Archivo de pasión

El deseo de Julieta

Posted in Especial Lamedores, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 23 \23\+02:00 abril \23\+02:00 2014 by Jazmín

pluma «No fue suficiente haberte amado tanto, ni pagar tu amor amargo con la propia vida. No fue suficiente abandonar mis sueños, ni vender el alma para que sintieras, algo por mí…» (No fue suficiente – Paty Cantú)  

 

Le vendí mi alma al diablo, sólo por tenerlo a él. En tiempos de crisis, hasta el alma está en venta. Esquivando todo pronóstico, y ante la gente que no creía en lo nuestro: Romeo, mío fue.

Tenía sus delicados labios, su carne suave, su miel. Me amaba de forma feroz, sus ojos desbordaban deseo y pasión. Tenía mi calor, mi sudor. Conquistó cada poro de mi piel, mi tiempo, mi espacio.

Le vendí mi alma al diablo, sólo por tenerlo a él. Firmé con sangre mi condena, pero el tratado salió al revés. Le entregué mi vida, mi corazón lo tenía entre sus manos; lamentablemente Romeo, lo estropeó. Él no me amaba, simplemente me deseaba y un buen día terminó por destruir mi existencia; me estrujó, me desangró y se fue en busca de otro corazón que romper.

Satanás movió sus cartas y me jugó sucio, hizo un excelente acuerdo. Lo que él no me dijo, es que Romeo no sería mío hasta la muerte, su contrato, tenía fecha de caducidad. Expiró.

Ahora sé que en época de crisis, el amor y el alma no se compran ni se venden. Entiendo que la culpa fue mía y de nadie más.

Hoy me encuentro sola, sin él, mi Romeo. Aquí estoy, deshecha, seca, vacía y con el alma vendida.

LORENA (por Tere Ardiz)

Posted in Colaboraciones, Especial San Valentín, Relato Libre, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , on sábado, 23 \23\+02:00 febrero \23\+02:00 2013 by Administrador

Mis ojos se iluminaban en cuanto ella aparecía, cada mañana, con esa seriedad tan suya, con esa cara angelical que por más que se esforzaba en hacerla fea a base de fruncir el ceño, no conseguía restarle ni un poco de su belleza. Se colocaba en su asiento y sin falla, cruzaba la pierna derecha dejando ver un poco más allá de la frontera de su falda, me gustaba y mucho, sin embargo evitaba cualquier roce con ella por el temor a ser demasiado obvio y que descubriera el más grande de mis secretos….

Y es que no sólo era la timidez que me provocaba esa exagerada seguridad en si misma, era el hecho de que yo sabía de antemano que estaba muy por encima de mi, que desde su silla, para ella era uno más en el montón. A veces, para mi buena, o mala suerte, me tocaba acercarme y podía aspirar su perfume suave y sentir la tibieza del sudor que constantemente limpiaba de su nuca con un pañuelito rosado, más trataba como fuera de ocultar ese nerviosismo que me generaba su cercanía.

Y después, al final de la jornada, esperaba paciente a que ella saliera y poder acompañarla con la mirada hasta que subía a su automóvil rojo y se perdía en el horizonte del final de la calle, entonces felizmente podía regresar a casa.

Pero el resto del día, acompañaba mis pensamientos y revoloteaba en mis sensaciones, ella….Lorena, mi maestra de sexto grado.

Un día no pude más y con la inconsciencia de mi edad, plasmé mis sentimientos en una carta, la más cursi, supongo, que jamás se hubiera escrito, y nada habría pasado de no ser porque mi madre, que no entendía ni un poco de estos Figura-sustituta_LRZIMA20111207_0114_3asuntos, la adjuntó a mi trabajo bimestral pensando que se trataba de la misma tarea…

Las carpetas fueron entregadas y mientras resolvíamos problemas matemáticos, Lorena revisaba los trabajos, nunca olvidaré la cara que tenía cuando mencionó mi nombre enfrente de la clase, no podía estar más desconcertada ni yo más avergonzado. Salimos del salón y me interrogó, no podía ni verla a los ojos, me sentía un barbaján hablando de sus piernas, de sus caderas, de sus pechos….pero Lorena se portó comprensiva, incluso consentidora, aún así, no me libré de que platicara con mi madre. El resto del año, fue todo un suplicio para mí.

Yo volé de la escuela primaria y dejé de verla, crecí y conocí a otras chicas, incluso, tuveamoríos con alguna maestra en la universidad pero jamás borró el recuerdo de Lorena.

El 23 de marzo de 2009, cuando tenía ya 28 años, un día la reencontré, así, como una casualidad, tomamos un café pues me reconoció de inmediato y ese fue el recomienzo de una gran historia de amor, hoy, ella y yo estamos felizmente casados ya hace 2 años y estamos esperando un hijo….y sin temor a equivocarme puedo decir que es ella el amor de mi vida.

98.700 mensajes para enamorarte ( y una carta para…)

Posted in Especial Lamedores, Especial San Valentín, Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 20 \20\+02:00 febrero \20\+02:00 2013 by lindasta07

Clavel (3)

-Pasaba por aquí, he visto tu luz, y he decidido entrar… ¿Puedo decirte algo? Me encantas.

Y así empezó todo.

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Era un día más de un año cualquiera. Ni siquiera recuerdo la fecha. Sé que tú tampoco.

Quiero pensar que ninguno de los dos buscábamos nada y que, sin más, nos encontramos. ¿Demasiado lejos? Tal vez. ¿Demasiado tarde? Probablemente también, aunque eso sea lo de menos.

“Lo nuestro es para siempre”- ¡Cómo me gusta escuchártelo decir, querido!- Cinco palabras que se repiten a menudo entre los miles de mensajes que hemos intercambiado, después de aquella bonita casualidad, que a ambos nos da la vida y nos hace sentir distintos.

Recuerdo que respiré esperanza cuando nos cruzamos en el camino; el mío lleno de piedras, el tuyo sombrío. Te acercaste con cautela y pronto percibí cómo me olfateabas, cómo me bebías, cómo me fumabas, y hasta cómo me soñabas. Poco a poco, como se cocinan los más exquisitos guisos, nos fuimos conociendo hasta enredarnos en esta aventura tan insensata y atrevida que sólo tú y yo conocemos. Tremendo secreto que jamás revelaremos.

Aunque hoy tenga el cuerpo tullido y malherido, sólo me duele el alma porque presiento que, desde el otro lado, me arrastran para conducirme al vacío. Sé que tendré que irme pronto, antes de lo previsto, pero quiero que sepas que seguiré pensándote cada día y que, aún allá, estaré siempre contigo y continuaremos jugando a ilusionarnos, con o sin motivo. No contábamos con esta mala jugada del destino pero, no importa, seguiremos unidos.

¿Para terminar esta carta puedo decirte algo? Me encantas, querido.

«Enamorarse es sentirse encantado por algo, y algo sólo puede encantar si es o parece ser perfección».
Ortega y Gasset, José

Compartir un sueño

Posted in Especial Lamedores, Especial San Valentín, Relato Libre, Relato Libre lame Anna with tags , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 13 \13\+02:00 febrero \13\+02:00 2013 by annalammer

No hubiese pensado nunca que mis sueños fueran el reflejo de mis anhelos. Cada noche veía en ellos tus ojos y tu sonrisa. Limpios, puros, sin adornos, clavándose en lo más profundo de mi pensamiento como agujas punzantes. Haciéndolos míos sin querer entender que solo a ti te pertenecían.

Te veía huir invitándome entre risas y miradas a seguirte y pompasin poder alcanzarte de ningún modo en tan desesperada carrera,desaparecías en un instante cuando más cerca se suponía que te tenía. Así jamás podríamos ser amantes, ni si quiera en la distancia. Pero yo te amaba, te amaba y te deseaba, por eso cada noche te soñaba, y te perseguía. Creo que no eras consciente de ello y que tu solo jugabas. Con el amor no se juega, te gritaba, pero tu no querías escucharme o las palabras se las llevaba el viento. El mismo viento que mecía tu pelo negro y rizado dibujándote, si era posible, aún más hermosa.

Desesperado durante todo el día, esperando que llegase la noche para volver a soñarte y ver si, por fin, me dejaba acariciar tu cuerpo, decidí hacer que las palabras no se las llevase el viento para enredarlas en tu pelo sin que llegasen a tus oidos. Plasmarlas en un papel. Contarte mis sentimientos y compartir mi sueño contigo. Escribir que te necesito, que no puedo vivir sin tu mirada y sin, esa, tu sonrisa tan sugerente a la vez que tirana. Hoy es San Valentín, y guardaré esta carta debajo de mi almohada, para ver si Cupido te la entrega y, arropándonos con sus alas, hace que soñemos el mismo sueño y despertemos mañana los dos juntos, sudorosos, abrazados, en mi cama.

Él estaba a punto de perderme

Posted in Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , on sábado, 15 \15\+02:00 septiembre \15\+02:00 2012 by Jazmín

 

Sabía que no era lo correcto, pero así lo había decidido ya. El corazón latía tan rápido que bien me podía haber dado un paro cardiaco. No podía ser. ¿Por qué me gustaba tanto? Beso a beso se fue perdiendo el miedo. El roce de sus brazos apretujándome hacía que mi cuerpo quisiera más de lo vivido esa tarde.

Se separó de mí y me miró fijamente.

– Dime ¿qué es lo que sientes? – me preguntaba Javier.
– Tengo miedo, es que ¿acaso no comprendes?.
– Ahora no pienses en eso – contestó.

Me estrechó aún más a su ser y su lengua recorría cada rincón de mi boca.

Lo pensaba nuevamente y entendía que no debía ser, pero mis labios pedían un poco más, el latido de mi corazón volvía a punto de ebullición. “Él estaba a punto de perderme” lo pensaba, lo imaginaba y tenía ni idea qué es lo que ocurriría si se lo llegaba a confesar.

– Lo siento, tengo que irme. Me alejé y caminé lo más rápido posible para dejarlo en medio de todo y con nada al mismo tiempo.

“Simoné, dilo de una vez” alcancé a escuchar, pero dejé morir el eco de su voz y seguí mi rumbo.

Camino a casa no dejaba de pensar en él, en su cuerpo, en el fuego que quemaba mi vientre y en la pasión que poseía mi mente. De igual manera me preguntaba ¿Qué pasó con todo el tiempo compartido? ¿Dónde quedó el sentido de pertenencia? ¿En qué momento se olvidaron los detalles dando todo por hecho? Y lo más importante; ¿Dónde se extravió el amor?

Abrí la puerta de mi hogar y una voz gritó:

– ¡Hola, amor! ¿Qué tal tu día?

Él estaba a punto de perderme y no lo sabía. “No hagas cosas estúpidas, Simoné” mi Pepito Grillo lo indicaba.

– Todo bien, cariño, todo bien. (Tenemos que hablar)

Él estaba a punto de perderme. ¡No! Yo estaba a punto de perderme.

 

 

 

Noche inolvidable

Posted in Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato libre Omsi, Relatos Breves with tags , , , , , , , , on lunes, 11 \11\+02:00 junio \11\+02:00 2012 by Jazmín

Salió de la habitación sin hacer ruido. Una vez más, el exterminador de vidas, lo volvía a hacer.

Ella se despertó después de un largo descanso. De repente se vio desnuda en una tina con hielos. El terror la atrapó. Malas noticias. Ahora lo recordaba todo; el bar a media luz, el chico guapo de la mesa contigua; aquél coctel “rojo atardecer” invitación del joven seductor y el azotar frenético de sus cuerpos en un hotel cercano. Saldo de la velada: un riñón menos. Definitivamente, muy malas noticias.

DOLLY PASSION

Posted in Literatura, Los relatos más relamidos, Relato, Relato Libre, Relato Libre Lindastar, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 23 \23\+02:00 May \23\+02:00 2012 by lindasta07

Ella le esperaba pacientemente cada día. Siempre en el mismo lugar.
Inmóvil, silenciosa – como a él tanto le gustaba- entregada, y… tan bella.

¿Ves como no es tan difícil encontrar lo adecuado, amigo? Solía decirse a sí mismo cuando, en algún momento nostálgico, venía a su recuerdo la imagen de una Annie a la que no acaba de olvidar por completo, a pesar de llevar cerca de veinte años sin ella.

Con su esposa, en apariencia, todo marchaba bien. Él trabajaba de sol a sol y ella se dedicaba al cuidado de lo que pretendía asemejarse a un hogar. Apenas compartían tiempo libre -siempre tan ocupados los dos- así que fue una sorpresa la llegada del pequeño Rod…Una sorpresa, agradable en principio, y una carga a la postre.

Aquella carta sobre el tapete de la mesa camilla no fue consecuencia de un arrebato, no… Dejó claro el rumbo que iban a tomar las cosas a partir de ese 4 de julio.

Él no entendió los motivos del abandono porque ni a Annie ni al niño les faltó de nada, nunca, jamás. De eso se encargaba él, de llevar dinero más que suficiente a casa …¡Qué raras son las mujeres! ¡No hay Dios que las entienda ni tipo que las mantenga!, había pensado decenas veces en su vida, pero aquel día, al menos fueron un millar las ocasiones en las que esa frase rondó por su dura mollera.

En un principio fue difícil para ellos. Para los dos. Aunque, tal vez, para un niño de apenas ocho años al que nadie se atrevió a explicar con claridad el por qué de aquel cambio, lo fuese más. Rod lloró y lloró.  Sólo supo que su mamá se iba y que, según dejó escrito, le querría siempre “hasta el infinito y más allá”. James se enfureció muchísimo porque tan precipitada huída la consideró injusta y, también, porque  no estaba acostumbrado a que los demás tomasen decisiones sin contar previamente con él, y ella había osado hacerlo. El paso del tiempo – ese que dicen que todo lo cura, o al menos, enmienda las heridas- fue el encargado de que  James, aún sin perdonar, procurase olvidar aquel borrón en su vida llamado Annie.

De ella, la sufrida esposa, nunca más se supo. Se fue sin derramar una lágrima. Segura de la decisión que había tomado. Sin remordimientos. Es de suponer que buscó su propia felicidad.

El pequeño creció rápido -como lo hacen todos- y, en cuanto pudo, se marchó. Una soleada mañana, sin sentir ningún dolor en el pecho, dejó atrás a un padre frío y distante y a  la que durante años había sido su casa. No tenía recuerdos  felices de su infancia en aquel lugar por lo que no le costó ningún trabajo cerrar la puerta por última vez. Le esperaba una nueva vida; mejor sin duda. Dio varios pasos al frente y  respiró profundamente. Es de suponer que él también buscó su propia felicidad.

Pasaron algunos años -bastantes- , y fue cuando James encontró un hogar lleno ausencias y de silencios, cuando decidió incorporarla a ella, a su compañera. Le costó mucho encontrarla, más de lo que nunca imaginó. No podía ser cualquiera, tenía que ser especial, y ella le pareció encantadora y distinta. A él siempre le gustaron pelirrojas, delgadas, de pecho abundante y acogedor- nada de seres andróginos con un par de canicas- y, por encima de otras consideraciones, aquel diablo necesitaba a alguien dispuesto y poco reivindicativo…Sin duda, ella representaba la perfección que James buscaba. La llevó a casa sin dudarlo, y también, sin reparar en gastos. Dolly era cara, pero lo valía.

Cuidaba de su compañera con un esmero infinitamente mayor al que empleó jamás con Annie, la que había sido su esposa. Con ella nunca sintió la necesidad de mimarla y, tal vez por eso mismo, la perdió para siempre. Sin embargo, con su “nuevo amor” no reparaba en contemplaciones ni en gastos, todo le parecía poco, y era habitual verle, incluso en joyerías, adquiriendo carísimos regalos. Al día le faltaban horas para estar junto a ella y, lo que comenzó siendo un juego para aliviar la soledad, pasó a convertirse en una obsesión. Decidió vivir por y para ella –hasta llegar a olvidar que, en primer lugar, él debía cuidar de sí mismo-, y se entregó con entusiasmo juvenil a la pasión hasta que, Dolly por una lado y su corazón por otro, se encargaron de acabar con aquella farsa en el sofá del salón durante una tórrida tarde de verano.

¿Quién iba a encargarse ahora de sacar las pesadas moscas de la boca de la bella y de recomponerle la melena tras aquellos encuentros llenos de frenesí? ¿Y quién llevaría, a partir de mañana, el ramo de flores que diariamente James le entregaba con una nota que decía: “Para ti, mi muñequita”?

Con una mueca, supuestamente de felicidad, él también se fue.

…Que viva la Pepa!

Posted in Especial Lamedores, Relato Libre, Relato Libre lame Anna with tags , , , , , , , , , , , , , on sábado, 31 \31\+02:00 marzo \31\+02:00 2012 by annalammer

Abrí la puerta, como siempre-Todos los días vienen a ser lo mismo. Sin rutina, simplemente con el mismo el mismo ritmo. Entré despacio-era lo habitual- sin hacer ruido, más que el que el corazón ,que iba por libre, hacía que explotando en mis oídos. Dejé las llaves sobre la mesa que aunque cayeron precipitadamente haciendo ruido de sonajero, no lograron entrar en mis oídos como cada día entraba,golpeando en ellos al abrir esa puerta, mi corazón.
Despacio, con pasitos de gato que busca su presa, fui entrando hasta el fondo…hasta aquella habitación, donde Erika, mi mujer, pasaba las horas y los días y los meses con los cascos puestos, escuchando música a todo volumen, mientras trabajaba, mientras pensaba.
Me encantaba verla en silencio, concentrada, como si ni una hoja, ni el aire, ni el tiempo se moviera. Inmóvil. Absorta. Pensativa. Echaba de menos en esos momentos la sonrisa en su cara.
-¿Quéhaces?
-Lo de siempre…, ver que quito de allí, ver que pongo de allá…y bueno, que te voy a contar…así pa joder, me han mandado hacer una conferencia sobre la Pepa…
-Sobre la Pepa? y esa quien es?
-Esa…jajjajjaja…, ¿no me digas que no sabes quien es esa?
-¿Sale en sálvame de luxe?
-¿Tú eres tonto o qué? jajjajjajaa. ¡Capullo! sobre la constitución de 1812, bicentenario y tal…

-¡¡¡¡Ah!!!!

Se hizo el silencio mientras ella seguía leyendo información en la Wikipedia.

Mis manos se aproximaron a sus hombros…

-Es que no entiendo ¡¡¡ ¿que coño hay que celebrar?!!! Una constitución que no reconoce ningún derecho a la mujer, ni siquiera la menciona, bueno vale sí, puedeque una vez, una constitución donde resulta que Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo es legislador de la sociedad…

-Relájate -Le dije mientras empezaba a acariciarla desde los hombros hacia sus pechos desde detrás de su espalda.

-Es que ¡no me jodas! ¡Si en vez de personas hablaba de almas! muertos de hambre, muertos de educación, muertos de derechos…penando en obligación…

-Mmm…Que sexy te pones cuando te enfadas…-Le dije susurrando y volcando mi aliento en su oído.

-Mmm…, me haces cosquillas…Pero tío, dime, a ver, es que no se por qué tengo que dar un discursito sobre este tema y mucho menos para celebrar …una constitución con todas sus carencias, y mira que la de hoy las tiene, quiza porque las arrastre…. Vale, sí, lo que me quieran decir, que fue la hostia para su tiempo,.mmmmmm

Bajé mi mano hacía su clítoris y empecé a masajearlo suave….

-Sabes que? Eres preciosa..
–mmmmmm
-Sabes qué? -Seguí susurrando jadeante mientras mi mano presionaba con más fuerza-
-mmmm…nooooo, dime.
– Pues que me suda la polla la Pepa, y sí, vale, es una mierda de Constitución, pero como es su bicentenario, que yo ni puta idea hasta llegar a casa, y….mmmm… tu me lo has recordado mmmmmmm…que calentita estás….como me gusta besarte…

Ágil Erika se vuelve violentamente girando su silla y levantándose aprieta mi espalda, clavando sus uñas en mi espalda. Frente a su desafiante mirada sólo me queda decir: Me cagó en la Constitución, ¡hostia! Pero que VIVA LA PEPA, y tu pepe o tu papo, que esta noche celebramos lo que haga falta. Saca el champán ¡coño ya! Que tu y yo si que  nos merecemos un buen homenaje!!

El Seis de Espadas

Posted in Especial Lamedores with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on lunes, 20 \20\+02:00 febrero \20\+02:00 2012 by Rhay

Don Pedro María de Lasarte y Sánchez-Dávila, heredero al ducado de Carcunda, no podía creer que le hubieran sentado en una mesa tan lejana de la del capitán. “¿Qué se habrán creído?”, murmuraba mientras encendía un pitillo Gitanes rubio. “¿Es que ya no se respetan ni las clases?”, pensaba mientras miraba a los comensales que tenía alrededor. Sólo dos señoras le parecían dignas de sentarse en su misma mesa, Marguerite Miller, una conocidísima cantante de ópera a la que el destino le había hecho la peor de las jugadas dejándola viuda y sola de un solo volantazo, y la mujer que tenía en frente, que parecía sentirse igual de pulpo dentro de un garaje que él. El resto de personas que había a su alrededor le producían cierta sensación de desprecio a la par que indiferencia. Excepto cuando entró madame Dubois. Ella le parecía una señora de la antigua aristocracia que sabía muy bien cómo comportarse en según qué situaciones. Madame Dubois se sentó al lado de la joven que parecía no saber muy bien dónde se encontraba, y comenzó a charlar animadamente con todos los comensales. Don Pedro observó que mientras la bruja hablaba, la gran mayoría de las personas no le hacían demasiado caso. Se dio cuenta de que la niña bien que estaba sentada a su lado no dejaba de babosear a un anciano quejumbroso mientras éste le miraba libidinoso el escote. “Zorra…” pensó. “Seguro que es una buscona. O peor aún, una viuda negra…” No podía entender por qué ese tipo de personas habían sido invitadas a su mesa.

En el momento en que se decidía a levantarse de la mesa para expresar su más enérgica protesta al capitán por semejante afrenta, y siendo consciente de que ni Marguerite Miller ni la hermosa joven que emanaba tristeza en su mirada podían continuar rodeadas de tal caterva, madame Dubois solicitó la atención de todos los comensales. Encendió un segundo Gitanes mientras escuchaba a la pitonisa hablar, el cual resbaló hasta la moqueta cuando el mazo de cartas comenzó a moverse solo. Pedro no podía contener ni la respiración al ver que las cartas, por sí mismas, habían ido cayendo una tras otra delante de cada comensal. No podía apartar la mirada de la carta que había caído delante de él, pero que todavía no había desvelado su significado. En un instante, levantó levemente la cabeza y observó que el rictus de los demás comensales debía ser parecido al suyo: caras que expresaban una mezcla de sorpresa, miedo y un grito de horror contenido se podían leer en cada una de aquellas personas, excepto en madame Dubois, que se había transmutado en una bestia de la naturaleza, en una diosa llena de una energía que canalizaba desde algún lugar indefinido hasta aquella mesa. De repente, las campanadas de medianoche, pero para esa mesa era como si el tiempo se hubiera detenido. Todo a su alrededor era extraño, sólo aquella mesa contaba. La carta, por fin, se dio la vuelta, y con esto un torbellino de sensaciones brotó desde su interior como una catarata. La carta era el Seis de Espadas, y en ella se veía a un hombre subido a una barca, de noche, huyendo hacia lugares inciertos. A Pedro se le saltaron las lágrimas. “No puede ser”, pensó. “¿Cómo es posible?” se martilleaba la cabeza mirando la carta y comprendiendo que madame Dubois había dado en el clavo. “La huida…”, pensó. Y es que don Pedro María de Lasarte y Sánchez-Dávila, heredero al ducado de Carcunda, huía de su casa para no volver jamás. Huía de aquel ambiente rancio de capital de provincia que le constreñía y le ahogaba, y que era demasiado denso para un carácter tan fino como el suyo. Y huía de la gente, de la lengua envenenada del pueblo llano, turba informe, vulgo repugnante que profería chismes contra él aprovechando su extrema sensibilidad, su elegancia suma… y su gusto por los jornaleros y los obreros jóvenes. Pero sobre todo, huía de la casa de su infancia, llena de recuerdos en sepia, de servicio tan apolillado como las ropas guardadas durante siglos, y de una futura esposa concertada, fea como un pecado, contrahecha y pusilánime, que su madre le tenía preparada para acallar a las huestes de cotillas y porteras que tenía por amigas.

Mientras la orquesta tocaba “Auld Lang Syne”, Pedro se levantó de la silla que apenas le sostenía y, tras advertir que madame Dubois le miraba con una media sonrisa dibujada en la cara, se precipitó al bar en busca de un buen trago que le mitigara la angustia de la que era presa. Estaba seguro de que un buen copazo de Bombay Sapphire le quitaría las penas, y le permitiría volver a pensar con claridad sobre lo ocurrido. Pero el dibujo de la carta no desaparecía de su mente. Una y otra vez se le venía a la cabeza la imagen del barquero dirigiéndose a ninguna parte en mitad de la noche, como si realmente tuviera algo que esconder. Y es que tenía tanto que esconder…

Al mirarse al espejo del bar, advirtió que estaba sudando en demasía, y que un mechón de cabello se había salido rebelde de su peinado engominado. Pensó que una persona de su clase social no debía mostrar esa facha, y mucho menos ante un público tan prosaico como el que le acompañaba. Procedió a acabarse su copa, y encendiendo otro cigarrillo, junto con el mejor de los estilos que había heredado de su noble familia, decidió salir del salón para adecentarse un poco. Quizás un cambio de traje, algo un poco más “discreto” sería mejor, habida cuenta de que dudaba que alguien conociera las reglas de etiqueta en ese trasatlántico plagado de turistas. Al entrar en su camarote de primera clase, una náusea le obligó a ir al baño. Cuando se alzó, el espejo le devolvió una mueca de cobardía. Era la mueca de alguien que había decidido dejarlo todo por miedo a la habladuría del pueblo, la mueca de alguien que había preferido poner un océano de por medio antes que tener la valentía de afrontar que se había enamorado de un jornalero, y por encima de todo, la mueca de alguien que había consentido abandonar a su amado a su merced mientras él se ponía a buen recaudo. Pedro sabía perfectamente que su madre, la duquesa, enterada de su affaire con el jornalero, no descansaría hasta que éste tuviera que emigrar, y en lugar de quedarse a su lado, lo abandonó a su suerte. “Río me hará olvidar”, se justificó, pero el sentimiento de culpa era demasiado grande como para poder obviarlo.

Ducha rápida, retoque del peinado ante el espejo acusador, y nuevo traje, un esmoquin con chaqueta de color negro. Creyó que ya había dado bastante el cante usando una chaqueta de cena granate, hoy en desuso según las más selectas casas de protocolo, pero que dotaba de un distinguido abolengo a las clases de más alta cuna. Y es que el granate es color de reyes y nobles, no hay que olvidarlo. Una vez recompuesto, salió de su camarote, pues consideraba un gesto de mal gusto abandonar la cena de aquella manera. Al entrar en el gran salón, se fue directo al bar, donde ordenó otro Bombay Sapphire con hielo y una rodaja de lima, y encendió otro Gitanes rubio para así dotarse de un aire, si cabe aún más, aristocrático. Desde la barra, observó que madame Dubois le miraba desde su mesa, con ese impertérrito gesto de media sonrisa en la cara, mientras todos los comensales desarrollaban la escena tal y como ella la tenía planeada. Necesitaba hablar con ella, pedirle información, consejo, preguntarle cómo había hecho el truco de las cartas, porque estaba convencido de que aquello había sido un truco de prestidigitación, pero la turba medio festiva y medio ebria le impedía acercarse para mantener una conversación seria. Además, su intimidad era demasiado valiosa como para escamparla de aquella manera. En cualquier caso, necesitaba hablar, y debía ser con alguien que fuera mínimamente coherente. Eso no podía hacerlo con el tipo con cara de mafioso que lo miraba desde el otro lado de la barra como si de un bar de pueblo se tratase, ni con el viejo verde que se dedicaba a babosear jovencitas, y mucho menos con la zorrita bien caza fortunas que le miraba como si tuviera escrita la palabra “polla” en la frente. Con esta ralea no. Se fijó entonces en la joven de cara triste que permanecía sentada al lado de madame Dubois. Pensó que quizás con ella podría mantener una conversación distinguida sin necesidad de profundizar en nada. Pero cuando se dirigía hacia la mesa, se vio envuelto en el jaleo de la zorrita y el baboso, al que parecía que le había dado un ataque. Ella, muy suya, en lugar de pedir un médico, pedía a gritos que viniera el capitán, con la aviesa intención –supuso- de que la casara in articulo mortis. “Zorra buscavidas”, volvió a pensar Pedro. Como su obligación de caballero le impedía pasar de largo, se inmiscuyó levemente. Con gesto altivo, se acercó desde la espalda de ella, y viendo que aquel pobre infeliz estaba a punto de dar su último hálito, se dio la vuelta y pidió que viniera un médico. La cara de la putita era un verdadero poema. Los ojos, tintados en sangre, fueron suficientes como para que Pedro continuara con su camino. “Los asuntos del vulgo son cosa del vulgo”, pensó.

En la mesa permanecían sentadas madame Dubois, Marguerite Miller, y la joven de mirada triste. Pedro se sentó en su sitio, alzando su copa de ginebra dijo “Feliz Año Nuevo, señoras”, y encendió un enésimo cigarrillo. “Fuma usted demasiado”, le dijo la joven. “Es verdad, pero no puedo evitar este vicio”, replicó él. “Mi marid… Bueno… mi ex marido también fuma mucho”. La mirada de la joven se humedeció por un momento. Su semblante era tan frágil, que Pedro tenía la sensación de romperla si le hablaba demasiado alto. En cualquier caso era mejor compañía que la turba ociosa que tras él vaciaba el bar. “El tabaco es una condena, señora…” “Lucía, llámeme usted Lucía”, respondió ella. “Encantado de conocerla”, replicó Pedro mientras se levantaba a besarle la mano. Lucía se ruborizó al ver la elegancia con la que la dispensaba aquel caballero tan fino. Pedro se sintió reconfortado por primera vez en aquel viaje. Al fin había conectado con alguien que no fuera de otro planeta. Llamó al camarero y ordenó una botella de Dom Perignon Vintage de 1952  y cuatro copas. Madame Dubois se excusó y dio las buenas noches a todos, retirándose hacia la salida del salón sin perder el gesto de media sonrisa en la cara. Ambas damas quisieron declinar la oferta, pero Pedro sabía ser muy convincente cuando la situación lo requería. Marguerite Miller sacó de su bombonera dorada un pequeño relicario que puso encima de la mesa. Suspiró y dijo “Feliz Año Nuevo, amor mío”, al tiempo que tomaba un sorbo de tan delicioso caldo. Lucía no sabía muy bien cómo tomar la copa, y miraba de reojo a Marguerite para imitar sus gestos. Pedro sonrió puerilmente al ver tanta ingenuidad inocente en su cara. Aquella mujer le inspiraba la misma ternura que otrora hubiera sentido por su jornalero. Su jornalero… Sólo recordar lo que había hecho le llenaba de amargura. Ni siquiera el sutil sabor del champán y la incipiente embriaguez de la ginebra le apartaban de ese cáliz. “Río me hará olvidar”, volvió a pensar, en un gesto de autoengaño que ni él mismo se creía. Pedro se quedó absorto mirando las finas burbujas del champán, hasta que advirtió que las dos damas le miraban furtivamente. Esto le hizo sentirse nuevamente incómodo y volvió a adoptar ese gesto altivo que resultaba ciertamente irritante, pues lo mezclaba con un sutil amaneramiento que le daba un ademán algo cómico, pero cargado de mala uva. Excusándose, se levantó de la mesa y salió a la cubierta.

La noche era clara, bastante fresca, pero la capa española que le cubría era suficiente resguardo contra aquella temperatura. Una luna llena le acompañaba desde la distancia, mientras trataba de mitigar los ruidos que provenían del salón. Marguerite Miller salió tras él, y se sentó detrás suyo, copa en mano, mientras tarareaba la escena de la locura de Lucia di Lammermoor, casi en sotto voce, absorta en su propio pensamiento. Lucía salía del salón cuando Pedro se dio la vuelta para atender tan dulce canto. Los tres se miraron nuevamente, y soltaron una carcajada. Estaba claro que ninguno de los tres tenía el cuerpo para fiestas en aquel momento. Decidieron seguir la fiesta por su cuenta en la cubierta del barco. Al fin y al cabo, estaban más cómodos en compañía de la Luna que inmersos en un estruendo de gentes ebrias, orquestas machaconas y percances típicos del fin de año. Marguerite rompió el hielo. “Nunca pensé que sería tan duro”, dijo mientras perdía la mirada en el horizonte negro. “Yo tampoco”, respondió Lucía, uniéndose a esa contemplación. Pedro miraba con atención la escena, como si fuera ajeno a lo que estaba pasando allí. “Un día te levantas rodeada de tu familia, y al día siguientes estás sola en el mundo. Es irónico, ¿no cree usted?”, continuó Marguerite. Pedro no sabía qué contestar. Al fin y al cabo, él no había perdido a nadie, más bien había dejado a alguien a su suerte. “Yo no tengo a nadie a quien añorar”, espetó entonces. “¿Está usted seguro?” preguntó Lucía. “Veo que es usted muy joven. Seguro que tiene una familia que le espera. Quizás una esposa…” “Le digo que yo no tengo a nadie a quien añorar. Todo lo que quería quedó tan lejos, que es imposible recuperarlo”, interrumpió Pedro, con un semblante molesto ante esa intromisión en su intimidad. Un silencio cortante se apoderó de aquellas tres almas a la deriva. Pedro se disculpó por su salida de tono. “Siento mucho lo ocurrido, solicito me disculpe. No estoy acostumbrado a hablar de mi vida privada con desconocidos”. Se justificó. “Muchas veces es mejor confiar en la bondad de los desconocidos, ya lo dijo Tennessee Williams”, le dijo Marguerite con una sonrisa cómplice. Pedro comprendió que estaba entre amigos, lo que le permitió soltar un poco el corsé de las formas, y ser algo más coloquial, devolviendo la sonrisa de complicidad. “¿Un poco más de champán?” preguntó Pedro. “¡Uy, no! Yo no estoy acostumbrada, ¡y me puedo desmadrar más de la cuenta!” sonrió Lucía. Todos rieron. Por un momento, Pedro sintió que la pesada carga que suponía su culpa desaparecía levemente. Pero la Luna le volvió a recordar su cobardía, y con ella la carga volvió a ahogarle un poquito más.

“¿Va usted a Río de vacaciones?”, preguntó Lucía. “Podría decirse que sí”, contestó Pedro. “La verdad es que estoy pensando seriamente en trasladarme a vivir allí”. Prosiguió. “Yo no podría vivir en un lugar tan lejos de los míos…”, comentó Marguerite, al tiempo que se daba cuenta de la incongruencia de su aseveración. “Bueno,”-continuó-“ahora mismo podría vivir en cualquier lugar. Nadie me espera”. El semblante de Marguerite se tornó sombrío, como gélido. “Supe lo del accidente por la prensa. Mis condolencias”, se apresuró a decir Pedro. “La vida tiene estas cosas. Un día estás rodeada de tus seres queridos, y al día siguiente estás viajando en un crucero rodeada de desconocidos que aguantan tus penas”. Acertó a decir Marguerite. “Es la vida en estado puro”, comentó Lucía. “Jamás pensé que podría acabar divorciándome, y en cambio aquí estoy”. Continuó. “¿Y cuál es su historia?” dijo dirigiéndose a Pedro. “Ya se lo he dicho, estoy pensando en trasladarme a vivir a Río. El sol, la temperatura… Estoy un poco harto del frío de la Meseta castellana…” divagaba Pedro. “Nadie se va tan lejos por el simple hecho de cambiar de clima”, comentó Marguerite. “Además,”-añadió Lucía-“si lo que quería era un buen tiempo, con irse a las Canarias, asunto arreglado”. Pedro volvía a sentirse incómodo con esa situación. Sabía perfectamente que no podía explicar los motivos reales de su viaje sin que la sombra de la decepción cayera sobre él. Había hecho algo horrible, y no había justificación para ello. “Bueno… yo… es que…” balbuceaba mientras creía entrever en las miradas de sus compañeras de confidencias una sombra de reproche. “No hace falta que diga usted nada”, le interrumpió Marguerite. “Está claro que tiene sus motivos, y deben ser lo suficientemente poderosos como para dejarlo todo atrás. Sólo le diré, si me lo permite, que hay veces que merece la pena darse un buen golpe contra el suelo, pero sentir el calor de alguien que te ama cerca de ti, que no haber sentido jamás ese fuego en el cuerpo”. Prosiguió. “¡Amén!”, soltó Lucía mientras brindaba a la Luna. Pedro no podía entender cómo aquellas dos desconocidas le habían calado tan rápidamente. Acaso era evidente que huía. Quizás todo el barco sabía que había hecho lo que había hecho… Su mente comenzó a divagar imaginando situaciones que para él habían sido especialmente comunes: gente cuchicheando a su paso, personas señalándole con el dedo, risitas nerviosas en su presencia… Su gesto se tornó torvo, y quiso escapar de allí también. Pero de un barco es difícil escapar. Haciendo uso de su irritante altivez una vez más, decidió que esa conversación había ido demasiado lejos. No quería seguir oyendo a esas personas sentando cátedra sobre el amor y las relaciones personales. ¿Qué sabrían una viuda y una divorciada sobre el amor? Estaba claro que habían fracasado. Pero en su fuero interno sabía que al menos ellas lo habían intentado. Habían jugado, y habían perdido. Pero habían jugado, que era lo importante.

Su camarote seguía siendo aquel espacio reducido en donde poder autocompadecerse sin que nadie le molestara, así que decidió retirarse a sus aposentos para acabar la noche con un final menos denso. Llamó a su mayordomo y le pidió una botella de Sapphire, una cubitera, un par de limas y otra cajetilla de Gitanes. Quería emborracharse, para así perder la noción de la realidad que lo aplastaba como una apisonadora. A los pocos minutos, llamaron a la puerta. Cuando Pedro abrió, descubrió a un mozo de unos dieciocho años, vestido elegantemente, que le traía lo que había pedido. En ese momento le interesó más lo que había tras el pantalón del mozo que la propia bebida, así que decidió invitarle a pasar. Quiso invitarle a una copa, pero el mozo declinó la oferta aduciendo que era norma de la compañía no hacer este tipo de concesiones. Pedro insistió, y el mozo volvió a declinar el ofrecimiento. Esta segunda negativa le hizo montar en cólera, y abalanzarse sobre el muchacho, que a duras penas era capaz de quitarse de encima a aquella bestia hambrienta de efebo en la que se había convertido aquel señor que antes había sido tan correcto. Las manos de Pedro entraron violentamente en la ropa del muchacho, que se resistía revolcándose por el suelo, y desgarraron la botonadura de la camisa. Como si de un torbellino se tratara, le arrancó el botón del pantalón y le bajó la bragueta hasta dejar al descubierto un sugerente slip de color blanco que escondía un generoso paquete. Su ansia no tenía fin, y ahora iba a cobrarse su presa. De un plumazo, bajó el calzoncillo, dejando el sexo de un muchacho casi púber al aire. Sus manos sobaban a aquel muchacho, tratándolo como un pedazo de carne a su servicio, hasta que al incorporarse, se fijó en su cara. El mozo le miraba asustado, con los ojos enrojecidos por las lágrimas que ya se disponían a brotar como dos fuentes, y permanecía inmóvil ante la impotencia de no poder zafarse de tal monstruo. “¿Qué estoy haciendo?”, se preguntó a sí mismo horrorizado. Por un momento, su cara se reflejó en el espejo del baño, y nuevamente el rostro que veía le culpaba desde la dimensión paralela. Lentamente, se levantó del suelo, ayudó al muchacho a incorporarse y le pidió disculpas por lo ocurrido. Tomó su cartera, con el objetivo de firmarle un cheque con una generosa cantidad como compensación, y al girarse para dárselo, el muchacho le propinó tal patada en la entrepierna que lo tiró al suelo. “¡No significa no, hijo de puta!”, le gritó mientras salía del camarote. “Me lo tengo merecido”, pensó. El dolor punzante que sentía en sus testículos le reconfortaba de una forma extraña, pues por un momento estuvo a punto de cometer una locura que no se podría perdonar, así que decidió quedarse en el suelo en posición fetal durante un rato como penitencia por lo que había estado a punto de hacer. Por supuesto, el cheque sería entregado al mozo al día siguiente junto con una carta formal de disculpa. Un caballero no hace esas cosas, ni siquiera en la intimidad de su alcoba.

Ya había dado buena cuenta de la mitad de la botella, y aún así no dejaba de pensar en su jornalero. La culpa lo perseguiría hasta el fin del mundo, y ni Río, ni un ejército de mulatos superdotados podrían acabar con ella. Sólo había dos soluciones, y estaba claro que para llevar a cabo la primera no tendría mucha valentía. Estimaba su vida demasiado como para llegar a ese límite. Tendría que ser entonces la segunda opción. Sentía que su vida era una cáscara de nuez en medio de un océano, sin gobierno ni control, a merced de las corrientes. Y eso le molestaba sobremanera. Entonces, alguien tocó la puerta del camarote. Al abrir, se encontró con madame Dubois. Pedro sintió como si la embriaguez desapareciera de golpe. “¿Q-Qué quiere?” acertó a decir. Madame Dubois alzó la mano y le entregó un naipe. Era el seis de espadas. Un escalofrío recorrió la espalda de Pedro mientras en la cara de la pitonisa se volvía a dibujar esa machacona media sonrisa. “Sí, ya sé que estoy huyendo, ¡y qué!” pensaba Pedro ensimismado. “Este arcano no sólo representa la huída, mon chér… También representa al héroe que se convierte en un abismo de desesperación y desánimo. Representa la necesidad de enfrentarse con todo poder absoluto que nos ahoga. Pero tú ya sabes eso, ¿verdad?”, comenzó a decirle madame Dubois. “Pero, ¿cómo?”, gimió un Pedro totalmente perdido en la penumbra de aquel habitáculo. “Tú sabes bien cómo. ¿Por qué, si no, te corroe la culpa?” sentenció la bruja. Ante la mirada atónita de Pedro, ésta dio media vuelta y desapareció por el pasillo. Nuevamente, solo en la penumbra de su camarote, don Pedro María de Lasarte y Sánchez-Dávila, heredero al ducado de Carcunda, se sentía más pequeño y miserable que nunca, y acurrucado sobre sus rodillas, comenzó a llorar amargamente mientras en su mente se volvía a dibujar la figura de su jornalero. Sabía lo que tenía que hacer, y cómo debía hacerlo. Y esta vez, lo haría costara lo que costara.

“Urge comunicación con Sebastián. Stop. Si no se produce, haré público todo. Stop. Saludos, Pedro. Stop”. Con estas palabras, pretendía hacer un pequeño chantaje a su madre para que permitiera la comunicación con su jornalero. Sabía que habría sido mucho más fácil hablar por teléfono, pero no tenía ganas de escuchar la adusta y solemne voz de su madre exhortándole a volver y cumplir con sus obligaciones, mientras la pusilánime cara de besugo que le había buscado de novia gorjeaba detrás, así que le pareció mejor idea enviar un telegrama, cosa que además daba cierto aire tragicómico al asunto. Mientras esperaba la respuesta, se dispuso a tomar el sol en la cubierta norte, en un lugar estratégico donde podía observar a los muchachos que se bañaban en la piscina y recrearse con todo un bufet de paquetes sin levantar demasiadas sospechas. Un par de horas más tarde, alguien le fue a avisar de que tenía una comunicación. Al otro lado del teléfono sonaba la voz machacona de la señora duquesa, que uno tras otro le profería todos los reproches de la a a la z. “Quiero hablar con Sebastián, por favor”, interrumpió Pedro. La voz de su madre continuó reprochando sin hacer el menor caso, hasta que Pedro volvió a interrumpir el sermón dando en donde más dolía. “Bien,”-espetó-“si esto es lo que quieres, en unos días vuelvo y lo hago público todo. Chao”. La voz machacona al otro lado del teléfono se tornó casi suplicante, y viendo que no había manera de hacerle cambiar de opinión, le pasó el teléfono al jornalero. “Sebastián… Mi Sebastián…”, dijo Pedro con la voz entrecortada. “Siento tanto”-continuó-“lo que te he hecho… Sí ya sé que no me he portado bien, y me merezco que me odies… Ya, ya… Ya habrá tiempo para que me reproches todo. Escúchame bien. Quiero que tomes el primer tren que haya para Madrid. Sí, el primero. Después, hazte unas fotos de carnet y vete al aeropuerto. Sí, a Barajas… ¿a cuál, si no?… Te sacas el pasaporte y te vas a la terminal internacional, donde te estarán esperando. Ya lo he arreglado yo, no te preocupes. Tú sólo cerciórate de llegar hoy mismo a Madrid. ¿Maleta? Llévate todo aquello que quieras conservar. El resto no te hará falta. Nunca más volverás a ser un jornalero, ni yo… ¡No me llames “señorito”, sabes que lo odio! Sí, tú ríete… Me lo merezco… Bueno, date prisa, que quiero que llegues hoy mismo. Escucha… Te quiero… No me importa, que le den morcilla a mi madre. ¡Te quiero!” Al colgar el teléfono, Pedro sintió que el corazón le iba a estallar de emoción. Ya había dispuesto un billete de avión en primera clase en el primer vuelo que saliera de Madrid destino Río de Janeiro a la llegada de Sebastián a la capital. Sabía que no sería fácil, que tendría siempre el peso del ducado de Carcunda sobre sus espaldas y el estigma de haberse convertido en el garbanzo negro de los Lasarte y Sánchez-Dávila. Pero ahora más que nunca, sentía que la carga que durante años había llevado encima se había disipado como el rocío de la mañana y nunca más volvería a atormentarle. “Río nos hará olvidar” pensó mientras, satisfecho, volvía a su rincón a seguir deleitándose con los paquetes de los muchachos de la piscina.

El siete de Oros

Posted in Especial Lamedores, Literatura, Los relatos más relamidos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on domingo, 12 \12\+02:00 febrero \12\+02:00 2012 by lindasta07

-Bon soir, señores y señoras. Antes de comenzar con la que será una irrepetible “experiencia iluminadora” que, a buen seguro, orientará con acierto nuestro rumbo en ese desconocido viaje que es nuestra propia vida y del que somos, a menudo y sin tan siquiera sospecharlo, punto de partida, transcurso y meta, permítanme que me presente. Mi nombre es Madame Fée Dubois.- Han sido las primeras palabras -y las únicas inteligibles- que, envueltas en un halo de misterio, nos ha dedicado a los allá presentes la pitonisa de pelo gualdo, corto y encrespado que se ha sentado en la mesa que comparto con varios pasajeros más.

Tras una primera impresión un tanto enigmática y objetivamente poco femenina de aquella mujer que ahora tenía enfrente y que, al igual que hacía todo el mundo, clavaba sus ojos en mi entrecejo cada vez que me dirigía una mirada -seguramente buscando un punto una referencia en mi difícil rostro- me pregunté por qué, esa más que probable fémina albaceteña, se habría puesto como nombre de batalla algo tan sospechoso como “Madame de no sé qué”. En los Padres Claretianos estudié algo de alemán y muy poco de francés- en ambos casos con medias de sobresaliente-y sé que quiere decir: “Hada de madera”…¡¡Qué horreur más grande, mon Dieu!!… ¡¡Con lo bonito, amén de fino, que sonaría, por ejemplo: “Luz María de los Mil Resplandores”, sin tanto afrancesamiento y sin tanta tontería, coñeeee!!

A pesar de que las cartas, a modo de naves espaciales, vuelen emitiendo leves destellos violetas sobre esta mesa de caoba -lujosamente vestida para recibir el Año Nuevo como quiero pensar que se va a merecer- casi nada consigue que mi vista deje de posarse, en un primer momento, en la imponente piedra que la “madame de la France” porta en su dedo índice. Los reflejos que desprende – ¡oh, qué maravilla!- he de reconocer que son más intensos y cegadores que los del flamante anillo de compromiso que regalé a mi querida Matilde, justo unos días antes de que una malintencionada neumonía acabase con sus veintidós primaveras tan interesadas y derrochadoras. Cada vez que recuerdo su inesperado final, ¡se me parte el alma y se me nubla, aún más, la vista! ¿Quién nos iba a decir a nosotros, sobre todo a ella, tan llena de vida como aparentemente estaba, que iba a ser la elegida para cruzar la línea de horizonte en primer lugar? Pero, como dice la canción: “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!”…Y a ella, pobrecita mía, el destino le tenía preparada una nefasta jugada de cartas.

Ahora ya no me duele su ausencia pero reconozco que en su momento me afectó de tal manera que, en un control rutinario, mi médico de cabecera detectó un desarreglo generalizado en mi, ya de por sí, frágil y delicado organismo. Don Higinio me aconsejó alejarme durante una temporada de la rutina diaria y me advirtió de que mi curación pasaba por serenarme y dedicarme a la vida contemplativa. -Casimiro, amigo mío, ahora mismo tu cuerpo es una bomba de relojería y, como imagino que no querrás explotar, te recomendaría que pusieses cuanto antes tierra de por medio. Sabes que hace unos años tu corazón dio un aviso- o un gran susto, debería decir para ser más exacto- y ahora amaga con darnos otro. Tienes que cuidarte así que, tú que puedes, ¡déjate mimar, caray!- dijo guiñándome un ojo con no sé qué intención, pero lo cierto es que sus palabras me convencieron de inmediato y las interpreté como siempre, o sea, como dio en gana. Lo vi claro: me estaba recetando un crucero. Así que, tras hablar con el fenómeno de Georgi Lamoroso – experto golfista y golfo de campeonato, a pesar de ser ya septuagenario- reservé unos de los mejores camarotes en el lujoso “Dreams of Love”. Según me comentó mi amigo fue allá donde conoció a esa réplica perfecta de Marilyn Monroe que, tres meses después y ya embarazada, le arrastró hasta el altar y le alejó definitivamente de la soltería y del manejo de sus propias cuentas bancarias. Al suponer que yo correría una suerte parecida a la suya – eso sí, sin niños sorpresa y refiriéndome exclusivamente a sentir unos carnosos labios rojos sobre mi ajado rostro- en un buque del que, con semejante nombre, sólo se podía esperar una travesía llena de aventuras excitantes, sufrí una subida de tensión que me llevó al servicio de urgencias pero del que, por fortuna, salí a las pocas horas.

Yo necesitaba mimos, muchos mimos, y no sólo por capricho, que también, sino por prescripción médica y ¡lo que decía Don Higinio era sagrado para mí! Además, mi bella Mati, como le gustaba a Matilde que la llamase cuando practicábamos sexo, o lo intentábamos al menos, –porque tengo que aclarar que nuestras sesiones de cama de ninguna manera se podían relacionar con la palabra amor- formaba parte de mi pasado y ahora tenía que pensar exclusivamente en mí y en mi presente; así que me dije: ¡Carpe diem, muchachote! No pensaba dedicarle ni un minuto más de mi valioso y escaso tiempo a pensar en el futuro. ¿Qué más me daba saber si la meta estaba doblando la calle, cuatro manzanas más abajo o allende los mares? Uhmmm, Río de Janeiro sonaba bien…

Me detengo unos instantes, me alejo de mis recuerdos y, volviendo a lo que está ocurriendo aquí y ahora, sólo puedo decir que ¡no entiendo nada!…Todo es tan raro… ¿Cómo es posible que yo, don Casimiro Bisojo de los Caudales, fundador y propietario de la prestigiosa cadena de ópticas “Veo 2” -que no “Beodos”, como alguno de mis rivales empresariales pretende hacer creer con sus cuñas publicitarias a determinados incautos por mi relación familiar con las reputadísimas “Bodegas Miró”- a mis setenta y ocho años plagados de éxitos de todo tipo, logrados gracias a mi vista de lince, sea incapaz ahora mismo de buscar un nexo de unión entre este grupo de desconocidos que nos encontramos sentados alrededor de una mesa en el salón “Eternity”? El caso es que, como no consigo ver nada claro el tema, he decidido pedir al camarero otra copa de Bourbon “Woodford Reserve”….Y llevo, uff…¡Bueno, qué más da en una noche como la de hoy! Mientras me deleito paladeando tan importante trago aprovecho para seguir con la inspección ocular del entorno. Definitivamente, y visto lo visto, todo doble, me voy a centrar en la preciosidad que está sentada a mi derecha y que, dicho sea de paso, tiene aspecto de ser una auténtica dama…al menos, en la mesa.

-Perdone mi indiscreción, ¿ha venido usted sola, señorita?- he dicho modulando la voz de forma adecuada para llamar la atención de esa belleza que tenía junto a mí y a la que había decidido dar caza cuanto antes porque el tiempo es oro y, más todavía, cuando hay buitres alrededor.

-Sí, sí, caballero– ha contestado tímidamente la joven de ondulado cabello y cautivadora sonrisa.

-Mi nombre es Casimiro y me gustaría invitarla a una copa. Si usted lo desea, por supuesto. No quisiera incomodarla…

-Muchas gracias, Casimiro, pero no me apetece tomar nada. Le confieso que tengo un leve mareo que me está provocando un malestar tal, que si no fuese por lo que es, me levantaría de la mesa y me iría inmediatamente a descansar al camarote.

-Para encontrarse mal, tiene usted una expresión en el rostro que me está enamorando, señorita. Uhmmm, perdóneme, su nombre ha dicho que era…-he continuado procurando acorralar a la mi presa.
-¡Ay qué despiste, Casimiro! Lo siento. Le pido mil disculpas. Mi nombre es Silvina. Silvina Barros del Charcoseco.

La conversación entre nosotros dos ha fluido con una naturalidad tan asombrosa que, animado tanto por las copas ingeridas como por la proximidad física a aquel monumento, he deslizado mi artrítica mano derecha por debajo de la mesa hasta alcanzar su terso muslo izquierdo. Ella en un primer momento me ha rechazado y así me lo ha hecho ver, no sólo dibujando una mueca de desaprobación en su bello y delicado rostro, sino también al propinarme un pellizco de monja en el dorso de mi deformada extremidad que me ha provocado un tremendo hematoma, supongo que propiciado por el Sintrom que tomo desde que me pusieron la válvula aórtica, hace ahora casi una década.

Como no me gusta darme por vencido, amén de que no esté acostumbrado a aceptar una negativa por respuesta- porque don Casimiro Bisojo es mucho don Casimiro- he hecho varias maniobras más de aproximación hasta que he logrado mi objetivo. Y así, mientras mis dedos buscaban refugio en la calidez de Silvina, mi vista se recreaba -hasta verlo absolutamente todo casi caleidoscópicamente- en la exuberante masa pectoral de la rubia desenfadada del corsé negro “pecado mortal” – al que, con arreglo a mi personalísimo gusto, añadiría un bonito encaje de puntilla rojo- que se encontraba sentada a la izquierda de un joven amanerado, de nombre Pedro María  que, disfrazado de arco iris- “hay gustos que matan”, como decía mamá- en determinados momentos me obsequiaba con una lánguida caída de ojos.

No sabría determinar con exactitud el nexo que une a aquellos dos personajes tan dispares aparentemente, pero está claro que irradian complicidad, sobre todo, cuando dan un trago a su copa y  ríen estrepitosamente mientran chismorrean -a saber qué- el uno al oído del otro, demostrando así su nula educación y sus zafias maneras. Sin embargo,  la Miller es otra cosa, al menos,  tiene estilo; aunque, sinceramente, no logro comprender que le pueden aportar aquellos dos patanes a una mujer tan de mundo como ella. En mi mesa han acomodado también a una muchacha con una más que  incipiente barriguita de embarazada- Inés me ha parecido escuchar que se llama-  que me infunde bastante ternura. Calculo que no tendrá más de veinte años y me recuerda muchísimo a mi sobrina Lucila… ¿Quién habrá engañado a esa pobre criatura? he pensado.

-Casimiro, por favor, que nos van a ver y yo soy una señorita bien…Tengo una reputación, ¿sabe usted?- ha dicho Silvina, entre jadeos, cuando he logrado alcanzar mi objetivo tras luchar con las dificultades propias de tan compleja situación. -Casimiro, Casimiro… ohhhh, ohhhh…- ha continuado susurrando.

Cuando he recuperado el conocimiento estaba en una aséptica sala blanca y estaba solo…Bueno, solo no estaba, me rodeaban muchas máquinas llenas de lucecitas que resplandecían casi tanto como el aguamarina de Madame Fée Dubois o las cartas voladoras. Ellas, seres fríos y sin corazón, acabarían convirtiéndose en mis silenciosas y fieles compañeras durante el resto de la travesía en el “Dreams of ¿Love?”

-¡Qué relax tan absoluto! ¿Se referiría a esto mi querido médico de cabecera cuando me recetó un crucero?- me he lamentado.

INTIMIDECES

Posted in Relato Libre, Relato Libre lame Anna with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on martes, 31 \31\+02:00 enero \31\+02:00 2012 by annalammer

Tras la resaca…

Se negaba a ducharse porque aún olía a el. Todo olía a él…y ella, no queria desprenderse de ese olor…Olía su pelo, olía su ropa y todo era él.

Buscado o no, si fue deseado aquel beso y los posteriores.

Volver a degustar aquella lengua lasciva y oler su piel, y sentir que todo era igual que hacia veinteavos, fue de lo más satisfactorio y reconfortante.

Aparentemente nada había cambiado. Cual quinceañeros entrelazaban sus lenguas y se metían mano en aquel rincón oscuro de cualquier bar sin importarles nada, ni la música, ni el que dirán.

Asignatura pendiente. Recordaban la canción de Júpiter, suspenso en amor. Ellos suspendieron. Difícil asignatura para recuperar cuando, veinte años después, has dejado la carrera atrás…, ojala hubieran sido corredores de fondo… Pero ahí estaban: ese olor, ese sabor, su lengua, su cuerpo.

Una noche. Solo una noche. Y sus recuerdos.

OLÍA A NOSTALGIA

Posted in Los relatos más relamidos, Navidades de Cuento, Relato, Relato Libre Lindastar, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , on sábado, 7 \07\+02:00 enero \07\+02:00 2012 by lindasta07

Disparada desde primera hora de la mañana, aún con el pelo revuelto, plenamente satisfecha, y con ese peculiar olor de Rubén impregnado tanto en las sábanas como en mi cuerpo cincuentón, me recordé a mí misma que los padres de esos jóvenes me pagan por limpiar y por poner cierto orden en la jungla particular de sus vástagos, no por acostarme con ninguno de ellos. Pero la carne es débil… A veces. Afortunadamente, sólo a veces. Sin embargo, la soledad es muy mala… Siempre.

Justo después de que desenredara mis telas de araña aquel Adonis- quizás algo inexperto pero voluntarioso como los había conocido pocos- fue cuando noté cómo el aire viciado de aquel habitáculo me iba asfixiando lentamente. Se imponía una urgente renovación de fluidos. Abrí la ventana de ese dormitorio, como hacía a diario en aquel piso estudiantil pero, en esta ocasión, con una prisa casi ilógica. Necesitaba respirar. ¡Y pensar que, tan sólo media hora antes, no me había molestado en absoluto ese que ahora me parecía tan molesto tufillo a tabaco!…

Aunque el aire frío del exterior tardó menos de un segundo en colarse para invadir el espacio que había entre aquellas cuatro asépticas paredes- voayers de lujo de mi reciente desenfreno-, yo continuaba teniendo una temperatura interior bastante elevada, que aumentó más aún, al sentir su leve y gélido roce sobre mi rostro. Ese simple gesto logró que mi erotismo, rebelde y dispuesto, hiciese el amago de despertarse por enésima vez pero, como no era el momento más adecuado para empezar de nuevo “a hacer puzzles”, y como además mi joven Adonis estaba ya en el baño, cerré la ventana y miré a través del cristal dejándome llevar por la belleza de aquel paisaje.

Me gustó contemplar los campos cubiertos de nieve. Ese tipo de estampa era absolutamente desconocida para mí. Sin embargo, reconozco que me entristeció ver la sequedad de los tallos que tenía justo enfrente de mis ojos y deduje que, una vez más, el frío había sido el asesino del color. Era de suponer que en primavera esas plantas, ahora mustias y feas, estarían preciosas y llenas de vida. ¿Las flores serían rojas, representando el fuego y la pasión,  o serían bancas en honor a la pureza y a la virginidad? ¿ Qué tipo de geranio decoraría cada una de esas jardineras?- Porque estaba segura de que en esos tiestos lucían hermosas “reinas de los balcones” y no otras flores… ¿ Serían “Pelargonium triste”, tal vez, que perfuma sólo por la noche? ¿El dueño de esa casa, alquilada a mis niños por curso universitario, sería hombre o mujer? Uhmmm, por la decoración austera diría que se trata de un hombre, sin embargo ciertos detalles son totalmente femeninos… Así estuve durante un buen rato, haciéndome decenas de preguntas para las que no encontré respuestas y, frente a aquel paisaje nevado y absorta en mis pensamientos- ¡total, ya no tenía prisa!-, dejé que transcurriese el tiempo.

Días atrás había estado melancólica y no sentía ilusión especial por nada. Creo que fue precisamente por esa sensación de vacío por la que me refugié en los brazos de Rubén. Él llevaba  tiempo proponiéndome con insistencia una noche al rojo vivo y a mí me gustaba su físico. Decía que le “ponían” las maduritas y que, como a todo buen universitario, le gustaba aprender y divertirse, y que veía en mí a una estupenda profesora para ambas cosas. Recuerdo que en alguna ocasión también me comentó que, para hablar de amor, ya tenía a su novia Blanca- universitaria como él, de buena familia y muy buena niña, según sus propias palabras-. A mí me gustaba gustarle; reconozco que me halagaba y que me encendían sus pícaras miradas.

Diciembre siempre fue un mes extraño para los que un día nos alejamos de todo lo nuestro, no por gusto precisamente, y aún no sé con exactitud en busca de qué. Se acercaban las Navidades y no sabía si iba a ser capaz de resistir otro año más sin rodearme de los de mi propia sangre… ¡Echaba tanto en falta el calor y el color y, sobre todo, el olor de mi gente!…  Aunque he de reconocer que el de Rubén me recordaba mucho al de “mi papito bello”, como siempre le gustó a mi esposo que le llamara. ¿Él recordaría mi aroma? Probablemente no, porque nunca fue muy detallista para esas cosas. Bueno, ni me fue fiel jamás durante los más de treinta años que estuvimos juntos; así que, ¡cómo para que no mezclase perfumes en un jardín tan variado como había sido el suyo!

-Jenny, tengo un regalito para ti. Te lo mereces. Espero que te guste y que te recuerde a mí. Voy a dejarlo en la mesita de noche y lo abres cuando me vaya, ¿de acuerdo?- Dijo mi joven amante nada más salir de la ducha mientras su cuerpo, desnudo y aún húmedo, se acercaba peligrosamente a mi espalda y sus labios se estrellaban en mi nuca hasta conseguir hacerme perder el sentido.

-No quiero nada material. Hoy te quería a ti y me has dado más de lo que necesitaba, Rubén. De todos modos, gracias.-  Logré decir entre suspiros.

Entre villancicos, muchísima bebida y bastante comida, pasé otra Navidad más deseando que pasasen cuanto antes las horas – mi corazón por esas fechas nunca latía con normalidad- y rodeada de compatriotas en un triste piso compartido, decorado para la ocasión con decenas de luces incapaces de iluminar nuestros apagados interiores. Eso sí, como ocurría cada año, a menudo llorábamos -aparentemente- de risa y todos fingíamos  alegría… yo la primera.

Tras ese breve período vacacional se reanudó mi trabajo en la jungla.  Me apetecía volver a la rutina fundamentalmente porque necesitaba ver a mi apolínea ilusión. Quería darle las gracias por su obsequio, decirle que le hice caso y que lo abrí justo cuando salió por la puerta cargado con sus maletas, y también deseaba que él me dijese cuánto se había acordado de mis besos y de mi cuerpo en esos escasos quince días. Hoy estreno mi único regalo navideño: su perfume. Por supuesto, espero que se dé cuenta.

Al entrar en el piso de mis muchachos he escuchado las voces de Goyo y de Mara -siempre tan linda pero tan chillona-, saliendo del salón, y la de Carlos y  la de Pablo -que parece un tenor y es educadísimo- que provenían de la cocina. Los he saludado y me he encaminado al dormitorio de Rubén cuando una voz, desconocida y extremamente dulce al oído pero amarga y punzante para la razón, ha dicho:

-¿Pichi, cielito, dices que hoy viene a limpiar  la “ vieja pezu esa”? Ainss, no sé si seré capaz de aguantar su presencia ¿eh, Rubén? ¡Te lo advierto!  Escupió Blanca, la universitaria de buena familia y muy buena niña, pero de muy poca educación y de menos corazón.

-Amor, no te preocupes. Si no te gusta cualquier cosa, me lo dices y nos buscamos algo para ti y para mí solitos…Sabes que nada me ata a este piso. Yo sólo quiero estar contigo, Blanca… Sólo contigo.

Y sintiéndome más sola que nunca, he abierto todas las ventanas porque me asfixiaba de nuevo. Necesitaba respirar.

La cosecha

Posted in Especial Lamedores, Relato, Relato Libre, Relato Libre Rhay with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on miércoles, 9 \09\+02:00 noviembre \09\+02:00 2011 by Rhay

Los campos estaban listos para la recolección. Desde la ventana de la casa se podía apreciar un mar de nubes blancas que anunciaban el momento de la cosecha. Todo estaba preparado, al fin. María Antonia se levantó sigilosamente para no despertar a su marido, consciente de las jornadas que le esperaban. Bajó a la cocina y encendió el fuego del hogar. Hoy prepararía un fuerte desayuno, acorde a las necesidades de los hombres de su casa. Tomó un pan de hogaza que ella misma había horneado y lo cortó en rodajas. Encima de la mesa dispuso aceite de oliva, unos tomates, jamón y queso de oveja. El café burbujeaba en la cazuela. “Unas castañas asadas y unos boniatos calentitos les sentarán bien”, pensó. Al despuntar el día, llamó a su marido y a su hijo. Gabriel se desperezó lentamente mientras se dejaba bañar por el sol de otoño que entraba por la ventana del dormitorio. El aroma del café recién hecho le abrió el apetito. Cuánto le gustaba ese momento del día. Tras pasar por el baño –como todas las mañanas – bajó a la planta inferior donde su mujer y su hijo lo esperaban a desayunar. Biel correteaba por la sala jugando con un coche de madera e incordiando a su madre aquí y allá. Hoy era la primera vez que saldría al campo con su padre, y estaba eufórico. Sus padres lo miraban con ternura. “Buenos días, cariño” dijo Gabriel mientras besaba las mejillas sonrosadas de su esposa. “Buenos días”, contestó María Antonia. “A desayunar, que se enfría el café”, ordenó. Todos se sentaron a la mesa. El día era claro, fresco, y la puerta entreabierta traía los aromas del campo, ya seco y preparado. Mientras su familia desayunaba, María Antonia miraba abstraída a su taza de café recién hecho. Algo la perturbaba, pero no quería comunicarlo. No quería romper ese momento mágico del día en donde no había ni preocupaciones ni problemas. Eran ellos tres, y nadie más. No quería saber nada de bancos, hipotecas o financieras. No era el momento.

En el cobertizo donde guardaban los aperos esperaba el señor Gabriel, el patriarca de la familia. Era un recio campesino de más de ochenta años, pero con la fuerza de un chaval de veinte. “¡Vamos, que el día no espera!”, gritó a su hijo. Tomaron los aperos y se alejaron entre los trigales para comenzar la faena. “El arte de recoger el algodón es algo científico”, decía siempre el señor Gabriel. “Si no comienzas por el principio, no acabarás nunca”.

María Antonia se asomó a la puerta de la casa, absorta en la figura de los hombres que poco a poco se iban haciendo más pequeños hasta desaparecer entre los algodonales. El timbre del teléfono la sacó de su contemplación. “¿Sí?”, contestó con desgana. “Buenos días, le llamo del banco.”, contestó una voz anodina. “¿Y qué quieren?” contestó María Antonia con tono defensivo. “Verá, hemos estado revisando sus cuentas, y no podemos esperar más a que nos satisfaga la deuda que tienen con nuestra entidad”. Las cosechas de trigo del año anterior se habían echado a perder por la sequía y el pedrisco, así que como muchos otros campesinos de la zona tuvieron que pedir un crédito al banco para poder salir adelante. Fue una trampa fatal, ya que el banco les impuso unos intereses que a duras penas pudieron ir pagando. Pero el campo es así de caprichoso, y no siempre se sacaba producto suficiente para pagar. Ello hizo que poco a poco fueran cayendo en las fauces de sus acreedores. Habían hecho todo lo posible para conseguir dinero, pero nunca era suficiente. Habían trabajado las tierras de los terratenientes, habían sustituido el trigo por el algodón con la esperanza de no volver a tener imprevistos, incluso había puesto su gran talento culinario al servicio de las casas bien de la zona, pero ni aún así conseguían ganar lo suficiente. “Este año la cosecha ha sido generosa, así que en cuanto vendamos el algodón podremos hacer frente a los pagos”, apostilló María Antonia. “Lo lamento, pero no podemos esperar más”, sentenció la voz. “Si no pagan en veinticuatro horas, nos veremos obligados a ejecutar una orden de embargo”. “Pero no vamos a poder reunir el dinero en un día. ¿Es que no pueden esperar a que vendamos la cosecha de este año? ¡Podremos pagarlo todo si nos dan un par de semanas!” Suplicó María Antonia. “Lo siento, ese no es nuestro problema. Si no pagan en veinticuatro horas, nos quedaremos con su casa. Buenos días”. Los ojos encendidos de María Antonia miraban furibundos al teléfono. Lentamente, dejó el auricular en su sitio y prosiguió con las labores de su casa, pero en su cabeza retumbaban una y otra vez las palabras del empleado del banco. “No hay tiempo”, se repetía constantemente. Mientras preparaba la comida para sus hombres, se le cruzó la imagen de su hijo jugando en la cocina. El desasosiego la invadió por un momento, y sintió un impulso irrefrenable de sentarse en un rincón a llorar desconsolada. Pero sabía que esa no era la solución. No había solución posible… Una lagartija la sacó de su mundo. Odiaba a esos bichos repugnantes. Dio un respingo y se dispuso a acabar con esa alimaña a escobazo limpio, tratando de sacarla de su casa. Ya en la puerta, divisó en el camino a los vecinos. Llevaban en un camión todas sus pertenencias y un rictus de abatimiento en la cara como jamás había visto. El banco les había ejecutado un embargo y tenían que abandonar la casa que durante generaciones había pertenecido a su familia. “No”, pensó María Antonia. “Esto no le ocurrirá a mi hijo”, dispuso.

A la hora de la comida los hombres volvieron a la casa. María Antonia no estaba, aunque la comida reposaba caliente arrimada al fuego y la mesa dispuesta. En la encimera de la cocina, Gabriel encontró una nota. “He ido a hablar con el director del banco. No me esperéis a comer. Tardaré en volver. Os quiero”, rezaba la nota. Al dejar los aperos en el cobertizo, Gabriel advirtió que faltaba una escopeta y una caja de munición. El viento hizo temblar las algodoneras convirtiendo el campo en un mar de nubes nuevamente. Se miró las manos agrietadas por las púas del algodón. “Yo también te quiero”, dijo Gabriel al viento.

Noviembre: un lugar para la nostalgia.

Posted in Relato Libre, Relato Libre lame Anna, Relatos, Relatos Breves with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on domingo, 6 \06\+02:00 noviembre \06\+02:00 2011 by annalammer

No se quién coño me mandó decirte que sí aquel uno de noviembre, víspera de Día de Difuntos. Estaba claro que ese día cualquier sentimiento que naciera, por puro que fuera,  estaba abocado a morir.
Un año después tuve que agarrar el diccionario para confrontar y sentir que no estaba equivocada, y así buscar cada una de las palabras a las que había ido cogiendo miedo y enfrentarme a ellas para entender o confiar y pretender asegurar que aún quedaba entre nosotros algo de luz.

DETERIORAR: Estropear, menoscabar, poner en inferior condición una cosa.

Nunca pensé que algún día sería yo la que escribiera algo para ti. Las palabras nunca fueron lo mío. Tampoco la Literatura. Y menos en estas condiciones ni de este calibre. Nunca.
Recuerdo que cuando mis amigas o los tuyos nos contaban sus «problemas» siempre concluíamos diciendo que lo nuestro era diferente. Cuando Pepe dejó a Merche diciendo que se había apagado la chispa, incluso me permití el lujo de hacer un chiste malo, y todo por que no lo entendía, no sabía lo que significaba, no creía que esas palabras fueran reales, porque no soy una coca cola… Y se ve que si eso de la chispa existe la mía cada día se ha ido encendiendo más.
Con lo que nunca conté es con que no todo el mundo es como yo, ni siente como yo, ni se permite el lujo de borrar de su diccionario particular aquellas palabras que, por algún que otro motivo, no le interesan. Sobre todo supongo que por miedo.
Puede que quizás como pequeño castigo para tomar conciencia haya empezado escribiendo lo que según la Espasa significa una de las palabras que más me aterran.
Ahora que sé lo que significa, sin ningún genero de duda puedo asegurarte, gritarte o susurrarte al oido, que nada se ha deteriorado… al menos en mi. Mierda, vuelvo a tropezar en la misma piedra… Sólo pienso en mi.

Mientras sigo con mi Espasa veo cómo caen las hojas de los árboles al mismo ritmo que mis lágrimas.

ROMPER: Separar con más o menos violencia las partes de un todo, deshaciendo su unión. Quebrar o hacer pedazos una cosa.

Bueno, esta palabra me ha sorprendido. De verdad. No he puesto todos sus significados para no condicionarte, para si es posible, sorprenderte… Romper, sí. Las relaciones también se rompen, esa es una de las acepciones de la recurrente Espasa. Aquí pone… a ver…

Romper con… manifestarle a uno la queja o disgusto que de él se tiene, separándolo de su trato y amistad.

¡Pero hay que ver que somos tontos! De todas las acepciones sólo nos hemos de quedar con la más negativa. Se puede romper la monotonía, el silencio e incluso romper a hablar (sí, ya sé que también a llorar, pero no es lo que quiero hacer)

¿Podrías intentar romper con todo lo que está atenazándonos durante estos últimos meses? ¿Podrías romper tu silencio? ¿Podrías romper a reír? ¿Podrías no romperme el corazón?…

Se me ha caído la copa de vino, se ha roto manchándolo todo como en sangre… Afortunadamente, no salpicó a la Espasa.

INTIMIDAD: Amistad intima. Parte personalísima, comúnmente reservada de los asuntos, designios o afecciones de un sujeto o de una familia.
Esa que a veces me pides. No, no es que me diese miedo esta palabra, pero por curiosidad he ido a ver si es lo que yo entendía. Y la curiosidad mató al gato, pero me da que no soy yo quien se confunde en el significado. Y además, me gusta esta palabra. Y además, me gusta como la define la Espasa. O sea, que la intimidad no tiene por qué referirse solamente a lo que a un sujeto individual le ocurre. O sea, que para tener intimidad no hace falta estar solo. O sea, que según la Espasa, para tener intimidad lo primero que hay que tener es amistad, y para no confundirme, amistad es el afecto personal, puro, desinteresado, reciproco, que nace y se fortalece con el trato…

Pensé que había invadido tu intimidad, ahora que sé su significado creo que no la he podido invadir nunca. Pero quizás cuando me has pedido intimidad, que parece ser que va aparejada a compartir, lo que me pedías era realmente soledad. Una reserva individual, una carencia de compañía.
A pesar de tu amor a esa soledad y mi miedo a la misma, te quiero.

Entra frío por la ventana, y necesito un momento intimo de soledad para pensar por qué tú estás en el sofá, puede que con el mismo frío, y no nos acercamos.

Voy a cerrar la ventana. También la Espasa. Quizás continúe luego o mañana. Creo que mejor va a ser mañana. Hoy hace demasiado aire y se me pueden volar las palabras.