decir inexistente. Nací peludo, feo a rabiar, flaco, y más arrugado que un traje de lino de esos que se utilizan tan solo los domingos y las fiestas de guardar; y de ahí su terrible decepción. Fui considerado como un fallo de la Naturaleza y, de inmediato, pasé a convertirme en su particular saboteador de ilusiones. Sé que tras semejante sofocón, y una vez minimizada la impresión inicial, mamá se encomendó a todos los santos para que su primogénito –o sea yo- fuese un bendito que no le diese demasiado trabajo pero, ¡pobrecita mía!, ni para eso tuvo suerte -porque está claro que nadie debió de escuchar sus súplicas- y fui un bebé de llanto constante y desconsolado, convirtiéndome así en un ser digno de ser repudiado por cualquier mortal…y mamá, por desgracia, lo era.

La abuela refirió cómo la había visto en múltiples ocasiones paseándome a altas horas de la noche, con la mirada ausente y una desgana impropia en una madre primeriza, por el largo y estrecho pasillo de casa. Incluso me dijo que recordaba con gran nitidez una fría mañana en la que alzó la mirada hacia nuestro  piso y, al ver  cómo asomaba por la ventana del dormitorio mi medio cuerpecillo indefenso, temió por mi integridad física y subió a trompicones los doscientos treinta y seis escalones que la separaban de lo que hubiese sido un trágico suceso: el fin de mi corta y azarosa existencia. Con su rápida intervención logró ponerme a salvo para después centrarse en tranquilizar a mi desquiciada mamá; así que, si a alguien le debo realmente la vida, es a ella, a la abuela Paca.

Pasaron los años -más mal que bien- y crecí con el apodo de “Bobo”. Me acostumbré a vivir con ello…¡Qué remedio me quedaba! También me hice a que absolutamente todos, tanto familiares como amigos y vecinos, llegasen a pensar que  había sido un error que yo naciese. Y llegaron a esa conclusión porque, según ellos, mi presencia terminó por desequilibrar -si cabe- aún más a mamá. Yo no lo creo. Hay que recordar que ella sufrió un trauma del que jamás llegó a recuperarse por completo cuando, al poco de saberse embarazada, papá falleció de lo que diagnosticaron como un “cólico miserere”. Él, que según las cerca de cien fotografías que empapelan mi dormitorio torturándome a diario, era un tipo atractivo y de complexión atlética, se cubrió de gloria al hacerme a mí. ¡Qué poco empeño puso, la verdad!, solía reprocharme la abuela, que tenía un gusto exquisito para temas  relacionados con la estética y, al verme a mí tan falto la belleza física, procuraba esquivar su mirada por no romperme el corazón y, egoístamente, para no herir sus azulados y sensibles ojos. Según dicen, – pienso que por contribuir a que mi  autoestima suba del sótano a la segunda planta – de mi papá he heredado algo muy importante: un buen corazón. Siendo sincero, hubiese preferido nacer malote, guapo y un poco -o un mucho-  más espabilado, pero he llegado a la conclusión de que resignarse es de cristianos, y yo lo soy, creo. Probablemente, de no ser por eso, no hubiese sido capaz de cuidar de mamá con tanto amor y dedicación en estos últimos tiempos. Pero, como digo, he sido un hijo ejemplar y  no he permitido que se separe de mí ni tan siquiera un segundo; y la he atendido como debía y, sin duda alguna, como ella merece.

Recuerdo como si fuese hoy, y ya ha pasado cerca de un año, a la abuela Paca rogándome en su lecho de muerte que no abandonase a su única hija: “Por nada del mundo la descuides… Mantenla siempre en buen estado…¡¡Por Dios te lo pido, Bobo!!”, dijo con un hilillo de voz antes de dejarnos. Y yo, que siempre he sido obediente, lo he hecho desde entonces de la mejor manera que he sabido, o que he podido -que viene a ser lo mismo en mi caso-. No en vano, mamá sigue bellísima y a día de hoy se conserva estupendamente. Siempre la tendré a mi lado. Sería incapaz de abandonarla a pesar de que ella intentase hacerlo conmigo en mil ocasiones. Yo la quiero.

La abuela fue la única persona de la familia que me comprendió y que confió en mis recursos y, allá dónde esté ahora, seguro que se sentirá orgullosa de su pequeño Bobo porque dejó a su hija en unas manos, si no sabias, sí hacendosas.

Primero lloré, y luego pensé y pensé…Aunque las posibilidades fuesen infinitas, encontré la solución ideal para mamá a los pocos días del fallecimiento de mi anciana protectora: el formol.

 

-Bobo, mejor no la hubieses podido mantener…¡¡Eres un fenómeno de la naturaleza, guapete!!- me digo satisfecho cada día cuando me deleito mirando esa cara que, por fin, no dibuja rechazo cuando estamos solos, ella y yo, frente a frente.

DOLLY PASSION

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 23 \23\+02:00 May \23\+02:00 2012 by lindasta07

Ella le esperaba pacientemente cada día. Siempre en el mismo lugar.
Inmóvil, silenciosa – como a él tanto le gustaba- entregada, y… tan bella.

¿Ves como no es tan difícil encontrar lo adecuado, amigo? Solía decirse a sí mismo cuando, en algún momento nostálgico, venía a su recuerdo la imagen de una Annie a la que no acaba de olvidar por completo, a pesar de llevar cerca de veinte años sin ella.

Con su esposa, en apariencia, todo marchaba bien. Él trabajaba de sol a sol y ella se dedicaba al cuidado de lo que pretendía asemejarse a un hogar. Apenas compartían tiempo libre -siempre tan ocupados los dos- así que fue una sorpresa la llegada del pequeño Rod…Una sorpresa, agradable en principio, y una carga a la postre.

Aquella carta sobre el tapete de la mesa camilla no fue consecuencia de un arrebato, no… Dejó claro el rumbo que iban a tomar las cosas a partir de ese 4 de julio.

Él no entendió los motivos del abandono porque ni a Annie ni al niño les faltó de nada, nunca, jamás. De eso se encargaba él, de llevar dinero más que suficiente a casa …¡Qué raras son las mujeres! ¡No hay Dios que las entienda ni tipo que las mantenga!, había pensado decenas veces en su vida, pero aquel día, al menos fueron un millar las ocasiones en las que esa frase rondó por su dura mollera.

En un principio fue difícil para ellos. Para los dos. Aunque, tal vez, para un niño de apenas ocho años al que nadie se atrevió a explicar con claridad el por qué de aquel cambio, lo fuese más. Rod lloró y lloró.  Sólo supo que su mamá se iba y que, según dejó escrito, le querría siempre “hasta el infinito y más allá”. James se enfureció muchísimo porque tan precipitada huída la consideró injusta y, también, porque  no estaba acostumbrado a que los demás tomasen decisiones sin contar previamente con él, y ella había osado hacerlo. El paso del tiempo – ese que dicen que todo lo cura, o al menos, enmienda las heridas- fue el encargado de que  James, aún sin perdonar, procurase olvidar aquel borrón en su vida llamado Annie.

De ella, la sufrida esposa, nunca más se supo. Se fue sin derramar una lágrima. Segura de la decisión que había tomado. Sin remordimientos. Es de suponer que buscó su propia felicidad.

El pequeño creció rápido -como lo hacen todos- y, en cuanto pudo, se marchó. Una soleada mañana, sin sentir ningún dolor en el pecho, dejó atrás a un padre frío y distante y a  la que durante años había sido su casa. No tenía recuerdos  felices de su infancia en aquel lugar por lo que no le costó ningún trabajo cerrar la puerta por última vez. Le esperaba una nueva vida; mejor sin duda. Dio varios pasos al frente y  respiró profundamente. Es de suponer que él también buscó su propia felicidad.

Pasaron algunos años -bastantes- , y fue cuando James encontró un hogar lleno ausencias y de silencios, cuando decidió incorporarla a ella, a su compañera. Le costó mucho encontrarla, más de lo que nunca imaginó. No podía ser cualquiera, tenía que ser especial, y ella le pareció encantadora y distinta. A él siempre le gustaron pelirrojas, delgadas, de pecho abundante y acogedor- nada de seres andróginos con un par de canicas- y, por encima de otras consideraciones, aquel diablo necesitaba a alguien dispuesto y poco reivindicativo…Sin duda, ella representaba la perfección que James buscaba. La llevó a casa sin dudarlo, y también, sin reparar en gastos. Dolly era cara, pero lo valía.

Cuidaba de su compañera con un esmero infinitamente mayor al que empleó jamás con Annie, la que había sido su esposa. Con ella nunca sintió la necesidad de mimarla y, tal vez por eso mismo, la perdió para siempre. Sin embargo, con su “nuevo amor” no reparaba en contemplaciones ni en gastos, todo le parecía poco, y era habitual verle, incluso en joyerías, adquiriendo carísimos regalos. Al día le faltaban horas para estar junto a ella y, lo que comenzó siendo un juego para aliviar la soledad, pasó a convertirse en una obsesión. Decidió vivir por y para ella –hasta llegar a olvidar que, en primer lugar, él debía cuidar de sí mismo-, y se entregó con entusiasmo juvenil a la pasión hasta que, Dolly por una lado y su corazón por otro, se encargaron de acabar con aquella farsa en el sofá del salón durante una tórrida tarde de verano.

¿Quién iba a encargarse ahora de sacar las pesadas moscas de la boca de la bella y de recomponerle la melena tras aquellos encuentros llenos de frenesí? ¿Y quién llevaría, a partir de mañana, el ramo de flores que diariamente James le entregaba con una nota que decía: “Para ti, mi muñequita”?

Con una mueca, supuestamente de felicidad, él también se fue.

CUÉNTAME EL FUTURO

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 25 \25\+02:00 abril \25\+02:00 2012 by lindasta07
(Años atrás…)
Juan era el dueño de un local situado a las afueras de una gran ciudad, cuyo nombre, en este caso, es lo de menos. Trabajaba una media de catorce horas diarias para que Luisa- su abnegada mujer desde hacía más de dos décadas- pudiese alimentar a las cuatro bocas que ambos tenían. La última de las cuales llegó sin avisar y, a ojos de su rudo padre, con un ladrillo bajo el brazo.
En “El Chusco” había humo- tal vez demasiado-, olor a hombre, -probablemente en exceso también- y, sobre todo, ganas de ver a unas mujeres que nunca se acercarían por ahí. Y no lo harían, simplemente, porque desde chicas les habían dicho que esos sitios no eran los lugares más adecuados para ellas. Sólo por eso.
Decenas de vasos de vino peleón se apoyaban desordenadamente sobre aquella raída barra de madera que Juan procuraba, con nulo éxito, mantener brillante. Palillos mordisqueados, servilletas de papel arrugadísimas y sucias, y un número indeterminado de colillas- tanto de cigarrillos como de puros que costaban cuatro perras- se apelotonaban en el suelo de terrazo.
Cada tarde, año tras año, hiciese sol o lloviese, se reunían varios vecinos de la zona en aquel bar para jugar a las cartas -preferentemente al mus- y también para charlar de sus cosas. Se escuchaba lo que ponían en la radio y, de cuando en cuando, era el zumbido de algún rebelde moscardón el que rompía la monotonía. Nada más. Nada menos.
Todos se conocían.
La vida transcurría, más mal que bien, pero transcurría…
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 (Hoy…)

Ese muchacho conocido a día de hoy como Ricky, es Ricardo, el hijo menor de Juan y de Luisa. Junto a su penúltimo novio es el actual propietario de “”Chusco & Chasco”, local de copas de esa cuidad que, en los últimos años, ha crecido de manera tan desorbitada que ha conseguido convertir en actual centro geográfico lo que antaño era la periferia. Si hoy viera su padre cómo ha evolucionado aquel chiquillo de mucha muñeca y poco balón, cómo se ha transformado el entorno, cómo se ha modernizado el negocio familiar tras varias generaciones anclado en el tiempo…¿Se sentiría orgulloso?, se preguntaba – sin importarle demasiado la respuesta- un Ricky al que la vida, al menos en el plano económico, le iba sobre ruedas.
El ambiente que se respira en el interior es tan cosmopolita que, en nada envidia al de cualquier otro afamado local de la zona y alrededores. Se escucha la música de tendencia que pincha, en exclusiva, el mejor Dj de la comarca, «AmoXXL». La actual barra del bar es metálica y resplandece sin necesidad de demasiado esfuerzo; y cientos de vasos largos, llenos de mil licores, en un orden casi imposible, la decoran. Hay colorido, variedad en cuanto a formas y estilos, y un exquisito perfume lo invade todo. El humo resulta tan poco glamouroso que hace siglos que dejó de existir. Ya no se fuma si lo que se pretende es resultar alguien interesante, y si se hace… no en público, ¡por favor!
En “Chusco & Chasco”, tanto hombres como mujeres desfilan luciéndose como si fuesen modelos. Lo más curioso es ver cómo se miran de arriba abajo unos a otros. Entre tan superficial clientela son excesivas las ganas de gustar y resultan ridículas las ganas de gustarse. Todos lo aceptan y juegan a lo mismo. Definitivamente, el narcisismo ha ganado al mus.
Nadie habla con nadie, no hace falta, no resulta interesante. Lo único importante es ser capaz de distinguir quién es quién dentro de un mundo de absolutos desconocidos, más que nada, para saber si se está en el lugar adecuado. Simple cuestión de ubicación.
Y la vida trascurre, más mal que bien, si se puede llamar vida…
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 (¿Y mañana?…)

Habrá que esperar a que alguien, o a que algo, nos lo cuente…

 
 

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Los ojos de la libertad

Posted in Especial Lamedores, Relato Libre Rhay with tags , , , , , , , , , , , on martes, 27 \27\+02:00 marzo \27\+02:00 2012 by Rhay

La mañana de aquel jueves 19 de marzo amaneció plúmbea como las piezas de artillería que acechaban desde el otro lado de la bahía. La intensa lluvia y el fuerte viento de lebeche invitaban a quedarse en casa, pero el día era muy especial como para hacer tal cosa. La ciudad de Cádiz se preparaba para rendir homenaje al santo padre putativo de Nuestro Señor Jesucristo, el justo San José, patrón, por dogma de la Santa Madre Iglesia, de todos los padres del mundo.

Pepín, el hijo del posadero de la calle del Sacramento, se disponía a salir destino a la plaza de san Antonio, como todos los días, para intentar hacerse con todo el contrabando que permitía el asedio del que eran víctimas desde hacía ya años por parte del francés, pero que no pudo controlar los cañaverales de Santi Petri ni los lodazales de Chiclana. Además, como Cádiz tenía mar por ambos lados de la ciudad, y la Real Isla de León era la sede del gobierno de las Españas, lo que dotaba a la zona de especial vigilancia, permitía cierta libertad para entrar y salir sin ser vistos. Ello propiciaba que muchos gaditanos salieran con sus pequeñas barcas a los caladeros de Gibraltar y así poder traer a la ciudad un marisco y un pescado que suplían la falta de carne y de legumbres que por tierra no podían entrar.

Pero hoy era un día especial. Le habían hecho salir ante, suponía, para que a su madre le diera tiempo a hornear un bizcocho de santo que tanto le gustaba, y que nunca le había faltado ese día. Sonrió mientras pensaba en lo delicioso de aquel bizcocho mojado en un buen chocolate, sin reparar en la cantidad de hombres de letras con los que se iba cruzando camino de la plaza de san Antonio. Al llegar a la entrada de la plaza por la calle de la Torre advirtió que el revuelo de aquel día era mucho mayor que de costumbre. “¿Qué habrá pasado?” se preguntó. “¿Habrá acabado el asedio? ¿Habrán acabado con el francés?” se seguía preguntando mientras se acercaba a sus contactos. Aunque contaba con pocos años de edad, ya estaba advertido de la maldad de los poderes sobre los pueblos, y de cómo el pueblo es un simple peón en este ajedrez que es la política internacional, y por tanto prescindible en cualquier momento. Así que no hacía demasiado caso de tanto distinguido señor por la ciudad, ni siquiera cuando se organizaban las tertulias en el comedor de la posada a las que asiduamente asistía su padre, por no hacerle un feo a su buen amigo Dionisio Capaz, un marino de El Puerto de Santa María, y habitual en la partida de cartas del domingo por la tarde. Si se quedaba a escuchar, era por la gracia que le producían los distintos acentos que tenían esos señores tan bien vestidos venidos no sólo de muchos puntos de las Españas, sino de las islas e incluso de Ultramar. Le hacía especial gracia el acento de cierto diputado con un apellido bastante extraño que no dejaba de vender las bondades de la isla de Puerto Rico a todo aquel que lo quisiera escuchar, y que atendía al nombre de don Ramón Power. Pepín no entendía cómo un hombre tan blanco de piel pudiera tener un acento tan rematadamente extraño…

Pero a Pepín donde realmente le gustaba asistir era a las tertulias de doña Frasquita Larrea en la misma plaza de san Antonio, y aprovechaba que cada día lo enviaran allá para quedarse a escuchar las historias que leía doña Larrea de poetas de otros tiempos, como Quevedo o Góngora. Cuánta gracia le hacía la forma en la que ese tal Quevedo hacía befa de las napias de su enemigo… El caso es que, al menos, doña Larrea no empleaba todo el tiempo en hablar de lo mal que iba todo, y lo mucho que había que hacer, eso sí, sin moverse de delante del chato de vino en la mesa de la taberna…

“¿Qué pasará?” se seguía preguntando al no encontrar a sus contactos habituales entre el tumulto excitado. De repente, alguien gritó “¡Viva Cádiz!” y otro le contestó “¡Viva La Pepa!”. “¡Viva!” gritaron las masas entusiasmadas. Pepín pensó que aquello debía ser un lindo homenaje a alguna jovencita que celebrara su onomástica y sonrió levemente. Al no encontrar a sus proveedores, decidió acercarse a la tertulia de doña Larrea, pero hoy tampoco la encontró en su lugar habitual. Alguien le dijo que había ido a la Iglesia del Carmen por algún motivo. Decidió acercarse, muerto por la curiosidad, a ver qué pasaba y por qué doña Frasquita se había ausentado de su labor diaria, y en el camino, las campanas de las iglesias comenzaron a tañer al unísono, mientras las gentes por las calles se abrazaban y se felicitaban. Pepín no entendía nada de lo que ocurría, pero por un momento sintió una sensación de alivio en su interior, como si la presión provocada por el asedio del francés hubiera desaparecido por un instante, y su alma podía ser libre, al menos, durante unos segundos. Una mano en su hombro lo sacó de su estado absorto. Era su padre, que con una expresión de alegría le dijo. “Felicidades, Pepín. Ya está. Ya la tenemos. ¡La tenemos!”. “¿De qué me habla usted, padre?”, preguntó Pepín algo aturdido. “¡De qué va a ser! ¿Es que tú no atiendes en las tertulias? ¿De qué hemos estado hablando los últimos meses, hijo? ¡La Constitución! ¡Ha sido proclamada la Constitución!”. Pepín se encogió de hombros, no entendía muy bien qué había cambiado, y su padre le arreó un capón por mirarlo con condescendencia. Juntos, volvieron a la posada para preparar un ágape especial a los señores diputados que, a buen seguro, vendrían con buenas hambres después del trabajo hecho.

Pepín no reparó en el entusiasmo de su padre aquel día hasta muchos años después cuando, tras ser nombrado catedrático decano de la Facultad de Derecho en la Universidad de Salamanca, formara parte de las Cortes de la Primera República Española. Sólo en aquellos momentos recordó el brillo en los ojos de su padre, un posadero de la ilustre ciudad de Cádiz, un día de san José de 1812.

DESTINO TRUNCADO

Posted in Especial Lamedores, Literatura, Los relatos más relamidos, Relato Libre, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , on jueves, 22 \22\+02:00 marzo \22\+02:00 2012 by lindasta07

 

Marzo de 1812

Aquellos días previos a la festividad de San José, de fortísimo viento y aparatosa lluvia, seguían escuchándose, aún con excesiva frecuencia, los bombardeos de la artillería enemiga sobre la resistente cuidad de Cádiz. El ataque marítimo provenía de la escuadra de navíos comandada por el Almirante Rosilly y el terrestre partía de los cañones del Mariscal Soult. Esos embistes, lejos de asustar o al menos provocar cierto respeto entre los ciudadanos, inducían a mofas y a cientos de rumores; la mayor parte de ellos, totalmente infundados.

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-Atenta, Concha, atenta: ¡¡Viva Fernando, la Patria y la Religión!!- se escuchaba decir a un envalentonado Juan que, vociferando desde el balcón, pretendía llamar la atención de toda la gente que pasease por la Alameda y que por fortuna para él, a esas horas, era más bien poca -¡¡Con los bastos le daremos en la boca al gabacho, por borracho, y porque a los gaditanos nos sale de los bajos !!…¡¡ Embárcate y huye de España, tuerto “rey de copas”, que reservamos a los nuestros la venta de almanaques y tú eres un intruso al que le huelen los pies y también la boca!!- gritaba aquel jovenzuelo, hasta casi perder la voz, desde la tercera planta del señorial edificio en el que, junto a su novia, servía a los señores Rosales Hidalgo, adinerada familia dedicada a negocios relacionados con los salazones y las navieras.

-¡Calla, Juan! No seas insensato, ¡por el amor de Dios! ¿Acaso quieres que te oiga algún gallito afrancesado y que, en un santiamén -¡pum pum pum!- y yo me quede compuesta y sin novio, chiquillo? Vamos, entra y no hagas tantas tonterías, que tienes menos sentido que el hijo pequeño de los señores!- Reprendió Concha a su acalorado prometido mientras, agarrándole con firmeza del brazo izquierdo, tiraba de él hasta sacarlo de aquel balcón de forja, labrado con menos esmero y ornamento que los de las plantas inferiores.

-¿A por mí, Concha? ¿Los gabachos a por mí? ¿Estás segura? Je,je.- preguntó Juan tambaleándose un poco, tal vez por la fuerza desmedida con la que su novia le arrastraba, o tal vez por los efectos de los vinos que había tomado junto a José, “el Tirilla”, juerguista de intramuros como él, además de camarada guerrillero. -Los subordinados de “Josef Malaparte”, aunque lo parezcan, Concha, no son tontos, y vendrían a por ti porque…uhmmm, ¡¡estás más rica que la poleá, chiquilla!! Y te digo que ésos, aunque sólo saben comer tortilla a la “franchutesa” je,je, seguro que son capaces de apreciar las delicias locales …-dijo con sorna el joven de voz ronca.

-¡Ay, mi niña, que me tiene loco perdío!-

-¡Anda, deja de decir tonterías, zalamero!- exclamo con cierta coquetería, tras retirar su cara y su cuerpo de un “Gadita” repentinamente cariñoso, aquella joven de larga y ondulada melena que empleaba los fragmentos del plomo incandescente de las bombas francesas, a modo de bigudíes, para rizarse su pelo azabache. – Es tarde y tenemos que subir a la azotea, ¡así que no perdamos más tiempo! Hoy tengo faena en el lavadero y tú tienes que ir a la torre mirador, ¿acaso no recuerdas que te pagan por ser vigía, so borrachín? – Y, dando por zanjado el tema, cerró los ventanales del balcón, no sin antes echar un último vistazo a la calle y comprobar que, efectivamente, a lo lejos se veían las mangas encarnadas en los morriones de un grupo de gabachos que, si llegan a estar más próximos, hubiesen tomados medidas contra “su Juan”.

A José, “el Tirilla”, le gustaba ir cada día a la cercana plaza del Remolar, siempre tan llena de gente a pesar de que, de tanto en tanto, alguna detonación sobresaltase a los allá presentes. Lo habitual era ver pasar a cuadrillas de muchachas luciendo con garbo sus vestidos almidonados para llamar la atención de algún gaditano con ganas de buscar novia o, si se terciaba, de algún mostacho afrancesado. También lo era, sobre todo en fin de semana, escuchar voces infantiles y despreocupadas que, entonando simples cancioncillas, jugaban al Paso o al Columpio: : “A la una mi mula, a las dos la col, a las tres la culá de S. Andrés…” o bien, “1,2,3,4,5,6,…10, que se salga la niña del mecedero, si no se quiere salir, que le den, que le den con el cabo de una sartén”. El banco más próximo a la puerta de la iglesia era el elegido por ese grupo de jóvenes inconformistas -entre los que se encontraban los amigos José y Juan- que fumaban un pitillo tras otro mientras hablaban de sus cosas, piropeaban a las jóvenes casaderas o despotricaban sobre el todo lo que oliese a francés.

Los vida transcurría con relativa tranquilidad en la amurallada y resistente Cádiz- dentro de la propia anormalidad de una situación de asedio- hasta que llegó aquella esperada jornada de cambio que traería aires de libertad.

La salida de la ceremonia religiosa celebrada aquel día estuvo marcada por una intensa lluvia y un viento huracanado- ambos fenómenos mucho más violentos que los de los días precedentes- que tuvo nefastas consecuencias en esos momentos de regocijo popular, para los cuales se había preparado algún que otro festejo.

La cuadrilla de jóvenes -dedicados en su mayoría al “brigandaje”- se había reunido en la plaza del Remolar aunque, al igual que el resto de gaditanos, durante esa jornada, con un espíritu distinto porque aquel 19 de marzo se iba a dar a conocer la Constitución Española, la primera. Se hallaban sentados en el banco de siempre, ése situado junto a la puerta del Oratorio de San Felipe Neri, y que estaba flanqueado por un par robustos árboles que los niños utilizaban en su juego del Columpio, cuando el ímpetu de un fortísimo golpe de viento tronchó a unos de ellos sin ningún esfuerzo…por sorpresa y casi en un abrir y cerrar de ojos. El caprichoso destino, que resultó ser mil veces más peligroso que los obuses, las granadas y bombas del enemigo, hizo que semejante mole cayese con una fuerza brutal sobre los desprevenidos cuerpos de José “el Tirilla”, de otro camarada apodado “el Beduino”, y de Juan “el Gadita”. Tras aquel fatal accidente resultaron malheridos los dos primeros, pero con quién se cebó la mala fortuna fue con Juan, el “Gadita”, al que el impacto le produjo una muerte casi instantánea.

Aquel día de celebración y alegría generalizada , ese accidente tiñó de luto las ilusiones de una joven Concha a la que, en una burla del azar, fue un aparentemente inofensivo árbol, y no un cañonazo francés, el encargado de dejarla compuesta y sin novio.

Recuerdo Lamedor

Posted in Recuerdos Lamedores, Relato libre Omsi with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on sábado, 3 \03\+02:00 marzo \03\+02:00 2012 by Administrador

«¡Hola Mundo! Hoy comienza un nuevo ciclo para mí.» Así se presentaba nuestra querida amiga y compañera Omsi en su primer día como lamedora. Y para que todos recordemos el talento con el que desde entonces nos prodiga, ahí va su primer relato en forma de Plegaria Nocturna.

¡Que lo disfrutéis!

Los Relatos Más Relamidos.

EL MAGO (Lucía)

Posted in Especial Lamedores, Relato Libre, Relato Libre lame Anna with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on martes, 28 \28\+02:00 febrero \28\+02:00 2012 by annalammer


Cuando le tocó aquel crucero en la fiesta de Navidad de la empresa que se había celebrado un par de semanas antes , ya tuvo el presagio de que su vida iba a naufragar. Su medio nunca fue el agua. Y sentirse en una isla sin anclaje, no agarrada a fondo, en medio de las falsas suaves y  frágiles olas que se deshacían en espuma, le producía vértigo. El mismo vértigo que sintió cuando su marido, ese mismo día en que le había tocado el «gran premio»por el que todos sus compañeros la felicitaban y envidiaban, le dijo como si fuera el trueno en una tormenta:» No voy a ir contigo. Lucía, lo nuestro se ha acabado»; cerrando después la puerta de un golpe que hizo temblar como un terremoto las ventanas y el suelo de la casa.

Lloró en el suelo, temblando, confusa, no sabía si era aun el efecto del portazo o su propio cuerpo el que temblaba, ni siquiera supo cuanto tiempo lloró, si un minuto o mil horas…pero,de repente,todo quedó relajado. Sin movimiento. Sin ruido. En paz. Quizá había habido ya muchas tormentas, demasiadas en los últimos meses y, con un suspiro recibió la dolorosa calma…

Todavía quedaba tiempo, pero la decisión estaba tomada, iría a aquel crucero a reencontrarse y a romper los miedos que durante demasiados años habían atenazado su vida. «Dreams of love……como para amores y sueños estoy, pensó en voz alta…tiene que ser una broma de mal gusto del destino…y eso que no creo en él…»

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La mañana, a pesar del frío viento helado, era clara y despejada con un sol mentiroso que aparentaba calentar dejándote el cuerpo aún más helado. Mientras subía la pasarela que le llegaba a cubierta intentando aparentar serenidad notaba el temblor de sus piernas que le indicaban que en cualquier momento podría dar un mal paso y caer…caer a ese hambriento mar que tan poca confianza le daba.

Todo fue rápido pero le pareció una eternidad llegar hasta su camarote en aquella mole de tantos pisos y tanta gente aparentemente feliz. Afortunadamente su camarote tenía vistas al exterior. Aquello si no le hubiese parecido Alcatraz, una cárcel en medio del mar.

No tenía ganas de nada, pero aquella noche era la cena de presentación, la cena con el Capitán, tras un par de biodraminas por si acaso aquello se tambaleaba, se ciñó en su vestido negro, y decidió presentarse en aquel salón, Eternity…

Vaya con los nombrecitos, Dream of Love, Eternity… «el amor ni es eterno, ni un sueño, y yo estoy bien jodida», dijo mascullando entre dientes mientras se pintaba los labios de rojo reventón, mientras enjugaba las lágrimas que achacaba a cualquier alergia por falta de higiene en el camarote.

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La entrada en el salón fue como era de esperar, con un escalofrío recorriendole el cuerpo por falta de seguridad. Nunca había entrado sola a ningún sitio, excepto aquella entrada digamos triunfal por la pasarela del barco. La recibió un camarero, apuesto, joven, muy joven, endemoniadamente joven, y con un cortés gesto hizo que le agarrase del brazo mientras acariciando su mano la acompañó hasta la mesa.

Un montón de agradables desconocidos, a los que a la primera ya se les podía cortar el traje. Ninguno a primera vista le hizo sentir un poco de compasión o empatía, pero con cínica sonrisa se acomodó en su silla, en el lugar que indicaba con una tarjetita su nombre, saludando con un agradable y dulce «Hola, muy buenas noches, mi nombre es Lucía, aunque supongo que ya lo habrán leído en la tarjetita…»

No le dio mucho tiempo a intercambiar ni cuatro palabras con la señora embutida en un vestido azul oscuro, y cuatro más con el caballero que a su lado se fumaba un Gitanes,  a parte de  un cruce de miradas con aquella extraña dama  que dijo llamarse «Madame Fée Dubois». De un sorbo antes de que aquella singular mujer pronunciara más palabra que su nombre se tomó la copa de champán que tenía sobre la mesa…(-igual esto era para brindar con las uvas– pensó- pero que coño?? o me tomo una copa o dos o tres o…..quien aguanta esta frikada!!??)

Cuando tras las palabras mágicas :» Tarot de clarividencia pura», las cartas empezaron a sobrevolar encima de la mesa, y a repartir supuestamente suerte pensó que ese champán bien debía de estar «adulterado» y que les habían cogido como conejillos de indias para algún experimento sociológico o alguna broma macabra para entretener al pasaje….Miró su carta: El Mago.

Cierto es que no creía en pitonisas ni en adivinadores de futuro, estafadores aprovechados de las circunstancias de aquellas personas débiles de personalidad…pero, a pesar de los desencantos vividos, si creía en la magia. Pero la magia entendida no como pócima o arte embaucador. Creía desde siempre en que igual en algún momento de su vida un mago la acompañaría, una persona que se desviviera para que todo lo que le pudiera hacer feliz lo consiguiera, una persona cuyo único interés en la vida fuese verla sonreír, hacerla feliz…. ¿Querría decir esa carta que en ese crucero por fin encontraría a su Mago?

Cuando aquel esperpéntico show terminó, estaba claro que necesitaba una cosa…temblando, como si jamás hubiera cogido una copa, mientras el caballero que tenía al lado la miraba como si fuera alguien de otro planeta, volvió a bebérsela de un trago. Todo apuntaba a la desbandada. Pedro, dejo la mesa……acto seguido la señorita Miller, mirando a su alrededor, lo que vio en aquella eterna sala en una eterna noche dentro de un eterno salón no prometía nada alentador, así que volvió a rellenar su copa con más firmeza ahora que nadie parecía mirarla y en silencio brindó por su Mago y por los sueños, saliendo acto seguido, esta vez también con el paso más firme hacia cubierta para dirigirse a su habitación.

Diossssssss! ¿Que coño hago yo aquí en medio de esta nada que lo mire por donde lo mire solo me produce arcadas?

Nada más salir allí se encontró con sus dos compañeros de mesa, que parecían llamarla, e invitarla a una copa…
-¿Un poco más de champán?
-¡Uy no! ¡Yo no estoy acostumbrada, y me puedo desmadrar más de la cuenta!-Dijo Lucia tendiendo sin embargo la copa que Pedro iba rellenando.
Es lo que tiene el alcohol, que al final le empiezas a contar tu vida a un par de desconocidos, y ellos a contarte la suya, cuando en el fondo tanto a unos como a otros, les importa un pito todo lo no sea su propio ombligo.
Estaba claro que esto era lo más entretenido que podría encontrar en toda la amplía cubierta del barco, llena de recién casados y jubilados…así que haciendo que escuchaba la vida de sus contertulios, siguió soñando con su Mago, y, posiblemente por los efectos del champán, aún no siendo religiosa, mirando al firmamento, pidió su deseo de año nuevo brindando a la Luna con un: Amén.
Cuando tras su abstracción del mundo que le rodeaba volvió en sí Pedro y Marguerite habían desparecido. Sola en cubierta pidió una nueva botella de champán mientras la Luna parecía preparada para seguir brindando ella se sentía dispuesta a dar la bienvenida al Sol si era menester. Sin rumbo , y nuevamente imbuida en sus pensamientos, mientras apuraba copa tras copa la flamante botella de Moët, paseaba por la cubierta.

En su cabeza se iban aglomerando imágenes y recuerdos del pasado. Frases. No voy a ir contigo. Olores. Su piel. Colores. El amanecer. Fracasos. Ilusiones. Sueños. Decepciones. Biodramina. Champán. La Luna. Inseguridad. La vida.La gran oscuridad.

Todo comenzó a dar vueltas a su alrededor , sintiendo entonces unas enormes ganas de vomitar. Vomitar pasado, presente y futuro además de todo el champán que llevaba en su pequeño cuerpo. Sintió nuevamente las arcadas y, apoyando su cuerpo por la cintura  en la barandilla, sufrió y reconoció el gran vacío, la gran oscuridad, el VÉRTIGO en medio de aquel infinito mar donde se balanceaba una pequeña cárcel flotante…

…Como se balancean los sueños; como se balancea el amor…

                             …y así , sin más, se dejó caer.

TODA

                                                                Como para escapar.

SIEMPRE