Silencio, vacío. Con ese pesar matutino que me impide mover.
Me alejo de todo mundo y me oculto en las ruinas del corazón.
¿Qué es un día más para mí? Únicamente el pasar del tiempo, las de manecillas del reloj avanzan, mientras yo retrocedo tratando de encontrar tus ojos azules.
Ahí estás, tan hermosa como siempre, sonriente. Me amas. Y es en ese espacio donde quiero habitar. Encontrarme entre tus brazos, rodeado de tus largas piernas; en donde el movimiento de tu rubia cabellera me tiene embriagado y el néctar de tus labios me endulza el alma.
Mi cielo en la tierra, donde el celeste de tus ojos me permiten estar en la Gloria y el universo se hace pequeño con tan solo tomar tu cintura. Me concentro en tu contorno y pinto un paisaje de pasión en el lienzo de tu piel.
Suena el despertador, una vez más, mi cuerpo está inmóvil, la carga de mis penas es tan grande y, aún así, necesito escapar.
Me alisto para empezar la rutina diaria, desganado, sin fuerzas, una vez más.
Antes de cerrar la puerta, doy media vuelta, esperando verte recostada en el lecho, enredada entre sábanas que enmarcaban tu silueta; como solíamos decir, en «nuestro pequeño oasis». Sin embargo, no estás, tuviste tanto miedo a ser feliz que huiste del amor y tomaste un vuelo sin retorno, un viaje en donde la vida es fácil, sin temores. Sin compromisos.
Ahora camino sólo, sin rumbo fijo, viendo como pasa la vida, y cualquier mirada que se posa en mí, la rechazo. No quiero sufrir. Me alejo de esa nueva ilusión pues tengo temor de ver a alguien más partir; la dejo ir, como a ti.
¿Cuándo regresarás el paraíso que te llevaste? ¿Cuándo dejaré de pensarte?
Se escucha el cerrojo de la puerta mientras le doy vuelta a la llave, así como hago preso al corazón, equivocándome ciegamente al creer que sigues dentro y no te dejo ir. Tropezando en el camino esquivando amores sinceros que estarían dispuestos a dar todo por mí.
Un día más, tengo miedo de vivir.